2012, Ezine, Bellow, Ipad, Iching, Carta, Un sueño

enero 08, 2012


Bellow. La entrevista a Saul Bellow por Gordon Lloyd Harper (The Paris Review, 1965) esboza tres aspectos que siguen vigentes hoy: ¿cuánto intelectualismo hay que imponer sobre una novela de ideas? ¿Cuál es el umbral de diferencia entre rebeldía y conservadurismo –en las posturas críticas y públicas del escritor-? Y estas oposiciones inquietantes: ¿realismo o racionalismo, optimismo o pesimismo?
Para Bellow la pesada afición al "marco teórico" que empezaron a profesar los escritores formados en la universidad después de la segunda guerra de Estados Unidos arroja como resultado exégesis gratuitas que nada aportan a la compresión y apreciación de un libro: “cree en la obra, no en el artista” (paráfrasis de Lawrence). Un personaje pensará de acuerdo a su universo y no debe ser convertido en tribuna para disparar tesis que esconden las ideas del autor. No hay “pensamientos elevados” por contraste con “pensamientos deliberados” en los temas de un escritor. La vida, cualquier anécdota, aporta y contiene y puede ser explotada a profundidad por un artista que busca respuestas de la existencia y no en los aparatos filosóficos y abstractos (Herzog, protagonista de la novela de mismo nombre, rechaza las ideas, se distancia de la praxis teórica al estilo Sartre y Camus, y simplemente medita sobre la vida de los profesores, de los estudiantes, de los judíos emigrantes, de los ciudadanos comunes). La disyuntiva para clasificar a los artistas en dos extremos (crítica radical y conservadurismo) es anestesiante. Un escritor no debe dejarse encasillar, precisamente porque la perspectiva del mundo y la vida cambian según la edad que tengamos. De ahí que ser completamente realista, impermeable a la ironía, o al delirio como a la fantasía, o ser completamente racional, al escribir, es un anquilosamiento de la literatura. El pesimismo puede ser tan vacío como el optimismo también (con lo que estoy de acuerdo, ver la obra de Fernando Vallejo). Los escritores apocalípticos, los que ha creído estar en el punto axial del desastre humano (Mann, Lawrence) han hecho de la explotación del pesimismo un falso no-mas-allá (como si fueran los últimos que escribirían sobre el fin porque el fin estaba cerca). Siempre habrá algo trivial o desconocido que devuelva el valor y el sentido de la vida a la existencia. Para Bellow el arte debe ser precisamente eso: “fijar la atención en medio de la distracción”. En síntesis, pasar fijándose. Bellow no se dejaba embaucar por otras dicotomías: pertenecer a una u otra corrientes literarias, enfrentar novelas de tesis frente a novelas de pensamiento espontáneo y tibio, le parece (parecía) una estrechez, cuando no una idiotez, simples modas impuestas por ideologías dominantes. Proponía entonces tomar la vía media entre el radicalismo y el conservadurismo, entre el pesimismo y el optimismo. La rebeldía era una forma del esnobismo: un culto a la personalidad en el mejor de los casos, pretexto para la bohemia, en el peor.
Suena bien, y sin embargo: ¿cuál es la verdadera contracorriente? La estética. Lo que queda en manos del escritor: ser revolucionario en la forma, en el lenguaje y en el pensamiento…

Sueño. Sebald había muerto y sus buitres acababan de publicar otro libro póstumo. Trataba sobre su último viaje (un diario a bordo de un barco que surcaba el Océano Índico). El libro venía en gran formato, como el Atlas Maior, pero con tapas amarillas y posters con fotos tomadas por el propio Sebald a bordo del barco: vida cotidiana de la tripulación, banquetes, estibadores, perspectivas del mar. Úrsula y yo aparecíamos en una de esas fotos. De repente ya no leía el libro sino me introducía en el momento de la fotografía. Era en el comedor del barco. Úrsula, sentada junto a Sebald, brindaba con él. Yo trataba de fotografiar la reunión, pero faltaba la luz y todos los intentos las fotos salían borrosas, distorsionadas. De repente volvía estar fuera del libro. Pasaba la página y veía una reflexión de Sebald sobre el 11 de septiembre y la caída de las torres. Había una fotografía del impacto en la segunda torre en el momento en que el edificio se pulveriza. No puedo recordar las palabras de Sebald.

