Himno fùnebre de la clase media

marzo 11, 2010

Hace 20 años que cayó el muro de Berlín, y en una reacción atómica digna de Groucho Marx se desmoronó ese castillo de naipes marcado en todas sus caras por la hoz y el martillo: la URSS. Los que éramos rabiosos imberbes entonces tuvimos que cambiar de mapas y desaprender lo aprendido. Que Lituania, Estonia y Plutonia eran tres países. ¿Qué no hay Plutonia? Ya ven, la culpa es del nuevo orden mundial que desdibuja y crea fronteras cada 40 años. Todo lo aprendimos mal. Vi caer el muro en un televisor Itachi que mi madre ganó en una rifa. Por estos días lo volví a ver en un video de Pink Floyd y me hizo pensar en todos los arrepentidos y en todos los oportunistas que para adaptarse a los cambios les basta con cambiar de chaqueta y de ropa interior.
Cuando cayó la Unión Soviética los abanderados de la internacional comunista bajaron el asta, se cambiaron de bando, pidieron disculpas y dijeron que la Historia como concepto, había concluido. Las utopías quedaban enterradas. Ya las sociedades no se podían revolucionar como se creía hace 200 años. La supremacía del capitalismo ahora no tenía ningún obstáculo para que el consumo humano exterminara a todo el planeta. El mundo era perfecto, y los Estados Unidos tenían el mejor modelo de sociedad posible (que los demás pueblos estaban obligados a calcar).

“Exceptuando una herencia aun importante pero destinada a disminuir, constituida por libros y construcciones antiguos, que por otra parte son más a menudo seleccionados, relativizados según la conveniencia del espectáculo, no existe nada en la cultura, en la naturaleza que no haya sido transformado, según los medios y los intereses de la industria moderna. Incluso la genética ha llegado a ser plenamente accesible para las fuerzas determinantes de la sociedad. )(A la ciencia ya no se le pide que comprenda al mundo o que lo mejore en algo; se le pide que justifique cada aberración que se comete.”

Las comillas provienen del francés Guy Debord que por 1967 publicó un libro empastado en lija para que no pudiera juntárselo en con los demás libros del anaquel, un libro cuyo título genérico (La sociedad del espectáculo) era una ironía que señalaba de entrada su contenido: un manual de instrucciones para desmontar pieza por pieza el sistema de dominación del mundo moderno (ese espectáculo movido por los hilos de la economía, ese mundo mediático en el que el Estado Democrático era la coartada perfecta de los propietarios del mundo capitalista para pasar de multimillonarios a billonarios, mientras que el Secreto era el pilar de dominación del mundo socialista). Aquel hombre bajito, leve, con apariencia simultánea de duende y proxeneta, Guy Debord, cuando cayó el muro de Berlín fue uno de los pocos que comprendió que dos categorías esenciales para entender la Sociedad moderna (lo espectacular concentrado y lo espectacular difuso) ya no tenían soporte en la realidad; no porque uno de los dos modos de operar del espectáculo (la dictadura del proletariado) se hubiera desmoronado, sino porque el triunfo rotundo del consumo recogía las banderas de su contendor comunista como botín de guerra y ahora las incorporaba a su originalísimo estilo para dar origen a una nueva forma de dominio total al que llamó “Lo espectacular integrado”.
Guy Debord vio lo que los demás no querían ver: que no caía un modelo de dominación, sino que un supermodelo nacía nuevo. Espléndido. Imperialista. Capitalista. 

“Con frecuencia se prefiere llamarlo mediático más que espectáculo. Con ello se quiere designar un simple instrumento, una especie de servicio público que administra con imparcial profesionalidad la nueva riqueza”.

Desde entonces se trazó el compromiso de vivir cuatro años más, cuatro años para constatar los cambios del nuevo orden mundial y escribir una serie de apuntes para actualizar ese libro que parecía escrito por un mamerto de vieja guardia: La sociedad del espectáculo. Estos apuntes los publicó luego bajo el título Comentarios a la S.E (esta vez encuadernados sin lija), allí comparó sus viejas tesis con la historia reciente del mundo y concluyó que el chiste es cruel, pero da risa: no somos ni el mundo ni menos la Historia. La realidad la fabrican 50 cómicos, 50 hijueputas que encarnan la sociedad civil y la opinión pública mientras los demás, contados por millones, nos creemos la sociedad civil y la opinión pública. Agregó que nada había cambiado en el mundo, sino que había empeorado, se rió de los ilusos que saludaban a un mundo vivible en el que la amenaza nuclear de la guerra fría se conjuraba poniendo las ojivas en manos de la “civilización” y luego, para dejar una muesca que trazaba el destino de los hombres críticos, se suicidó, en noviembre de 1994, y dio así su última lección que puede expresarse en este slogan: métanselo por donde les quepa (el mundo).


