Trópico de cáncer, Henry Miller

octubre 15, 2011

25. Uno para aprender a perder (reto 30 libros)

Tropico de cancer Henry Miller

1. El viernes, los indignados conmemoraban la muerte del “genio” Steve Jobs. El sábado, los indignados exigieron en las principales plazas del mundo una regeneración del sistema democrático y económico del mundo. El lunes, los indignados hacían cola en los principales supermercados para adquirir la avalancha de novedades que presentó Apple Store. Viento en popa, marcha la revolución.

2. La economía de hoy no se para en métodos por criminales que sean para enriquecer a un puñado de hijos de perra. En medio de la desesperación crematística, Colombia se prepara para estar a la altura del efecto dominó y aplaude el que Obama apruebe el Tratado de Libre Comercio, mientras los indignados alistamos el garrote para pulverizar las vitrinas y correr a donde indique la turba. Porque lo que viene es la guerra. Antonio Caballero acaba de pronosticar la tercera guerra mundial en la Revista Semana. Ya hay crac, hambrientos a raudales y países a la espera del saqueo (Libia, Medioriente, Venezuela, Irán); países ricos aquejados de déficit (España, Francia, USA); sólo falta un demócrata como Hitler y se implementará el plan de salvataje de las democracias bancarias de occidente. Bravo, Antonio. Después que no digan que no les dijimos.

3. El crac del 29 devaluó el dólar y los migrantes americanos (Stein y compañía) que vivían del turismo artístico en París metieron en sus maletas los cuadros de Picasso y de Matisse y regresaron a sus cuarteles de invierno. Cuando Henry Miller llegó a París sólo encontró las sobras de los locos años veinte y algunas pulgas. Había sido hasta entonces, sus 40 años, uno de los obreros anónimos que sostienen la economía del mundo sobre los omoplatos con ocho horas de trabajo mecánico mal remunerado. Decidido a hacer la carrera literaria a una edad en la que otros ya van en declive y han perdido la potencia vital, con un divorcio en común acuerdo y dos hijas para alimentar, no se amilanó. Renunció a la fábrica en el Greenwich Village, Brookling, NY, y se fue a París con un mantra en la cabeza: la obra. Su decisión era hacer el tránsito inverso al que hacía todo el mundo: en pleno pico de la crisis económica, renunciar a ser obrero, a sostener en su hombro las estadísticas y el salvamento del mundo arruinado por banqueros, y largarse a hacer una obra con las sobras de una gran ciudad de cultura en declive. En un año de andanzas mercenarias, mientras tomaba sopa solidaria y dormía en los albergues de mendicantes, recogió la información suficiente para urdir una novela abundante en escotes y descripciones de úteros; en prostitución, mendicidad y mendacidad; una obra hecha en la pobreza y el hambre; vista a través de su estómago, y en la que el leimotiv parece lo suficientemente significativo para estos tiempos deletéreos: “sólo pienso en comida”. La tituló Trópico de Cáncer y trató de que Silvia Beach, editora del Ulisses, se interesara en su libro, pero la Beach regentaba por entonces una librería sin clientes, en franca caída, como el mundo, y Miller tuvo que posponer la presentación en sociedad de aquel libro impresentable.

4. Trópico de Cáncer es uno de los mejores debut de la literatura. Miller llegó a conquistar Europa cuando los hunos ya iban en retirada y escribió una obra que se cuenta entre los grandes libros de memorias de escritores modernos en París, al lado de Estallidos y Bombardeos de Wyndhan Lewis, París era una fiesta, de Hemingway; Autobiografía de Alice B. Toklas, de Stein; Shakespeare y co, de la Beach. Trópico de Cáncer refina (iba a decir inaugura, olvidando a Casanova, a Sade, a Masoch, etc.) el género confesional, al salpimentar su historia con las aventuras sexuales y masturbatorias del protagonista y las prostitutas que se encuentra a su paso. Lo que la baba freudiana llama “subjetividad” no será la misma desde entonces. El narrador de Trópico de Cáncer escribe un diario con lo que a otros causa pudor. Describe las lacras de los amontonados en las buhardillas y los hoteluchos. Los malos olores, la suciedad. Habla de piojos y de excrecencias. De alcantarillas. De artistas del hambre que hacen cola en los albergues. De eyaculaciones en el pelo y los ruedos de las faldas de las damas. De mujeres que renuncian a ser madres y esposas para afrontar la trashumancia (en plena crisis sólo conseguirán un empleo digno en la prostitución y la ejercerán sin cargos de conciencia). En un mundo que le ha declarado la guerra a los malos olores la mirada escatológica de Miller, dispuesta a perder lectores mojigatos, aquellos incapaces de admitir que la intimidad sea objeto de exhibición, de exposición, de reflexión, resulta revolucionaria. La novela avanza por situaciones, por registros de acciones rutinarias, en clave de diario. Entre escenas se detiene el narrador para reflexionar sobre la indigencia en el arte, la atrocidad del capitalismo salvaje, las fuentes de la escritura, el amor, la idolatría del dinero, los fluidos corporales, la mezquindad y otras desesperaciones quiméricas.