Carta. Apreciado editor, comparto con usted el escepticismo ante los que predican el fin de las librerías ante el arrollador desembarco tecnolátrico. Pero apenas estamos ante una transformación de la forma de acceso al conocimiento y es difuso el fin de los libros a no ser que perdamos la capacidad de leer o la facultad de concentración necesaria para hacerlo. Yo mismo compré este fin de año media tonelada de libros entre los que destacan Canetti, Pitol y Fast, y recibí un Ipad de parte del niño Dios. Ahora empiezo a transferirle algunos libros en pdf que mi hermana tenía en un cd con otros 500 títulos y en los próximos meses probaré a leer en pantalla cuentos, ensayos breves, reportajes. En mi perspectiva actual, el Ipad y otros dispositivos se llevan bien con la soledad del transporte público. Solo lamento su talante etéreo que borra la compañía física del libro impreso. Sucede que tengo una biblioteca de referencia en la que me siento acompañado. Necesito tener a vista y a mano los libros que estimo como una forma de la compañía. Estoy en desacuerdo solo en su sugerencia de que las librerías, para subsistir, deberán plantearse actividades paralelas (lecturas, festivales, cafés) para permanecer y atraer lectores compradores. Algo así como que para ser librería hay que convertir el sitio en lo que no es: un sustituto del auditorio, un sucedáneo de las aulas, una empresa de publicidad. La experiencia de hallar un librero formado y un catálogo excepcional en la razón más grata para volver a cualquier librería. Y eso último: un librero formado (una mente prodigiosa, conexiones, réplicas, un toque de mala leche, un librero conocedor de editoriales y escuelas literarias, tan anacrónico como actualizado) es difícil de conseguir, entre otras cosas porque los dueños de librería no están interesados en tener sabios sino dependientes guardapolvo. Hace años intenté tener un empleo en una librería del norte de la ciudad y me excluyeron por el aspecto y porque aun no me había graduado de la universidad: querían tener un profesional para pagarle un sueldo de esclavo, y creían que uno debía agradecerles la oportunidad de codearse con la élite de la cultura que frecuentaba su local. Lo que no creo es que se sea librero de formación para decidirse a la promoción de novedades y de carreras literarias. Atraer con señuelos (charlas, festivales, firmas) y conseguir compradores de libros por esa vía puede ser una alternativa para las revistas empeñadas en la formación de públicos más que para librerías que no necesita público sino cautivar lectores por la selección de libros que se oferta. Aun para el caso de la revista en que usted escribe dudo que la estrategia periférica se haya visto representada en un aumento de suscripciones con cada festival. En una librería, la selección de títulos y la sapiencia del librero vale por lo demás y es el mejor ansuelo para volver. En todo caso, la mayoría de autores a los que valdría la pena encontrar en un recital ya se murieron. ¿Hay en Bogotá una librería a la que entraría Balzac o Joyce? ¿Cuál? ¿A razón de qué? Las conferencias, suvenires y dispositivos relacionados con la promoción del libro, de tomarse el camino que usted sugiere, suplantarán a los libros mismos. El espacio mínimo para tener un auditorio al interior de una librería en una ciudad con el metro cuadrado comercial más caro del país excede cualquier presupuesto para un librero no capitalista. Las librerías de gran superficie son las únicas que pueden darse ese lujo, tener actividad cultural alternativa, pero aun así son inmensidades ingratas donde te sientes pobre porque no tienes cómo pagar un libro de primera generación al que el editor le gana el 800%. El único negocio que no se quiebra con un grado tan alto de plusvalía es la cocaína. De seguir el camino que usted propone como alternativa para las librerías la caricatura de Daniel Clowes en The New Yorker el pasado diciembre se hará realidad: librerías que no venden libros. ¿No cree que en las plataformas mediáticas donde se predica la muerte del libro análogo abundan más pantallas que anaqueles? Aplaudo que haya vuelto a escribir en blog sin que le paguen, por puro gusto. Dicen que los blogs están amenazados de muerte por lo mismo que están amenazados los libros. Seguiré visitando su sitio hasta que se aburra o yo me aburra.

