Clase magistral de poesía por Gerald de Nerval

noviembre 27, 2008


Una de las dos mejores definiciones de poesía, la más inasible, flexible y general, la encontré en Stevens Wallace, y dice así: La poesía es el tema del poema. La más poética, en el último premio Cervantes, Juan Gelmman, y dice así: un árbol sin hojas que da sombra. En ambos casos, dense cuenta, la poesía no es el poema. Ni está contenida en los libros de poemas. Ni está hecha por poetas. Ni sirve para nada de nada. La poesía está a la zaga del camino. Los poetas se extinguen solos como los dinosaurios. La poesía como se entiende hoy es un camino bifurcado: a la derecha los que publican y se embriagan, a la izquierda los que gritan y se emborrachan. Los verdaderos poetas son los que le dieron la espalda a la razón y se refugiaron en los manicomios. 
Acabo de leer a Nerval. En los libros escritos en la plenitud de su locura (Aurelia-Pandora) he descubierto un par de certezas: la locura no sirve para escribir, y los últimos poetas que le quedaban al mundo, desertaron del camino en el primer peaje. La prueba reina se da en Francia. En la Vielli-Banterne de París en enero de 1855 cuando Gerald de Nerval escribió este breve mensaje en una agenda de bolsillo: “No me esperes hoy, pues la noche será negra y blanca”. Ne mia ttends pas ce soir, car la nuit será moir et blanche. ¿Qué quería decir? Que ni se les ocurriera a nadie ir a joderlo porque iba a anudarse una corbata al cuello y después apretar hasta matarse. Enseguida fue lo que hizo: se ahorcó. Y así acabó uno de los últimos poetas que le quedaban al mundo. Con la lengua fuera. Hoy tendría doscientos años de consumir opio y absenta. Creía que las flores le hablaban. Que la providencia le enviaba señales a través de las más simples casualidades como ir pensando en una amiga por la calle y dos cuadras después encontrársela. Los siquiatras que en el siglo pasado hicieron “estudio de caso” con el pobre Nerval se equivocaron con esta miopía: llamaron a tal intuición exaltada “falseos de la referencia”. Los surrealistas fueron aun más cabrones: vieron en la locura de Nerval a un precursor de sus postulados, a un visionario del mundo inconsciente, y hasta creyeron que la locura servía para escribir. Idiotas. No es la locura de Nerval la que escribió sonetos. No es la locura de Nietzsche la que escribió aforismos. No es la locura de Van Goth la que pintó los cuadros. Fue la lucha contra el dolor, el miedo a morir y el pavor a la misma. Fue esa inminencia de estar para siempre loco (nunca más poeta, nunca más inspirado) la que lo llevó a ahorcarse. Y si eligió una corbata, no es porque tuviese algo en contra de la etiqueta, sino porque una corbata es lo que tenía más a mano. La clase intelectual nunca entendió a Nerval, y jamás le perdonó que se diera el lujo de despreciar lo que ellos tanto anhelaban. Dinero. Fama. ¿Por qué cambiar lo seguro por lo inseguro, la tranquilidad por la intranquilidad, la barriga llena por el corazón contento? Porque hay gente que tiene más pasado que futuro. Los poetas de antes, entre otras virtudes, estaban locos, sí. Hoy sólo quedan locos. No poetas. Ni siquiera versificadores. Ni siquiera declamadores. Hay, eso sí, y abundan, fumadores de pipa. Enfebrecidos por el verso libre, y ávidos de ser leídos más que de leer y de aprender (si es que hay algo qué aprender para ser poeta). Nerval tenía más pasado que futuro. Fue hijo de millonario, pero la plata que le daban, se la daba a otros, según confiesa en un aforismo. A los dieciocho años ya había traducido a Goethe y las eminencias de Francia se preguntaban “¿pero quién es este insolente que tradujo a Goethe con tanta exactitud? ¡Eso no lo hago ni yo que hablo diez idiomas!”). Se llamaba Gerald Labrunie, pero él se agregó el “de Nerval” por joder a los pendejos. Hijo de rico, despreció la fortuna y enloqueció escribiendo. Cuando se suicidó, ahorcándose con la corbata, Baudelaire fue el único que no recriminó al poeta. Al contrario, mientras los demás lo tildaban de romántico desquiciado, Baudelaire dijo que había dos derechos inalienables para un poeta: el derecho a contradecirse y después a marcharse. Baudelaire, por supuesto, era el menos indicado para atacar a Nerval. Él mismo renunció a la herencia de su padre gastándosela en putas en dos días. ¿Por qué esa necesidad de parecer malditos hasta llegar a serlo? Porque si hubieran elegido el confort, se habían quedado en el confort. Porque de haber preferido el yate, se hubieran quedado encima del yate. Porque de haberse quedado en la locura serían simples locos. ¿Quieren saber cómo se hace un verdadero poema completamente loco pero sin una gota de locura?

  •   Plan de un poema Por Gerald de Nerval 

Los pelos del culo forman un poema simbólico, filosófico y plástico dividido en tres partes. La primera parte comprende la antigüedad griega, en la cual las mujeres tenían por costumbre depilarse. Vemos ahí a la Venus símbolo de voluptuosidad y a la Psique símbolo de ignorancia, dos estados del amor, y, por decirlo así, el cuerpo y el alma de los pelos del culo. Jasón, huyendo de la Medea depilada, busca el Vellocino de oro en Asia, esa California del ideal amoroso. La segunda parte comprende la Edad media, los cuadros de Tiziano, la santa desnudez del arte que diviniza al cuerpo y reacciona por medio del esplendor de lo bello y lo verdadero contra el catolicismo de los Gregorio VII. La tercera parte, finalmente, comprende la edad moderna, la edad hipocrática que no se atreve a reconocer la verdad y contemplar el desnudo. Así se pasa, una tras otra, por la edad de oro, la edad de plata, la edad de hierro; la mitología, el catolicismo y la Biblia, la ingenuidad griega, la serenidad antigua y la gazmoñería actual. 

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