Rayuela, Julio Cortázar

octubre 11, 2011

23. Uno que le gustaría volver a leer en su vejez (reto 30 libros)

Rayuela, Julio Cortázar, Audrey Hepburn

1. A los 17 años escribí mi primera novela: una estructura perfecta, pero llena de aire. Me fumaba un paquete de cigarrillos al día y trepidaba el teclado de una máquina portátil marca Brother. Ya era escritor, pero no lo sabía. Quiero decir que ya había adquirido la disciplina mental de escribir todos los días, algo que parece vano, pero a lo que es difícil de llegar en plena efervescencia hormonal. Por esos días leí (no poseo una memoria prodigiosa, simplemente lo apunto todo en este diario) una carta de Saroyan en que decía que si tenemos que preguntar a otro para saber si somos escritores, es porque todavía no lo somos. Yo todavía no sabía si lo era, así que en parte no lo era. Cuando terminé el primer borrador, dividí en legajos separados todos los capítulos y los esparcí por el piso de mi guarida. Entonces golpearon a la puerta. Era Gina, los labios y el trasero mejor comentados del colegio. Cuando entró y vio el tapiz de legajos me preguntó si aquel día me había tomado las pastillas de la locura. Le dije que no, que ya no las necesitaba, que al fin era escritor porque había sido capaz de crear una puta novela. Estaba hechizado por Rayuela de Cortázar, la que acababa de leer, y cuyo juego de saltos me había causado una ruptura sobre todo lo que había leído antes y, creía, era la literatura. Esa tarde, con ayuda de la intempestiva secretaria desordené sus partes, equilibré las tramas como pude y se la envié a mi mejor amigo, que no tuvo corazón para destrozarla y al día siguiente me invitó a beber y me dijo que podría vivir enclaustrado sin recibir a nadie a condición de que siguiera escribiendo así. Yo esperaba una palabra más: así de mal, o así de bien. Pero no lo dijo. De modo que asumí que lo hacía bien, porque en la literatura y en la vida a todos nos gusta que nos engañen. Me preguntó también si la novela tenía título. Le contesté que no. Entonces dijo: “Bueno, es mejor tener una novela sin título que un título sin una novela.” Tenía, pues, una novela. Pero dicha novela, por supuesto, no soportó la relectura; de modo que a los pocos meses la destrocé, me deshice de ella y volví a empezar. Desde entonces no suelto nada por debajo de los cinco mil metros, y aspiro a que sea tan bueno como Rayuela.