2012. Llegamos al 2012 sin rinoceronte bicorneo. En 2011 pasaron cosas tremendistas como la muerte de Gaddaffi y la de Osama y la de Cano y la quema del Casino Royale en Monterrey y cosas vergonzosas como la extinción del rinoceronte bicornio de África Occidental (Dicenos bicorneis longipes). Esta última es, según la fe que profeso, un ensayo general del fin del mundo. Hay mil formas de extinguirse pero solo una de permanecer. ¿Para qué criatura será 2012 el fin del mundo?

Ipad. Digamos que un Niño Dios alto, delgado, eléctrico (y con chivera caprina) me trajo un Ipad de navidad. Trataré de exponer ahora mis primeras impresiones y de describirlo para una hipotética enciclopedia extraterrestre. Lo primero será definir y clasificar y sustantivizar. El Ipad es una especie de computador de bolsillo que ha reducido sus funciones a una pantalla táctil. Un poco más grande que cualquier bolsillo (10 cm) y que cualquier computador pero lo suficientemente pequeño y liviano (250 grs) como para llevarlo con comodidad en un bolso de mano o en morral. Tiene funciones de cámara fotográfica, de video, de agenda, de brújula, de libro digital. La pantalla de cristal es táctil y reacciona a los impulsos eléctricos de los dedos humanos y responde análogamente a los movimientos: si apeñuscas las yemas significa cerrar, y si las abres significa que quieres ampliar la imagen o aproximarte al detalle. Si arrastras los dedos, determinado programa hace que tu trazo quede dibujado. En general tu movimiento indica que quieres mover la imagen o el texto que ves, si los deslizas a la derecha o izquierda mostrará secuencias en esa dirección. Su lateralidad es adaptable a la ubicación de la cara, si te inclinas la imagen se inclina para que conserves la lateralidad. Conectado a internet le permite tener un número elevado de funciones: enviar e-mail, comprar, ver páginas, usar de teleconferencia, organizar textos para semejar el formato análogo del libro. Es esa función la que más he empleado: leer libros. La capacidad de archivo se cuenta en 16 gb. Aproximadamente 1000.000 de textos de 500 paginas pueden ser almacenados en una memoria virtual con esa capacidad de almacenamiento. Si tenemos en cuenta que el volumen de libros que tuvo la biblioteca de Sarajevo, la de Alejandría, La de Kabul y la Luis Ángel Arango, debemos aceptar que un Ipad tiene alguna simetría con una biblioteca ambulante. Aunque no lo es: está sujeta a percances irremediable: su daño, su obsolescencia, su intangibilidad, su incompatibilidad con la brevedad de la vida y la proliferación de la tecnología. Hay que advertir que si quieres tener un millón de libros en tu Ipad vas a tener que pagar el derecho de almacenarlos (por ahora).

El primer libro que intenté leer en su pantalla fue El libro del desasosiego, de Pessoa. Se trata de un libro misceláneo que oscila entre la memoria, el ensayo y la divagación filosófica. Cada capítulo tiene entre 2 y 4 páginas, y la lectura es compatible con la interrupción: se puede abandonar y retomar en cualquier momento al no ser una novela de acumulación. Llegué a la página 20 y salté a otro volumen: Inframundo, de Javier Moreno, que es el primer libro (de cuentos) que he leído completo en Ipad.

