Recetas para despuès de una guerra

febrero 12, 2010


Hay un libro de cocina escrito por un maestro de escuela español que me encanta por el título: Recetas para después de una guerra. Habla, por supuesto, de la del 36, la del millón de muertos, la que vio huir a Machado, herido en la espalda, apoyándose en su madre, camino de la frontera, donde finalmente murió. La que fusiló a García Lorca en una cantera y a Miguel Hernández en una mazmorra, la de Franco, la de España. Luis Fausto Rodríguez de Sanabria, que así se llama el maestro de escuela, dedica este libro a las cincuenta recetas que escribió su madre en un lustro que abarca los primeros años de la era franquista.
La primera receta, data del 1 de abril de 1939.
Va acompañada por un breve extracto de prensa ut supra que nos hace asistir al momento:
“último parte de guerra: en el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”
En seguida empieza la historia de las Gachas de pastor con torrenoz: una columna de refugiados avanza hacia Le Perthus. Desarrapados, descalzos, con todo lo que les queda metido en un canasto, avanzan mujeres y niños en busca de los refugios que dispone siempre la Cruz Roja para los perdedores de guerras. Los niños halan las faldas y faltriqueras de las abuelas y madres y dicen que tienen hambre. Las mujeres ignoran a los niños para ignorar que ellas también tienen y se distraen conversando entre sí, preguntando de dónde vienen; ninguna dice para dónde va. No importa a dónde ir. Pero hay que ir, o sea: alejarse. Una dice que viene de Barcelona, que su marido era militar, de los rojos, y que ahora quién sabe qué irán a hacer. La otra dice que ánimo, que tal vez no esté muerto, que vea esa banca a orillas del camino, que si alguien le da un poco de harina y una perola y algo de fuego hará para todos una gachas que quitan el hipo. Todos se detienen. Para quitarse el hipo. Luego aparece el harina, el agua, la perola, comen, conversan, dicen que ya ha pasado lo peor, que ojalá sigan vivos sus maridos… Los niños duermen la siesta y las mujeres sueñan…
Al final viene la receta refinada para después de una guerra:
Gachas de pastor con torrenoz
6 cucharadas soperas colmadas de harina de trigo o maíz. Tocino curado y con corteza. Una cucharada de pimentón dulce o picante. Litro y medio de agua. Sal.

Son cincuenta historias y cincuenta recetas que según el autor no pretenden otorgarle a los republicanos la revancha en la cocina de la guerra fracasada. El maestro de escuela (última profesión con dignidad que le queda al mundo) tampoco busca un sesgo político a favor de los perdedores, menos de los ganadores. Es un narrador que no irrumpe, que cede la palabra, que sabe que la mejor forma de comprenderlo todo es oyendo al otro. No culpa al asesino, escucha sus razones. No se relame las heridas. No culpa a los franquistas, ni se conduele de los republicanos. Sin embargo, en el rincón de algún párrafo siempre está escondida la atrocidad.
Las recetas para después de una guerra usualmente las recuerdan los niños, y las recuerdan de grandes porque las hicieron famosas sus madres y abuelas, mujeres que tuvieron la idea genial de hacer caldo con pimentones a falta de cilantro y tomate, mujeres que al final tienen la valentía de levantar el ánimo y la vida y reconstruir un país con mendrugos de pan.
Hay una receta atroz en este libro: Sopa de cebollas, con Miguel Hernández en la sombra.
¿Qué más político que Nana de Cebollas de Miguel Hernández?

Recetas para después de una guerra
Luis Fausto Rodríguez de Sanabria
Año: 2001
306 Páginas
Editor: Punto de lectura, Santillana
Imagen:
http://budapest.cervantes.es/FichasCultura/Imagenes/H_portada.280.180..jpg

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