Papeles falsos, Valeria Luiselli

abril 12, 2012

Papeles falsos, Valeria Luiselli

En uno de los ensayos fundamentales para entender los fragmentos de esta colcha raída y rota llamada América Latina [La ciudad letrada] Ángel Rama dedica tres capítulos a describir la constitución ideal de las ciudades coloniales bajo escrituras, mapas y designaciones de las clases sociales que debían crearse sobre papel y luego implementarse en la realidad para instaurar en su centro las tres dependencias administradoras del poder imperial: iglesia, administración, ejército.

Las ciudades españolas en América fueron trazadas como cuadrículas perfectas (que eran alineaciones defensivas militares donde se resguardaban los centros de poder con manzanas periféricas) para después designar los solares en físico -según el grado de dignidad de sus habitantes. Así las constituciones de las ciudades indígenas fueron obviadas, borradas, reescritas.
En México, la metrópoli ya existente desde antes de Cortés, fue retrazada sobre los cimientos de Tenochtitlan (una ciudad que antes de los españoles ya tenía templos, avenidas, alumbrado público y alcantarillado). Los templos indígenas desvalijados ofrecieron sus piedras para hacer los basamentos de las basílicas católicas junto a las guarniciones, las universidades y la casa virreinal. En Perú, la basílica del Cuzco ostenta una catedral que aplasta con sus cimientos al antiguo templo indígena.
A tal punto el enfrentamiento entre urbe y tierra salvaje, entre ciudad letrada y periferia quiso distinguirse como una gran cicatriz, como un islote de civilización en medio del desorden, que se desconocieron organizaciones sociales vitales con las que se hubiera podido mantener armonía entre las partes (el ayllu incaico, la base de la organización social, solo fue comprendido por los antropólogos en las postrimerías del siglo XX como una organización social vertical que organizaba los intercambios de mercado y mantenía equilibrio entre partes y pueblos distribuidos en los pisos térmicos de los Andes, dicha organización les permitía comerciar entre sí con cultivos y productos dados a diferentes alturas de manera que el que vivía en el páramo tenía pescado fresco y el que vivía en los bajos tejidos y sal).

Todos sabemos que los españoles que vinieron a domar salvajes en este viejo Nuevo Mundo no eran etnógrafos para ver estas organizaciones y aprovecharlas, sino presos de galeras, militares, avivatos y religiosos escribanos podridos de blenorragia. (Hoy han regresado en nuevas carabelas: bancos, industrias, empresas mineras). Las organizaciones sociales indígenas fueron convertidas en reducciones (ciudades) y los indios llevados a formar las periferias de esas ciudades perfectas. La arbitraria ciudad ideal que planearon los colonos sólo se mantendría en papel aun después de la emancipación, mientras las poblaciones se mantuvieron en cinco cifras. Pero la Bogotá de hoy, la Ciudad de México de hoy, la Lima de hoy, con millones de habitantes, ha rebasado cualquier proyecto de ordenamiento; sus planos ideales se han desmadrado, los límites se han perdido y se modifican a diario como el plasma de una ameba y toda posible representación ordenada es hipotética, artificiosa, inasible, falsa.

“En esmeraldina, ciudad acuática, una retícula de canales y una retícula de calles se superponen y se entrecruzan. Para ir de un lugar a otro siempre puedes elegir entre el recorrido terrestre y el recorrido en barca, y como en Esmeraldina la línea más breve entre dos puntos no es una recta sino un zigzag ramificado en tortuosas variantes, las calles que se abren a cada transeúnte no son sólo dos sino muchas, y aumentan aún más para quien alterna trayectos en barca con trasbordos a tierra firme.”
Es la cuenta que da Italo Calvino en Las ciudades invisibles para Esmeraldina, esa ciudad de trazo acuático en la que los habitantes no conocen el tedio porque la ciudad se modifica según se vaya en barca o a pie. Si dijéramos que Venecia o México no son trasunto de Esmeraldina, mentiríamos.