¿Es posible que la novela, reina invencible de la literatura por su permeabilidad temática sea incompatible con la ruptura de secuencias de concentración que provoca internet y los dispositivos asociados a los sistemas informáticos? La novela lo ha admitido todo; ha sido porosa y abierta a los demás géneros: absorbió géneros medianamente respetables: el ensayo, la poesía, el cuento. Y sin embargo para ser novela necesita un hilo conductor, un proceso acumulativo de sus partes y de la información dosificada en cada una para provocar en la mente del lector la unión en un todo. ¿Es posible que un lector de libros electrónicos no se acomode a esta condición? De ser así ¿a qué se debe? ¿A la sobreoferta de contenidos, o a la incapacidad de acumular secuencias? Al verlo sin energía, relegado a un rincón, después de diez horas de lectura, parece inservible. Activo, parece un trasunto de las tablillas del grabado, de la pizarra y del papiro: una superficie para guardar y transmitir el pensamiento. Los rollos de papiro tenían el problema del palimpsesto: para poder introducir nuevo saber había antes que borrar lo ya escrito. En el Ipad todas las obras que se te ocurran pueden ser archivadas sin necesidad de ser borradas. El Ipad, al parecer también sirve para que se escriba con un lápiz electrónico.

Trato de averiguar con los expertos si hay alguna aplicación (programa) que reconozca mi letra de puño y luego la mecanografíe, con lo que me ahorraría el trabajo dispendioso de escribir a mano en cuadernos y transcribir luego a moldes de letra. Si puedo escribir con una pluma electrónica sobre una pantalla electrónica y puedo conseguir un borrador en limpio, eso significaría que no voy a tener que copiar cuadernos ni libretas para escribir estos dietarios, y simplificaría así el trabajo. ¿Lo hay? Claro. Varios, pero hay que pagar. Pagar por la pantalla, pagar por el lápiz, pagar por el derecho a tener el programa. Pagos mínimos multiplicados por todos los usuarios que se convierten en ganancias exponenciales para apple. Hay también un asistente que reconoce la voz y la transcribe. Borges ciego que se hacía visitar por amanuenses ocasionales para dictar sus obras tal vez se habría maravillado al saber de una extensión tal de pensamiento y de las secretarias (creía que las herramientas eran extensiones del cuerpo) capaz de oír sus poemas y plasmarlos en una hoja impalpable.
Borges: “De todas las extensiones del cuerpo el libro es acaso la más sorprendente, porque es una extensión de la memoria”. En la primera conferencia, El libro, en Harvard.

En un zoológico de Estados Unidos los orangutanes se divierten con el Ipad, dicen en la televisión: la cámara muestra sus brazos robustos y peludos que salen por los barrotes y deslizan los dedos sobre la superficie iridiscente que cambia de colores, formas, o traza líneas de dibujo. En Babelia, primer número de 2012, un artículo sobre los Zoo humanos de comienzos de siglo pasado: antropólogos que se hacían fotografiar en medio de negros somalíes vestidos con taparrabo y armados de lanza. La propaganda asociada a la tecnología de última generación tiene 2 correlatos: 1. La sociedad se divide entre quienes usan la tecnología y los pre-mediáticos. Propaganda colonialista que convierte el uso y la posesión de la tecnología en una distinción de clase. 2. La tecnología es un supletorio de la felicidad y la eficacia: te distrae y te ahorra tiempo al reunir las funciones de otros medios: el teléfono, la cámara, el cuaderno, el lápiz, el almacenamiento de la información.

Es fin de año y voy con los míos. Un nuevo miembro está por llegar y otro está por irse. Es una navidad con pena y alegría. La embarazada aun no quiere hacerse a la idea: mejor no ilusionarse para no defraudarse. Tiene 35. Ha esperado años para quedar en cinta y no lo consigue. Ahora la prueba es positiva, pero teme que sea ectópico o que pueda perderlo por cualquier descuido. Tal vez sea su última oportunidad. ¿Qué será nacer en 2012, en un mundo de profecías mayas, en un mundo que se parece cada vez más a Odisea en el espacio de Kubrick? Enseño el Ipad a la nona de 92 años con apoplejía. Lo tienta con su dedo tembloroso y el tablero se ilumina. Hace un gemido (no salen palabras) pero es una exclamación de sorpresa. La hija (75 años) pregunta qué es eso. La enfermera responde por mí: “La tecnología que vino después de los computadores”. Replica instantánea: "Yo que no conocí ni siquiera los computadores…"