2. Rayuela. En parís, un grupo de artistas expatriados de la asfixia cultural suramericana se reúne en torno al Clan de la serpiente. Fuman hachís, beben vodka del malo, oyen jazz del bueno, de Gillespie, discuten sobre música, sobre pintura, sobre ser snob. Horacio Oliveira, un Argentino, se ha enamorado de Lucía, la uruguaya (creo), aprendiz de cantante que conoció en un café, que recorre París en bicicleta y a quien él y los demás miembros del club llaman La Maga. La Maga tiene un hijo, Rocamadour, al que deja morir de inanición en medio de la bohemia (¿Alguien recuerda la escena de Trainspoting http://www.youtube.com/watch?v=19duCYwafyM? Más o menos así, pero menos directo, y sin crueldad.) Una madre deja de serlo cuando quita aquello que dio, dicen que le dijo Carlos IX cuando lo envenenó su madre Catalina de Médici. La Maga, en su dolor, abandona París, abandona a Oliveira; regresa a Uruguay, desaparece. La siguiente parte (si se lee secuencialmente) narra el retorno de Oliveira a su país y el encuentro con la mujer de su amigo Traveller que se llama Talita, y que se parece a La Maga, y entonces ocurre una escena de espejos y escalofríos mientras Oliveira juega a la cuerda floja sobre un tablón interpuesto entre dos edificios. Esta escena con Oliveira como funámbulo era, según Cortázar, la imagen generadora de la novela, la que debía ir al comienzo. Pero en la edición (cogió el manuscrito y lo lanzó al aire) invirtió el orden de Rayuela separando cada capítulo por legajos permutables, para que se pareciera a ese juego que también llaman los niños de Colombia tángara, o golosa, y para provocar a los lector a leer en saltos, siguiendo una hoja de ruta que incluyó en el inicio. Al argumento lo rodean otras casillas con notas de prensa, con escenas de bar, con visiones y epifanías del París nocturno, diálogos sobre la obra de Klee, de Mondrian, de Miró, con juegos de palabras, con citas de Levy Strauss, de Archim Von Anrim, con crónicas de vagabundeo por el canal de Saint Martín, el acuario, el Louvre, el Pont Neuf, con un dedo toco el borde de tu boca y otras cursilerías similares, con fragmentos de diarios íntimos, recuerdos de amores periféricos, monólogos de La Maga, de Oliveira, Gregorovius y los demás miembros del club ofidio. Algunos la han menospreciado por no ser una novela anclada a la realidad, comprometida. Supuestamente, hay dos periodos bien diferenciados en la obra de Julio Cortázar: antes de la conciencia social, y después de la conciencia de clases. Es decir, uno burgués, con obras ancladas en artepurismo y esteticistas y experimentales (Cronopios, Armas secretas, Cartas a Mamá, Perseguidor) y otro de realismo comprometido (Todos los fuegos el fuego, Libro de Manuel, Autonautas, Fantomas). El mismo Cortázar situó a Rayuela en el punto axial de su vida burguesa, antes de descubrir el compromiso social del escritor con Revolución Cubana. Y sin embargo, al repasar sus páginas para decir algo mínimo sobre Rayuela, encuentro una de las escenas más violentas y realistas de la literatura y que prefigura el segundo periodo de Cortázar y una anticipación de lo que será su obra maestra del socialismo fantástico (Apocalipsis en Solentiname): Oliveira pregunta al chino Wong si de veras prepara un libro sobre torturas y si es verdad que siempre lleva en el bolsillo las fotos de torturas chinas que datan de Pekín en los años 20s. El chino elude parcialmente la pregunta, pero luego alardea y enseña las fotos. La descripción de las torturas es soportable sólo por la descripción curatorial del narrador. Ese distanciamiento es lo que permite leer las cosas más terribles sin agredir al lector. Eso, narrar lo más terrible con una estética que no violenta (que incluso suscita risa), es algo que solo se consigue cuando la obra es arte.

3. Los registros de la creación literaria: lengua (léxico, sintaxis, ortografía), tiempo (postergado, oscilante, circular, detenido, sin tiempo) narrador (edad mental, física, unidad de acción, de dicción), fraseo (armonía, hipotaxis, tropos), formas literarias (poesía, prosa, ensayo, diálogo), dosis de realidad (realismo, historia, pasado, futuro, vida interior, confesional, fantasía, sobrenatural, reportaje novelado), género (fórmulas y recursos ya fundados, materia de trasgresión). Y lo menos importante: el tema. Wilde dejó una advertencia: En el arte todo importa, salvo el tema.

4. Los niveles o registros de una novela sólo pueden apreciarse desde arriba: después de haberla leído por completo y advertir su estructura. Otros niveles se aparecen al releer. La ironía, por ejemplo. Las ideas, por ejemplo. No todos los niveles son importantes ni aparecen en un libro para convertirlo en alta literatura. No todos los niveles se revelan en la primera relectura. A veces un libro necesita años para surtir significados.

5. Antes del formalismo, claro, ningún escritor se preguntaba por los niveles de la literatura.

6. Después de leer Rayuela es imposible no plantearse todos los niveles de la literatura. Cortázar era un escritor, no un formalista.

7. Relee. No nos bañamos dos veces en el mismo libro.

Rayuela, Julio Cortázar, Editorial Sudamericana.

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