5. Hoy poco se le reseña a Miller y, aparte de Edhasa, nadie más lo edita en lengua española. Algunos escritores, una vez adueñados de su herencia, incluso lo menosprecian en un parricidio deshonesto. Las feministas argumentan que sólo pensaba en úteros, felaciones y actividades análogas; que menospreciaba a las mujeres hablando de ellas con la parte por el todo; negándoles subjetividad. Pero olvidan que Miller vino a conjurar tabúes. Tabú es una palabra polinésica que significa No tocar. En 1934 el sexo seguía siendo intocable en literatura moderna, inexhibible, procaz. Y el que osara mostrarlo, debía ser proscrito. Miller escribió un diario con sus aventuras de escritor expatriado en un barrio de París, Montparnasse. Cuando al fin logró publicarla, la novela llegó a Estados Unidos y fue vetada de inmediato. Entonces se creó una forma soterrada de circulación que está en los anales de las conspiraciones chatilly: circulaba disfrazada en sus tapas por Candy, Mujercitas, Jane Eyre y otras novelas inofensivas. Se escribe para derrumbar un orden moral a riesgo de que una vez derrumbado el libro parecerá vetusto. Después de Bukowski, los Beat, el hipismo, la revolución sexual de los setentas, el destape inglés y el destape español, Philip Roth, Houellebecq, Millet, el informe Hite, meter vergas y vaginas y clouse up con sinapsis fálicas parece un imperativo para lograr superventas. Pero ya no es revolucionario. ¿Qué orden moral habría que trasgredir hoy? ¿Qué tal la superstición del dinero, la anatomía del consumo o la naturaleza del crimen? Miller vino a exponer el sexo en todas sus facetas, pero no sólo escribió sobre sexo puerco. Al final de su vida se dedicó a lo que algunos llaman Dios. Hizo biografías metafísicas, de Rimbaud, de Cendrars, de Moricand. El blanco de sus dardos y eyecciones es el culto a lo material, a la prohibición del placer, a la religiosidad. Su elevación mayor es mostrar el desprecio a la subsistencia cuando el precio que hay que pagar para poder comer es pulverizarse en una fábrica de agujeros keynesianos.

6. Miller y Boris viven amontonados en Villa Borghese, un hospedaje de artistas en la marquen izquierda de París. Están en verano. Tania, la mujer del dramaturgo (que detesta al dramaturgo, pero no le abandona por ser la mano que le da de comer) fabrica placer con quien pueda, pero dice amar alocadamente a Miller. Elsa llega ese verano. Viene de Alemania a buscar un mejor destino y un mejor empleo. Escribe una carta a su amante abandonado cuando Miller la toma per angosta vía. Germain, la puta de las zapatillas gastadas por andar todo el día en busca de clientes, la puta que tenía un ramo de flores entre las piernas, llegará después de Germain y enseñará su natura en la lavandería por un pocillito de café con leche. Marlowe, Carl, Fillimore… escritores, poetas y editores que no escriben ni editan, porque esperan un golpe de suerte: estafar a una mujer multimillonaria y salir de la crisis por la puerta grande, dando así al capitalismo una cucharada de su propia medicina. Pintores que están cinco días borrachos y van a pasar la cruda al hospital siquiátrico. Descripciones de los burdeles de Montparnasse y de los hoteles para pernoctar con un amor distinto por cada noche dormida. Dos americanos en un mundo en quiebra. Dos artistas del hambre, dispuestos a engullir París o a dejar que detrás del crac caiga la rama. Un verano, un otoño, un invierno, una primavera, con la melodía de la crisis mundial de fondo.

7. Es cierto: el protagonista de Trópico de Cáncer vive de las mesadas que le envía su esposa desde Estados Unidos para que sea escritor. Siempre resulta idóneo declararse en asamblea permanente ante el mundo si tu mujer te da de comer. Pero no es machismo. Es un homenaje a las mujeres que siempre sostienen la economía, costureras y manufactureras de las centrales lecheras del dolor.

8. En Colombia ayer marcharon 70 indignados, mientras que en Roma marcharon 200.000. De ambos lados las fotos muestran una legión de rebeldes con causa, todos vestidos con bluyines gastados a mano por chinos pagados con onzas de arroz; otros protestaron haciendo retweet a través de Ipod (ensamblados por niños en los recreos conductistas de Indonesia). Los demás indignados de Colombia, al parecer, no tienen Ipad. Ni casa. Ni empleo. Ni bluyín.

9. ¿Y por qué no protestamos dejando en casa la tarjeta débito, o rasgando empaques en los supermercados, o sembrando los tomates que nos comeremos, o lanzando mierda con catapultas de bacinica cual argentinos en corralito?

10. Algo verdaderamente revolucionario: la primera secuencia de The Meaning of Life, película de The Monty Python's.
Ver:
http://www.cuevana.tv/peliculas/2216/monty-pythons-the-meaning-of-life/

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