El demoledor de Babel, Larry Mejía

abril 05, 2011

Tom Waits

7 de abril. Movilización en el centro de Bogotá. ¿100.000 estudiantes? ¿Hay cien mil estudiantes inconformes en Colombia? No. También iban los profesores y los empleados hospitalarios. Salud y educación. Jodidos. Porque los hospitales y las universidades del Estado ya no son servicios: o generan ingresos propios, o se venden al mejor postor.
Una de las arengas (cántese en tono de bullerengue) decía:
Para la gallina el maíz, para el pueblo no hay arroz (bis)
Para los ricos la plata, para el pueblo represión (bis)
Iban simpáticos payasos disfrazados de rompehuelgas, ancianas con silbatos y perros con diarrea. Bombas de pintura se estrellaban contra las vidrieras de bancos y el Shopping Mall. Lo mismo de siempre.

Por lo mismo de siempre.

En la noche, repaso de “prensa seria”. Semana. Espectador. Tiempo. Todos dicen lo mismo: Que el ministro destaca comportamiento ejemplar en la marcha. Punto. (Contrastar con nota en Terra Perú, o con las protestas de Madrid)

¿Y los periodistas colombianos se fueron de asueto?
¿Todo el día en la calle detrás del rastro para destacar lo que destaca el ministro en su mullido sillón de burócrata? ¿Comportamiento ejemplar?

Aceptemos que no hubo gaseada (pero olía).
Aceptemos, sí, que hubo un exceso de comportamiento ejemplar (títeres, disfraces y actos simbólicos).
Pero, ¿y la marcha?
¿De qué iba? ¿Qué pedían los cienmil que marchaban ejemplarmente y no merecen ni una linea ejemplar por parte de la prensa seria?
¿Algún día lo sabremos?

28 de marzo. Ante un auditorio politizado hasta el tuétano, en la Feria Internacional del Libro de Venezuela (la oficial, porque hay dos; en Venezuela todo se hace con remake) Larry Mejía confesó que se había presentado al proceso de admisión de la Universidad Nacional de Colombia y no pasó; se presentó entonces a la Universidad Distrital, y no pasó; a la Pedagógica, y tampoco pasó (esas, aclaró para el público desinformado, son las universidades públicas de Colombia); se presentó a la universidad Javeriana, privada ella, y por no tener saldo bancario y por haber hecho una disertación sobre Huidobro y no sobre García Márquez fue rechazado durante la entrevista con el argumento de que tenía en su haber lecturas “inadecuadas” para el perfil de la facultad. “Entonces alguien me dijo que en Venezuela se podía publicar, se podía estudiar, y aquí estoy, y aquí está el libro, mi primer libro, gracias al comandante”.

2 de abril. El demoledor de Babel se llama su libro, en clave autobiográfica. Aborda la vida de un aprendiz de escritor que se ve arrojado a los extramuros de Bogotá para trabajar en la edificación de un hospital, construcción adscrita al un cartel de mafiosos de las obras civiles que contratan con el Estado colombiano y dejan todo a la mitad. “No hay obras terminadas sino abandonadas”, es el epígrafe, de Juan Calzadilla, maestro constructor. Esta memoria novelada está divida en ocho partes que describen el tránsito constante de un puñado de obreros sin contrato y el proceso de decadencia y corrupción de una obra civil. La voz narrativa es un Súper Yo exacerbado, heredero directo de los acusadores de la humanidad (a inventariar: Bernhard, Céline, Fernando Vallejo). Durante los ocho capítulos, el lector asiste al inventario de fracasos de un artista al que se le cerraron las puertas de la educación universitaria, de las oportunidades laborales y de la felicidad. Construido como un soliloquio lineal, adolece sin embargo de una estructura definida y de la densidad que requieren los personajes para subsistir en la mente del lector. Esto convierte al libro en un inventario de estampas, en un texto de acciones mínimas. En retribución, hay un gran deleite en el fraseo, una devoción por la música y una debilidad por el anacoluto que aproximan el texto a los terrenos de la poesía (una poesía a la vez agresiva y delirante). El demoledor de Babel esboza el mundo de corrupción que campea en las obras sociales colombianas (hospitales, servicios públicos), la desigualdad de clases que condena a los hombres libres a trabajos forzados, el mundo instintivo de los obreros de la rusa, de la construcción (pulverizados por un trabajo sin contrato en el que no hay perspectivas de alcanzar un porvenir). En un segundo nivel, narra la vida de los escritores de extracción popular (en Colombia la escritura tiene grado de escolaridad, estrato, sexo, edad) convertidos en un gremio marginal, escoria de un país al que no le interesó nunca el arte ni ofreció oportunidades al artista no probado.
A caballo entre el soliloquio y el panfleto, esta ficción autobiográfica constituye la suma intelectual y la declaración de principios de un escritor en ciernes que será capaz incluso de exiliarse para ver su obra publicada. Hay una apología del barrio Restrepo que es una demostración de cómo la fealdad puede generar una experiencia poética. Lamentablemente, son notables y numerosos los recursos de Fernando Vallejo que le sirven a Larry Mejía para construir este libro de memorias anárquico. Sin embargo, no es el primero ni será el último escritor joven que hace homenajes a sus maestros literarios imitando sus efectos.
La editó El perro y la rana, editorial adscrita al ministerio de cultura, en Venezuela, y vale 2 bolívares (un dólar son 8 bolívares). El tiraje consta de 3000 ejemplares. ¿Cuántas veces un editor colombiano ha lanzado más de mil ejemplares de un joven escritor desconocido?

Nota: Encontré al vuelo 27 gazapos. Si en el socialismo del siglo XXI es posible tener diez millones de escritores en circulación, de la misma forma debería haber diez millones de editores en potencia.

"Ellos allá y yo allá, y mi otro yo desde la esquina de este tiempo, desde el dintel de la existencia, desde el zumo mismo de la subsistencia, desde la quintaescencia de la vida que es el río construyendo un cauce hacia la muerte, pero esta vez estaba de nuevo construyendo un edificio, un hospital, un refugio de las almas laceradas por el dolor o por el puñal de Ciudad Bolívar, del sur, del sur innombrable que duele como la cuerda de una guitarra que se rompe en el mástil y en el alma, ellos allá y yo también, y mi otro yo construyendo la vida eterna, naciendo en las sombras de una ciudad que me había sepultado hace tiempo, o que yo había decidido sepultar"


Título: El demoledor de Babel
Autor: Larry Guillermo Mejía
Editorial: El perro y la rana
Año: 2011
Páginas: 119

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