Ahora organizo una biblioteca virtual en la herramienta Ibook. Permite organizar y leer textos en pdf o en mobi y otros formatos de encriptación. Mi hermana conservaba en su computador 500 libros en pdf y alguna vez se lo reproché, pero ahora le echo mano para mi servicio. Decido solo tomar unos cuantos y organizar en géneros breves: ensayo, cuento y revistas. Descargo números atrasados de Hermano Cerdo y Orsai. Los textos de la primera generación de Hermano Cerdo eran pdf a dos columnas. La segunda frase creó monográficas en epub, que se ven mejor, se adaptan a los tamaños y área de la pantalla y no se requiere esforzar la vista ni los dedos. Los archivos de texto convertidos a pdf tienen problemas de visualización por su rigidez. Hay que aproximar constantemente párrafo por párrafo y la lectura se retrasa. Calibre, un programa que permite convertir archivos de texto a formato epub, mobi, e-book y los principales formatos de dispositivos puede ser la opción para adaptar textos personales al Ipad. Después de dos días de traslado de textos vía e-mail tengo una biblioteca ambulante de 50 títulos. Entre los autores que me parecieron más adaptables para distancias cortas está (quién lo creyera) Borges, Mamet, Pessoa, Thompson, Capote, Walsh, Wittgenstein, Abbott, Freud, Aristóteles, Chesterton. ¿Y los otros 450 títulos de que puedo disponer? Me llevaría 4 o 5 días su traslado y clasificación y eso aburre. Aun así no pasaría de leer más que algunas páginas. Mi disciplina me obliga a leer 200 páginas diarias (lo que cada vez es menos posible). En una semana disciplinada arroja alrededor de 5 libros. Si multiplico la proporción aritmética de mi hábito lector por una vida longeva de 60 años leyendo a este ritmo no lograré leer más de 15.000 volúmenes en mi vida. Así que voy a tener que seleccionar con pinzas esa biblioteca.

Ezine. El internet había que tomarlo por asalto. Su potencial para la edición y difusión de textos es enorme. La transformación a que sometió los medios tradicionales, imprevisible. Cine, literatura, pensamiento, prensa, concentrados en un solo mecanismo, con lectores que disponen el lugar y la hora de acceso. En Colombia, las revistas culturales, los periódicos y los canales siguen al servicio de clanes cerrados y exclusivos monopolios de intelectuales y nepotistas. Desde allí se pontifica lo que debe leerse, lo que debe pensarse, lo que debe elegirse y lo que es el arte. No sospechaban que en los últimos cuatro años, mientras la lectura se desplomaba 30%, la lectura en internet se duplicaría. ¿Qué camino debíamos tomar los que venimos de penumbra editorial? ¿Esperar en la hilera a que un editor neoliberal diera visto bueno a un texto antihegemónico? Crear su antítesis. Un portal antihegemónico. Un fanzine web para el que hemos descartado mil nombres que ya fueron pensados antes. El manifiesto podría empezar más o menos así: “Rechazamos participar en una gleba organizada por los poderes mediáticos al servicio del capital. Avalamos el ejercicio del pensamiento disidente, las voces nuevas del arte, el periodismo centrífugo. Es este un lugar de encuentro y una trinchera digital y un laboratorio experimental de edición, de cocina y de video. Tenemos edades pre-mediáticas y formación humanística. Convocamos espíritus críticos, insolentes y disidentes para llevar a cabo una misión: comentar el estado y descomposición del mundo. Nos interesa la crónica, la literatura con preocupaciones formales, la poesía, el cine, las píldoras de pensamiento, el ensayo anticanónico. Las redes, los dispositivos, los servicios gratuitos. La cocina. La ficción. La tragedia colombiana, mexicana, latinoamericana. El exilio. Una revista ecléctica en internet. ¿Para qué? Para disentir. Hoy que no nos quedan ideologías y que las formas de resistencia contra todos los intentos de aplastamiento  y exclusión y encasillamiento se han implementado sin resulta, nos queda internet para intentarlo de nuevo. Ya estaremos informando. 

IChing. 16. Yü. El entusiasmo.

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