El aporte de Pablo Escobar a la literatura colombiana

marzo 26, 2011

Pablo Escobar Gaviria
De nuevo en El Poblado. Al interior del Mall. Damos vuelta al coloso etrusco buscando una puerta de salida, y de paso notamos que está hecho para perderse, como la casa de Minotauro, para nunca salir, para que te quedes a vivir dentro. Una multitud de vendedores jóvenes de todos los sexos se apresuran a abrir los locales. Los pisos de espejo multiplican nuestras siluetas en todas direcciones. No entramos a ningún local. Me siento vigilado. Hay cámaras y guardias de seguridad por cada diez metros. Los celadores nos miran como gente rara, que solo observa, que nada compra. Alguna vez, atravesando el Centro Andino de Bogotá, caí en una requisa infame donde tuve que desmantelar mis zapatos para poder atravesar la cuadra. Las FARC acaban de volar el Club El Nogal con un carrobomba dos noches antes. Un amigo me acompañó a hacer mi acostumbrada cartografía de la infamia en escenarios de matanza domésticos. Era la primera vez que mi amigo anarquista pisaba el norte de Bogotá, y a todo rato repetía, la sangre indignada, el recelo por el consumo demente “si fuera guerrillero, aquí también les pondría una bomba a estos ricos hijueputas”. El celador debió oír y nos arreó a la policía, por si acaso.



Ariadna me lleva del hilo. Salimos del laberinto y tomamos nuevamente la avenida El Poblado, en busca del Mónaco. El edificio que sí fue de Pablo Escobar.



El Poblado es un sueño del primer mundo en el tercero. Pero al mismo tiempo son las antípodas de Belencito Corazón, el barrio más pobre que queda justo en el frente. La localización del barrio de inversiones millonarias es un oasis de verdor, un velo tupido de árboles que hacen de cortina a la cordillera pálida y erosionada donde viven (mueren) los pobres. Si en la comuna 13 cuatrocientas personas viven en una hectárea de tierra, en El Poblado, viven 20 en una hectárea. El abismo que separa estas distintas ciudades unidas a la fuerza me recuerda la separación radical de esa ciudad futura con murallas y puntos de chequeo en la novela Angosta de Faciolince. El lujo excesivo de El Poblado contrasta y envilece aun más la inopia de las comunas.



¿O son las comunas las que opacan la opulencia de El Poblado?



Le pregunto a un vendedor de empanadas si sabe cómo puedo encontrar el edificio Mónaco. Dice que claro, que el de Escobar, y sonríe como si estuviera encantado de hacer la misma indicación todos los días. Es un gesto espontáneo y tranquilo de guía gratuito, todo lo opuesto al show de reclamaciones que hará en la noche un amigo epidérmico, profesor de universidad, que nos amonestará por lo que a su juicio es “exaltar el mito de Escobar” visitando sus propiedades.
Como si Escobar fuera realmente un mito.
Como si los escritores se lo hubieran inventado.



La influencia de Pablo Escobar y su aporte a la literatura colombiana es incalculable. Guardadas proporciones, similar a la de Hitler con la literatura del siglo XX. Desde la crónica firmada por un premio Nobel hasta el subgénero tipo narco (sicaresca) practicado por una decena de autores nacionales de varios calibres (y el adjetivo jamás me pareció más apropiado) que han incursionado en la novela y el relato, pasando por el teatro de José Manuel Freidel, las crónicas y reportajes de buenos y medianos y malos periodistas, entre las que destacan La parábola de Pablo y No nacimos pa semilla, de Alonso Salazar (hoy alcalde de la ciudad) y el propósito unánime pero frustrado de hacer el reportaje definitivo sobre el narcotráfico en la pluma de difunto Kapuscinsky, a razón de cinco por año, desde hace 20, se ha escrito sin parar todo un anaquel persiguiendo la figura de Pablo Escobar Gaviria, alias El Doctor, El Patrón; capo, bandido y jefe del Cartel de Medellín. Los títulos de estos libros pretenden casi siempre vender con una alusión explícita a la droga: El hombre que hizo llover coca, Los hijos de la nieve, Los jinetes de la cocaína. Otros pretenden vender por la solapa, dibujando un rasgo aun desconocido del capo: El verdadero Pablo (de un lugarteniente), Odiando a Pablo (de una amante), El otro Pablo (de una hermana, recién publicado). Entre las novelas, hay un título bueno, al que le agregaron un libro pésimo: Rosario Tijeras. Una monótona, llamada Delirio. Hay otro título bueno al que añadieron una buena novela, con algunas reservas: La virgen de los sicarios. Los argumentos de la mayoría de estas novelas tienen de fondo la ciudad de Medellín cuando estaba vivo el capo, o rozan de medio lado la vida del capo, o del cartel de Medellín, o su descomposición sangrienta, o están basados ya directamente en la vida de Escobar y de sus lugartenientes y de su ejército privado de sicarios. La vida de Escobar ha dado para inspirar corridos que suenan en las busetas y radios de todo el país, lamentables series de televisión con mucha audiencia, y malas series B de cine gringo. Las películas de Víctor Gaviria tienen como telón de fondo el ambiente que campeaba en las comunas de Medellín, que a su vez fueron el caldo de cultivo de los ejércitos del capo, y en youtube se pueden descargar cortes de al menos 12 documentales sobre el mismo tema: la guerra contra la cocaína, Pablo Escobar y el Cartel de Medellín, Pecados de mi padre, y un largo etcétera.
Sin embargo, el libro definitivo sobre Pablo Escobar, sigue sin escribirse. Y es que la última página aun sigue sin escribirse. La historia de Pablo Escobar es la historia del Narcotráfico. Y la historia del Narcotráfico sólo podrá verse, redonda, completa, con todas los contrastes, con todos los matices, con todo su absurdidad y estupidez, cuando la potencia puritana del Norte legalice el consumo, se desplomen los precios y la cocaína se desprestigie ante un alucinógeno más adictivo como el meet que produce hoy México y ha llevado a Ciudad Juárez lo que ya vivió Medellín. Entonces todos los muertos que ha puesto Colombia, las bombas, las torturas, la ruina de todas las generaciones que se han despilfarrado, parecerán lo que son: un chiste negro, ácido, en la historia del consumo universal. Hace dos años, cuando Monsiváis estuvo en Colombia, Mario Jursich, de El Malpensante, le preguntó en qué consistía el éxito de las crónicas y telenovelas y películas basadas en el narcotráfico. El cronista, incisivo, transparente, mínimo: “El éxito de la crónica sobre el narcotráfico radica en que los autores están contando la historia del hijo, el padre o el tío, del lector”.

(Continúa)

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