Los mejores chistes de la década

La sociedad del espectáculo en que vivimos nos tiene acostumbrados a las abstracciones, nos tiene tan familiarizados con las pegas y con las bromas que todo lo aberrante nos parece trivial. Que le metan el dedo en la vagina a las damas para entrar de visita a una cárcel, que un código de policía obligue a ponerse de pies cuando suene el himno nacional, que nos bajen de los zapatos en una calle para ver si llevamos pecueca o mariguana, que sea un delito cívico orinar en un andén, o fumar en una “cigarrería”, que nos nieguen la VISA de turista a un país tan importante como Ecuador o tomarnos tan siquiera una fotografía en un centro comercial.
Otra broma común de esta década es que el enemigo invisible de nuestra democracia es el Terrorismo.
¿Les suena?
Miren estas perlas:
“Somos el eje del bien, y el terrorismo islámico es el eje del mal”
Bush, declaraciones en CNN 12 de septiembre de 2001.
“Afilen la puntería, señores generales, porque tenemos que derrotar lo que queda de terrorismo en los últimos 150 días de mi gobierno”
Uribe Vélez, durante una parada militar, ayer.
“Estados Unidos está comprometido en una guerra contra el terrorismo y yo defenderé la seguridad nacional de todos los ciudadanos de los Estados Unidos de América en cualquier lugar del mundo donde se ponga en riesgo la vida”
Obama, posesión, 1 de enero de 2009.
“A mí no venga a meterme terrorismo, si se va a ir, váyase, pero aquí no vuelve”
Mi dama, durante una pelea conyugal, anoche, lo que demuestra que el vocablo es pegajoso y se ha insertado en la impronta lingüística y en la conciencia de la cultura como un adjetivo indiscriminado de uso común.
A todos ellos contestaría Debord:
“La historia del terrorismo está escrita por el estado; es pues educativa. Las poblaciones espectadores no pueden saberlo todo sobre el terrorismo, pero siempre pueden saber lo suficiente como para ser persuadidas de que, comparándolo con este, lo demás deberá parecerles más aceptable, en cualquier caso, más racional y democrático”.
Otra broma: que vivimos en un Estado de derecho. El “Estado de derecho” que suplanta al retrógrado “Estado democrático”, ese Estado que dicen defender nuestros políticos amantes de la res-pública, es una bella metáfora según Debord acuñada por la MAFIA (siciliana) hacia los años 70s para encubrir con una expresión socialmente correcta un proverbio que parece ingeniado por la lógica admirablemente cínica del actual presidente Silvio Berlusconi: “cuando uno tiene dinero y amigos se ríe de la justicia”. Es decir que las leyes se pueden violar legalmente (con dinero y amigos influyentes).
Otra broma: que somos libres. Para pagar en efectivo o a cuotas; para gastar, invertir y comprar. Para todo lo demás, existe Master-Card…
Y aquí mi preferido: que tenemos derecho a la expresión, y derecho a ser informados. Como si la información que recibimos a diario sin ser sometida a contraste y a ninguna comprobación no fuera lo contrario: confusión, desinforme. Como si el monopolio de los medios informativos al servicio de la economía no fueran la perfecta fábrica administradora del silencio. Como si a la sociedad del espectáculo le importara un cojón lo que el público piense o prefiera o elija.
“La falsedad sin réplica ha acabado por hacer desaparecer la opinión pública, que primero se encontró incapaz de hacerse oír y después, muy rápidamente, incapaz siquiera de formarse. )( La sociedad modernizada hasta el estadio de lo Espectacular Integrado se caracteriza por el efecto combinado de cinco rasgos principales que son: la incesante renovación tecnológica, la fusión económico-estatal, el secreto generalizado, la falsedad sin réplica y un perpetuo presente. )( La primera intención de la dominación espectacular era hacer desaparecer el conocimiento histórico en general y, desde luego, la práctica totalidad de las informaciones y los comentarios razonables sobre el pasado más reciente.”