El México [D.F.] de Papeles falsos y la Venecia cundida de turistas son las ciudades habitadas y recorridas en el trasegar de Valeria Luiselli por sus diez ensayos. Imaginemos a una dama que avanza en cicla, a veces por la calle, a veces por la acera, a veces se detiene, copia un rótulo publicitario en su cuaderno, a veces va a visitar una tumba, una ruina, un apéndice de la ciudad, y siempre vuelve al mismo punto de partida.
El trasiego y el diálogo interno empieza en un cementerio de Venecia cuando Luiselli (asumamos que es ella) llega al cementerio de San Michel en busca de la tumba de Josep Brodsky y se encuentra con un perfecto desorden de tumbas alineadas al mejor estilo de los ordenamientos europeos, y concluye el relato en un cementerio de patriotas del D.F. (también ordenado) con la evocación de una casi muerte en Venecia a causa de un anacrónico cólico nefrítico.
¿Cómo surge la analogía entre el orden de un cementerio y el desorden de la urbe actual?
Con el intento de avistamiento (de la Ciudad de México, de Venecia) y su desborde visual.
¿Cómo se explora y se busca el orden? 
Con el desplazamiento sobre la dimensión real, no sobre el plano.

Moverse por un plano es una afición mental humana, provocada por el razonamiento abstracto, ese instinto. El mapa real, que no ilusorio, de una ciudad lo construimos nosotros con nuestros desplazamientos, con la ciudad que necesitamos y que frecuentamos a diario. La urbe actual sólo puede ser ordenada en la experiencia personal, en la construcción de nuestro propio plano ideal, y en el desplazamiento por una realidad física; así lograremos una concatenación de redes íntima, personal, intransferible, porque es el mapa que relacionamos con nuestra existencia. Luiselli utiliza, de referentes, intertítulos que son grafitis, o fragmentos de publicidad callejera (que no vinculan las partes del libro, sino que lo fragmentan aun más para reordenarlo al señalar un espacio en que tal vez surge una nueva reflexión, digresión o una nueva dimensión desconocida de la ciudad). Cuando en Venecia busca la tumba de Brodsky se le antoja que es buscar un rostro entre la multitud, pero es también buscar un ladrillo en una ruina, una hoja entre el follaje, el pasado en un parque reformado. Cuando en México busca un parque donde su padre sembró tres palmas y encuentra dos supone que la estafaron, que le robaron parte de su pasado. Cuando en Nueva York conversa con el portero de las residencias estudiantiles, este le dice que la vida está en otra parte. Toda la estructura de Papeles falsos se soporta sobre desplazamientos: viaje a Venecia, viaje alrededor de la biblioteca (y otros los espacios habitados), merodeos callejeros; viajes que pueden ser en avión, en bicicleta o a pie, por espacios que pueden ser grandes ciudades o porciones de estas ciudades: calles anónimas, apéndices de un cuerpo informe, baldíos, “relingos”.

También hay analogías sobre el orden letrado de las palabras y las lenguas que las contienen. La lengua nace como una suma de agregaciones, de significados. Empezamos deletreando la palabra m-a-m-a y acabamos leyendo una oración, más tarde un párrafo y si tenemos suerte (y tiempo) una estructura completa, global: un libro (es decir aprendemos a leer). Parece sugerir la autora que el orden de las lenguas es equiparable al orden ideal de las ciudades, pero que el lenguaje, como la ciudad, están en permanente cambio (lo que no es resulta muy novedoso si se tiene en cuenta que lo han dicho Saussure, Peirce, Hemslev, Chomsky). Pero ella lo dice con más gracia. Acierta, si la analogía entre la ciudad y las lenguas evidencia que hoy las segundas son inabarcables también como totalidad y sólo podemos maravillarnos en el detalle: la lengua, como la ciudad, tienen zonas de penumbra, guettos, excrecencias, excesos, puntos muertos. No sé si olvida que también la lengua tiene grado de escolaridad, estrato, edad, como los escritores. Parece.

Papeles falsos es un viaje entre dos horizontes, es decir un plano, un mapa personal. Entre esos horizontes está la isla de la narradora, la ventana desde la cual mira, la del avión, la del edificio, el sillín de la bicicleta. La reflexión sobre ciudades, mapas y paisaje, reglas sociales, orden roto y paisaje doméstico, solo admite la constatación personal. Una ciudad se transforma cada día. Se viste y se desviste. Una ciudad donde no hay barrio de infancia es una ciudad donde tampoco podremos encontrarnos a nosotros mismos.
¿De qué otra forma podríamos asomarnos a la ciudad de los mil millones de desconocidos si no es como un científico asomado al universo monera, mirando al detalle, centrados en un solo individuo?
“La planeación es una nostalgia del futuro” dice mientras se desplaza, pedaleando, bajo una avenida de dos pisos.

Papeles falsos, Valeria Luiselli, Editorial Sexto Piso

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