Manual para perdedores de batallas
agosto 10, 2009Me gusta cĆ³mo llueve en “Los cien dĆas” de Josep Roth. Llueve bajo amenaza. Llueve como un mal presagio. Llueve para aumentar la desdicha de sus personajes: NapoleĆ³n Bonaparte y el ama del servicio Angelina y la pitonisa Victoria Casimir. Son los Ćŗltimos cien dĆas que gobernĆ³ el emperador NapoleĆ³n antes de perder todo su imperio en Waterloo. Me gustan los contrastes de Roth: espĆas de rostros amables y miradas falsas. Hombres que detestan a las mujeres pero las quieren poseer. Que odian el matrimonio, pero lo solicitan. Que tienen miedo, pero se hacen matar a nombre de nada.
Saltar de Stendhal a Roth es como estar leyendo dos versiones de un mismo libro. Es como estar leyendo a un maestro y un discĆpulo, pero con la salvedad de que el discĆpulo es mejor que el maestro.
AsĆ deberĆa ser siempre.
Para la expectativa de este blog, sin embargo, ni Roth ni Stendhal aclaran la duda: ¿cĆ³mo fue Waterloo? Roth cuenta la batalla de Waterloo como un esbozo de pintor que ve desvanecerse en el enjuague del pincel una obra que nunca pintarĆ”: a travĆ©s de la mirada de NapoleĆ³n derrotado. Stendhal a travĆ©s del romĆ”ntico y negligente y descuidado corazĆ³n de un inepto. ¿Por quĆ© los grandes novelistas eluden siempre los frentes de batalla y las primeras lĆneas de batalla y los pormenores del combate? Porque no los vivieron.
(Pero un momentico, Stanislaus, eso es una bonita frase, pero no una generalidad, porque recuerda que Tolstoi estuvo de militar en Crimea y sabĆa muy bien de lo que hablaba en Sebastopol y Stendhal tambiĆ©n fue militar y Roth combatiĆ³ en la primera guerra mundial… El Ćŗnico escritor de esta serie dedicada a la novela de guerra que logrĆ³ contar una guerra desde el frente con todo lo que aprendiĆ³ en los libros, fue Flaubert, y tĆ¹...)
Pero si yo lancĆ© bombas de quinientas libras en el YarĆ y fusilĆ© a falsos positivos en el Catatumbo y fui machetero en la batalla de Palonegro y descuarticĆ© en MapiripĆ”n y fusilĆ© cachiporros en el 48 y torturĆ© en la quinta brigada de Bucaramanga en el 73, todo todo segĆŗn la ficciĆ³n...
(Pero todo eso lo aprendiste en los libros, guevĆ³n... eres un soldado, sĆ, pero de biblioteca...)
Pues sĆ, pero no me van a negar que es la mejor forma de matar.
De modo que Roth viviĆ³ una guerra, pero eligiĆ³ escribir de otra. Waterloo. SĆ³lo que de la caĆda de NapoleĆ³n en Waterloo lo Ćŗnico que se le quedĆ³ por narrar fue la batalla. En realidad no es una novela de guerra Los Ćŗltimos cien dĆas. O sea que es una de las mejores novelas de guerra porque no escarba la guerra, sino las causas del desastre; las equivocaciones garrafales de un hombre en declive; NapoleĆ³n Bonaparte, emperador de Francia. La maestrĆa de Roth radica en humanizar a un personaje difĆcil que era propiedad privada de la historia, y no de cualquier historia, sino de la historia de Francia. ¡CĆ”gate Michelet! Precisamente los personajes mĆ”s difĆciles para hacer literatura son los que mĆ”s han sido registrados por la historia. Y son difĆciles, porque es casi imposible sacarlos del corsĆ© en conducta que le han puesto toneladas de historiadores y miles de testimonios “de viva voz” de aquellos que les conocieron en vida y en libros y aspiraron a probar una piltrafa de gloria diciendo “yo tambiĆ©n estuve ahĆ”. En Roth no nos encontramos ante explicaciones histĆ³ricas, sino ante sondeos morales: NapoleĆ³n Bonaparte estĆ” loco en su novela, actĆŗa en funciĆ³n de mil presagios.
(Pero si tĆŗ tambiĆ©n actĆŗas en funciĆ³n de mil presagios, Bhor, ¿acaso estĆ”s loco?)