Mafia y capitalismo: hermanos siameses

Hay, sin embargo un pequeño comentario en ese último libro de Guy Debord que me enorgullece porque es la primera vez que Colombia contribuye con algo a la historia del desarrollo capitalista occidental, y de paso a los estudios culturales en boga:
“En enero de 1988, la mafia colombiana de la droga publica un comunicado destinado a modificar la opinión pública sobre su pretendida existencia. La mayor exigencia de una mafia allí donde pueda estar constituida es, naturalmente, establecer que no existe o que ha sido víctima de calumnias poco científicas; ese es su primer parecido con el capitalismo. Pero, en este caso, esa mafia irritada por ser la única o la que se ponía en evidencia llegó a mencionar a los otros grupos que querían hacerse olvidar tomándola abusivamente como chivo expiatorio.”

¿Cómo coño llegó a manos de Debord el comunicado del narco Carlos Ledher Rivas donde a nombre de los extraditables el capo caldense (hoy condenado a perpetua bajo tierra, ayer hombre de ambiente de los salones homosexuales de jovencitos de Medellín) le entregaba al mundo, sin saberlo acaso, las claves para entender las similitudes notables entre mafia y capitalismo?
He buscado en mis notas y a parte de los comunicados de 1988 de los Extraditables, los únicos que encajan con la cita de Debord son las columnas que mandaba a publicar Ledher a página entera en la época en que era el hombre más rico de Colombia y había fundado un movimiento político en Manizales (1983), la misma época en que Pablo Escobar era representante a la cámara y uno de los más ricos de Latinoamérica… Para ese 1988 (año negro) que señala Debord las líneas no son de los “Barones de la mafia” sino de los extraditables. Tal vez le llegó con dos años de retraso el anuncio. Pero la cita vale. En 1983 los mafiosos se declaran como un poder de equilibrio dentro del sistema político y económico de este país y hasta Ledher hace una propuesta audaz que hoy es casi un mito entre los que vivieron aquella década: pagar la deuda externa de Colombia para no deberle nada ni rendirle cuentas a nadie (léase USA). ¿A cambio de qué? De hacer de este país un bello paraíso fiscal y reconocer a los mafiosos, de hacer prosperar el negocito y convertirlos en una pieza más de nuestra pujante economía, y de paso sembrar las bases de la única transnacional del tercer mundo, Made in Colombia. En 1988 los barones de la mafia eran llamados “extraditables” y estaban en guerra contra el estado por el anuncio que hizo el presidente Betancurt durante el sepelio de su ministro de justicia Rodrigo Lara asesinado por la mafia: “Colombia entregará a los delincuentes pedidos por delitos en otros países”; lema que su sucesor Virgilio Barco asumió (pese al alzhaimer con que gobernaba y que le hacía hablar de sí mismo en tercera persona:
Secretario de palacio: “Señor, presidente, acaban de poner otra bomba…”
Virgilio Barco: ¡Ah! ¡Hay que informarle ya mismo al presidente…!
Secretario: Pero el presidente es usted…
Los capos estaban, como se ve, en otro punto de la pirámide de los emergentes, dispuestos a demostrar por la fuerza el poder de soborno y de corrupción y de fuego que tenían con su ejército de matones a sueldo. Pablo Escobar (después se supo que él redactaba los comunicados de “extraditables”) en 1988 se despedía de los colombianos con una frase que haría su recorrido de popularización para convertirse en canción y luego en proverbio: prefería una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos. Luego lacraba los comunicados con una bomba en una plaza de toros o en un avión.
La década de los 80s es en realidad un periodo significativo para entender el proceso de cómo nuestro Estado democrático pasó a ser un simple Estado de derecho donde las leyes se pueden violar legalmente (en una involución maravillosa el actual presidente de Colombia ha propuesto que ese mote de Estado de derecho tampoco nos sirve y en consecuencia debe ser llamado Estado de opinión, indicando así un estado donde la ley no sólo se puede violar legalmente sino que se hace con el visto bueno y la aprobación de la mayoría).
El escritor R.H Moreno Durán le dio una expresión significativa al ascenso poderoso de la mafia al poder antes de morir: En Colombia la política corrompió al narcotráfico. Lo que me enorgullece de hallar a mi país mencionado en un libro de Guy Debord es que el escritor francés destaque el señalamiento que hacen los mafiosos colombianos para establecer un paralelo notable entre mafia y capitalismo. La parte destacada es aquella en que Carlos Ledher (en 1983, no en el 88) advierte que la mafia del narcotráfico es sólo una entre muchas mafias: “Nosotros no pertenecemos a la mafia burocrática y política, ni a la de los banqueros y financieros, ni a los millonarios, ni a la mafia de los grandes contratos fraudulentos, los monopolios o el petróleo, ni a la de los grandes medios de comunicación.” ¿Se proponía Ledher nivelar a todas las mafias disfrazadas de gremios económicos, o degradar a estos gremios al nivel organizativo de los narcos? Sólo un mafioso confeso puede reconocer a los de su propia calaña.
A partir de esta cita, Debord analiza varios modelos de mafias en el mundo, partiendo de la camorra italiana, mencionando a la mafia rusa y extendiendo su brazo hasta Al Capone y la época de la prohibición del alcohol en Estado Unidos. Con ello establece similitudes entre capitalismo y mafia al punto de que uno empieza a sospechar de que el sistema capitalismo es una mafia, funciona como mafia y como mafia gobierna. La filigrana que desmadeja Debord no sorprende por la similitud que parece emparentar a todas las mafias entre sí, sino la similitud que ostenta el sistema mafioso y su correspondencia con el sistema de los estados (Sociedad del espectáculo), teoría que haría especialmente significativa lo que aparentemente era una intuición de R.H Moreno Durán. En Colombia la política corrompió al narcotráfico, porque la política es la forma más legal de ser delincuente.



