Escobar: el mal acordado

mayo 29, 2012

“La muerte de Pablo Escobar fue un triunfo de la sociedad colombiana”, dice Héctor Abad Faciolince en articulo titulado El mal en persona dedicado a recordar la estela del capo en El Espectador, y resulta controvertible. La prueba concreta en contra de lo que dice es apreciar por un instante la sociedad colombiana que asistió al día siguiente a su entierro y que proclamó al capo héroe y santo y le endilgó la capacidad de hacer milagros. Esa sociedad hace parte de la nuestra. Sigue viva y ha proliferado:



La maldad es una construcción colectiva, no una iniciativa consubstancial del individuo. Estamos inmersos en un conjunto de normas sociales. El que las trasgrede con desacato, insumisión, insurreción y violencia es el que encarnará el mal (que es un calificativo a posteriori). Dos personas no viven las leyes, ni las trasgreden de la misma manera. Dos individuos no violan una ley de la misma forma. Que Escobar ordenara detonar un carro-bomba en una esquina ponía en marcha una cadena de subsidiarios y eslabones que incluye desde el instructor militar que enseñó la técnica, los proveedores de insumos, los militares sobornados para dejar pasar los camiones con dinamita, los lugartenientes que llevan las órdenes y los ejecutores del plan. Para que esto haya ocurrido tuvieron que juntarse las condiciones y los agentes que lo hicieron posible. Escobar sólo es explicable al ver esas conexiones, esos eslabones, esa riqueza, esas cadenas de corrupción y de persecución. La condición para convertirse en paradigma del mal es, desde el punto de vista individual, superar el plano moral y sobrepasar la ética (la interiorización de la ley), la ley moral, la ley jurídica y el derecho ajeno, individual. Hoy suponemos (nos han dicho) que hubo un narcotraficante que rompió todos los planos éticos, morales, y jurídicos y que debe ser tenido como El Patrón de el mal. Pero esto lo consiguió un sujeto histórico paulatinamente, mientras ascendía en su ambición y chocaba con la ambición ajena y contra las prohibiciones legales. Escobar no surgió sólo: se rodeó de pares ambiciosos y amorales con un la única ley: la obediencia jerárquica. Lo apoyaron políticos que se aprovecharon de su arca de caudales para hacer populismo y financiar campañas. El sistema de sobornos millonarios incluyó a todos los ejes de control: político, periodístico, judicial, militar, policial. De ahí a instaurar el objetivo militar como presión hay una secuencia. Los sustratos de las bases populares que lamentaron su muerte tenían otra idea de Escobar: asumieron como alta generosidad las campañas que incluían la construcción de barrios y zonas de esparcimiento y fuentes de trabajo en barrios marginales y deprimidos por el abandono institucional; creyeron que Escobar era un modelo ejemplarizante a seguir. Creemos saber hoy que por debajo de estos gestos estaba oculto un interés superior: crear su ejército y retaguardia personal con muchachos leales dispuestos a ejecutar la guerra contra el Estado cuando la persecución amenazara al Patrón. Sin embargo, ésto que a tantos les parece premeditado es otro eslabón más en una cadena de contingencias y endurecimientos que propiciaron la guerra contra el narcotráfico, y que sólo pudo verse como una estrategia militar una vez desarrollado, no antes. No creó Pablo Escobar los primeros cuerpos paramilitares del Magdalena Medio solo; ayudó al subsidiar y refinar el modelo (que ya habían creado hacendados y ganaderos y narcos que incursionaban en el lavado de activos y aprovechaban la creación de un ejército para su custodia, con apoyo militar y mercenario.)

Pablo Escobar y  Santofimio Botero en campaña electoral
Narc-decó
Virginia Vallejo; el sacerdote Elias Lopera y Pablo Escobar, en el programa Medellín sin tugurios


La gente que ve su vida con admiración, pulula. Y acudirá a ver esa historia representada en la televisión, y no la verá para aprender a defenderse del mal, sino por otras causas más complejas: la más elemental es el simple recurso de recordar los años del terror; pero también está el aproximarse a la opulencia y a la codicia absoluta, husmear sobre la vida de los criminales, de la riqueza sublimada, del sexo, de asesinatos representados; para opinar simplemente sobre lo conocido.
La historia del narcotráfico es paradigmática. Alude a cientos que han tenido parte y familia envuelta en negocios relacionados y a aquellos que han vivido su persecusión. Sólo los contenidos y la forma en que la historia sea contada en televisión es lo que hará que la gente tome distancia es de ese tipo humano, y lo tome como absurdo y no como alusión. Pero mantener el control total de la significación no es posible.

Que este país esté o no preparado para asistir a la representación de uno de sus “demonios” es reconocer que hay heridas abiertas que no se han curado. Para lo que no hay preparación (y este es un problema educativo), es para discernir entre realidad y representación. Pero Pablo Escobar no es un invento. Con la serie de televisión Escobar, el patrón del mal, asistiremos a la invención de la realidad. Los personajes tendrán nombres propios, históricos, más o menos conocidos según la edad que el televidente tenga. Pablo Escobar, resulta evidente: es un mito. Pasó con nombre propio al anaquel de las representaciones nacionales. Su estela pasó de la memoria musical de las canciones, a los libros y a la televisión. Es una entidad física, una amenaza a la que sobrevivieron muchos, y otros no, un instante en la realidad, un hombre, con el que tantos convivieron, y por cuyas acciones tantos murieron y sufrieron. Su imagen está impresa como una gran cicatriz en la cara de Colombia. No se puede esconder ni negar. Los mitos no se explican con diagnósticos políticos, morales, ni económicos, ni sociológicos. Se explican con su representación. Los mitos son, querámoslo o no, verdades representadas. Los mitos están hechos de sangre y dolor.
Creo que Escobar no encarna el mito del mal. Su vida es una evolución natural en un medio permisivo y luego opresor. Las variables que lo hicieron posible incluye objetos: armas y explosivos, aviones y radioteléfonos, riqueza absoluta, recursos humanos: contactos, socios, amigos, simpatizantes, lagartos. Pasiones: ambiciones compartidas. Condiciones políticas: la persecución de las drogas. Influencia de potencias extranjeras: Estados Unidos. El acorralamiento y la persecución comporta violencia. El grado de sevicia la misma está dimensionado por los contendores.

La pregunta utópica del: “si no hubiera nacido” es una imposibilidad fáctica: nació. Es un subjuntivo absurdo porque la vida es literal: no se permite la fantasía ni la negación. Con Escobar, como con otros mitos de esta barbarie monótona, es lícito, además de necesario, probar con investigaciones y luego ilustrar imaginativamente cómo llegó a convertirse en lo que fue. El subjuntivo válido es el que acepta el pasado, pero cuestiona sus variables: si no lo hubieran perseguido batallones, si Colombia no hubiera aceptado la extradición de nacionales por la prohibición de las drogas, si no se hubiera permitido el desarrollo y tecnificación del narcotráfico a los niveles que se desarrolló, si no hubiera sido posible obligar a la tecnificación de los traficantes y convertirlos en aprendices y luego en terroristas, no habría en nuestro devenir nación una riqueza para defender con bombas. Pero la hubo. La permitieron. Existió. El cómo y el por qué, es lo que debe ser precisado.

En abril de 1983 Escobar fue llamado El Robin Hood de Antioquia en la revista Semana, la más inportante del país.
Por entonces un kilo de cocaína se pagaba a 80.000 dólares en Nueva York y 50.000 en Miami

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Maneki-Neco

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