SĆ, pero yo no soy emperador de Francia.
Este emperador no atiende a su razĆ³n, porque cree que hace rato que le estĆ” fallando. AsĆ que atiende a su corazĆ³n, porque el corazĆ³n tiene razones que la razĆ³n no entiende: manda llamar a la bruja Victoria Casimir y se hace leer los naipes y siguiendo el augur de los naipes emprende la campaƱa que no lo llevarĆ” a ninguna parte.
O sĆ: lo llevarĆ” a Waterloo a morder el polvo, luego a Inglaterra con las manos en la nuca y luego a la isla de Santa Helena a comer camarĆ³n y chipichipi en el destierro. La novela de Roth es una gran derrota narrada. No puedo dejar de hacer un paralelo y una conjetura con otra gran novela: El general en su laberinto. AllĆ tambiĆ©n tenemos a un personaje histĆ³rico humanizado hasta la quisquillosidad, retratado en su esplendido declive. GarcĆa Marketing debiĆ³ tener a Roth entre sus fuentes para reconstruir a BolĆvar. Tal vez lo conjeturo por la manĆa supersticiosa y el lenguaje derrotista pero sentencioso de BolĆvar en camino de Santa Marta. Del mismo modo sentencioso hace hablar Roth a NapoleĆ³n Bonaparte camino de la costa. La intriga entre generales y los momentos de exaltaciĆ³n donde el derrotado parece alzar brĆos y erguirse sobre sus ruinas me parecen tributarios en Marketing. La inverosimilitud en que incurre Marketing, sin embargo, es que no tuvo en cuenta que BolĆvar era escĆ©ptico. El esotĆ©rico era su autor. En cambio Roth estaba bien informado de las supersticiones de NapoleĆ³n. Todos los incrĆ©dulos derrotados se vuelven supersticiosos. BolĆvar y NapoleĆ³n eran signo leo: hombres escĆ©pticos que se vuelven creyentes de un mundo numinoso ante la contemplaciĆ³n del final. Sin embargo, la diferencia entre NapoleĆ³n y BolĆvar era que BolĆvar era ascendente Leo, un escĆ©ptico total, y NapoleĆ³n Acuario, un genio del pensamiento prĆ”ctico y del pensamiento mĆstico. Roth se aprovechĆ³ de este detalle y logrĆ³ hacer lo que ningĆŗn historiador ha hecho: una obra maestra del perfil sicolĆ³gico. Incluso el NapoleĆ³n de LeĆ³n Bloy comparado con este es simplemente el megalĆ³mano histĆ³rico que todos hemos conocido por culpa, entre otros, de Chespirito que hacĆa a todos sus locos creerse NapoleĆ³n.
Joseph Roth ha hecho verdadera literatura con un personaje del que se ha escrito todo y del que la historia creĆa haber develado todo, menos lo que pensaba en sus adentros por los dĆas en que fue derrotado. Roth tiene la maestrĆa de reducir el fresco de la derrota a dos imĆ”genes poderosas: NapoleĆ³n daltĆ³nico confundiendo el color de la sangre roja de sus soldados con el color azul, y el emperador rendido ante los ingleses y aferrando el catalejo para que la tripulaciĆ³n del barco enemigo en que se marcha de Francia no lo vea llorar. Hay ademĆ”s una historia alterna a la de NapoleĆ³n en esta novela que es otra perla fundida en letras: la historia de Angelina su ama de llaves; una mujer devota de su emperador que lo entrega todo por Ć©l, hasta la vida insignificante de mujer bastarda y paridora de bastardo que lleva (por eso nunca sabemos su apellido). Pero al parecer Roth usĆ³ a este personaje sĆ³lo para tener con quĆ© entretener al lector en ParĆs mientras a NapoleĆ³n lo hacen aƱicos en Waterloo. Aun seguimos sin saber cĆ³mo ocurriĆ³ Waterloo. La Ćŗnica posibilidad de seguir imaginando esta batalla que decidiĆ³ los destinos del mundo entero sigue siendo la de Stefan Zweig, en Momentos estelares de la humanidad… un sicĆ³logo que le echa la culpa de la derrota al Mariscal Ney…
Pero eso serƔ en otra reseƱa.Imagen:
Waterloo, por supuesto
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