En el lejero, Evelio Rosero

noviembre 14, 2012


El lejero es un abismo, donde acaba o comienza la lotananza, el limbo que conduce a los dominios de Hades. No, no es Hades: el lejero tiene el nombre y el enigma de los mundos paralelos y la oscuridad pagana de un mito quechua. La contemplación del abismo le devuelve la mirada al viejo protagonista, y así el lector se sitúa entre la alucinación y la pesadilla. En el lejero contiene la historia de un hombre mayor que va a buscar a su nieta en un pueblo lejano sostenido de la puntas de los pies junto a un volcán y un precipicio. Dos elementos enrarecen el paisaje y lo hacen inhóspito al lector: las ratas que están en todos lados y van a morir a esas cimas como un lamento, y la niebla que prohíbe el horizonte y convierte al único rayo de sol que se filtra en un milagro. La nieta aparece, para el hombre que gastó todo su dinero en encontrarla después de haberla perdido por un ramo de rosas, pero su voz se confunde entre alaridos e imágenes alucinadas del frenocomio. El convento de Carmelitas descalzas que cuidan huérfanos, expósitos y locos le da un giro de novela de costumbres hacia el gótico del espeluzno: aquí hay visos de las mansiones envueltas en nieblas y secretos de Cumbres borrascosas, los baquianos como espectros de Pedro Páramo y Drácula y el mundo de sensaciones enrarecidas de un narrador que acaso ya esté muerto como en La amortajada de María Luisa Bombal. ¿Inevitable relacionar? Inevitable: los diálogos y los cortes de tiempo recuerdan a Rulfo. El clima de nieves perpetuas y el carácter de la gente andina (personalidades arcanas, diálogos y comentarios a medias que esconden el mundo) recuerdan Los ríos profundos de Argüedas. Y ese es un buen linaje.

Hay historias que convocan al miedo y otras que lo destierran. En la novela extraordinaria de Shiel, La nube púrpura, es la intuición cada vez más probable de que estamos ante el último hombre sobre la faz de la tierra lo que provoca la empatía del miedo que sentimos con el protagonista. En la crónica del Año de la peste de Defoe es la presencia de un enemigo invisible que mata a millares en Londres lo que nos hace buscar un vademecum con urgencia para saber lo que el narrador ignoraba: cómo se propaga y destierra la Peste Bubónica. En Rulfo, es la constatación de que todos los personajes son espantos el efecto que no deja de sorprendernos. En El Lejero, todo lo que ocurre y ve el protagonista debería conducirlo al miedo, pero él no retrocede ni ante las advertencias de los pobladores fantasmales, ni ante el tabú de los niños vengativos, ni ante el encierro asfixiante del convento maniático: su nieta es lo único que le queda y lo ata al mundo. Su nieta es el talismán que lo alienta. El vértigo final de la contemplación del abismo es una experiencia de miedo súbito para el lector, sólo por estar ausente para el protagonista. Esto comprueba que el miedo consiste en eludir lo inexplicable. Asomarse al horror con los ojos abiertos es desterrarlo, como hace el héroe.

En el lejero es el cuento de una orfandad, desdoblado en pesadilla.

En el lejero, Evelio Rosero, La otra orilla, 2007.

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