Cerebros artificiales

La conclusión final de Comentarios a la sociedad del espectáculo es que el espectáculo actualmente afronta un relevo “en la casta corporativa que administra la dominación”. Ya había señalado Guy Debord en su primer libro cómo se protegía esa dominación transformando la realidad a través de los medios, potenciando a niveles insospechados la producción y el consumo y apropiándose del poder político. Ahora parece interesado en desmontar las alianzas mutuas, en comprender las correspondencias y solidaridad entre viejos enemigos reconciliados, llámense Capitalismo y Comunismo, llámense Mafia y Estado, ect.
De todos estos apareos entre hermanos incestuosos el semen ansiolítico de los medios de información ha engendrado un feto monstrenco que perpetuará la casta de nuestros mandatarios: El espectador pasivo.

“Se supone que el espectador lo ignora todo, que no merece nada. Quien mira para saber la continuación no actuará jamás; y ese debe ser el espectador.”

Sin él, nada sería posible. Debord lo bautiza con una muletilla académica (desgraciada manía a la que nunca pudo sobreponerse a razón de parecer un charlatán y ser despreciado por la academia, que finalmente lo desterró de los manuales a este Doctor en Nada) “Hombre espectacular empobrecido”.
La sociedad del espectáculo, con todo el poder de persuasión operando a su favor, ha procreado, por fin, en estas dos décadas, al hombre del presente que hace medio siglo llamaban del futuro:

“El individuo a quien ese pensamiento espectacular empobrecido ha marcado profundamente, y más que cualquier otro elemento de su formación, se coloca ya de entrada al servicio del orden establecido, en tanto que su intención subjetiva puede haber sido totalmente contraria a ello. En lo esencial se guiará por el lenguaje del espectáculo, ya que es el único que le resulta familiar: aquel con el que ha aprendido a hablar. Sin duda intentará mostrarse contrario a su retórica, pero empleará su sintaxis. Este es uno de los más importantes éxitos obtenidos para la dominación espectacular. Por eso jamás la censura ha sido más perfecta. Jamás a aquellos que se sienten ciudadanos libres se les ha permitido menos dar a conocer su opinión. El espectador lo ignora todo, sólo mira, no actuará jamás; esa es la naturaleza del espectador. Hoy todos los espectadores son legión.”

Razones tenía de sobra Debord para convertir su suicidio en la última lección: el único poder que le queda al espectador es el de desconectar el cable y apagarles el micrófono.
Comentarios a la Sociedad del Espectáculo empieza con palabras escépticas: “la desdicha de los tiempos me obligará a escribir de manera novedosa una vez más”.
Y termina con una divagación existencial sobre el trabajo mal gastado, sobre la vida despilfarrada en hacer de los asnos hombres pensantes:
“Se ha trabajado vanamente cuando se ha hecho sin éxito, de manera que se ha perdido el tiempo y esfuerzos: se ha manejado en vano cuando se ha hecho sin lograr alcanzar el fin propuesto, a causa de un defecto en su realización. Si yo no puedo acabar mi labor, trabajo vanamente, pierdo inútilmente mi tiempo y mi esfuerzo. Si mi tarea acabada no tiene el efecto que yo esperaba, si yo no alcanzo mi objetivo, he trabajado en vano; es decir he hecho una cosa inútil.”
El grado más refinado de la censura moderna es llevar a tipos como Debord a tales conclusiones.
Y se mató.
Por la ventana del edificio.
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