Y así por el estilo, Joseph Brodsky

septiembre 05, 2011

6. Uno de un Nobel (reto: 30 libros)


Alguna vez le oí en Bogotá a Almudena Grandes que la escritura tiene género, clase social, país, nacionalidad, grado de escolaridad. Creo que ilustra muy bien lo que ocurre cuando una superstición econométrica se aplica a la literatura. Carlos Fuentes, el escritor "más cosmopolita" del boom (según predicaba la esposa de José Donoso), y tal vez por eso el más antipático, acuñó en el clímax del boom una frase que hizo estragos: "en literatura no hay tercer mundo." Entre esas dos declaraciones que se saludan desde dos horizontes permanecen apretujadas las obras completas de un anaquel de biblioteca; un anaquel con miles de historias que se cuelgan un rótulo: literatura hispanoamericana. Almudena Grandes tiene parte de la razón cuando sugiere que hay una escritura para la élite (aunque a la élite no se le exige que tenga niveles estéticos) y una escritura acorde a la extracción popular. La hay, basta acercarse a la vidriera o página web de la librería Biblos y luego a la vidriera de la Librería Nacional, o interrogar a un adolescente del Gimansio Moderno y a otro del colegio Eduardo Umaña acerca de los libros leídos. Se puede clasificar por género, estrato, nivel cultural (ver Aires de familia, de Carlos Monsiváis); pero un autor culto puede hacer gran literatura con pobreza espiritual y con lenguaje vernáculo al mismo tiempo (Fernando Vallejo, Reinaldo Arenas son dos ejemplos suficientes.) Fuentes tuvo razón en parte y así como su frase causó decepciones en unos, produjo en otros brotes de tenacidad (cada quién habla de la fiesta según le va en ella), pero para probar su tesis hace falta enumerar la cifra de lectores (de ejemplares impresos) que tenga un autor en todos los rincones del continente, y sobre todo: hay que contar el número de sellos de fronteras que el escritor tenga estampados en su pasaporte. Seguiremos siendo escritores tercermundistas mientras no sepamos mucho de los países vecinos (y nada del nuestro) y mientras la política y la economía nos sigan tratando como colombianos, bolivianos, peruanos y venezolanos, de mierda.
Dicen que La marca de agua de Joseph Brodsky es “un libro tan inconcebible que destierra las pesadillas.” Ya quisiera yo desterrarlas, pero únicamente por una noche, porque la pesadilla también escribe. Brodsky fue un escritor marginal en la Unión Soviética, porque ser poeta y no tener éxito (no producir) es ser parásito en el primer, o en el tercer, o en el décimo mundo, si lo hay. Sus sueños eran pesadillas para el Estado Soviético. Lo declararon agente parasitario aun cuando había trabajado en una pulverizadora de cereales, y en la morgue, remendando cadáveres; y a una cárcel del régimen fue a purgar la pena que se redujo de cinco a un año. Luego vivió en una semi-vida, inactivo socialmente, al margen de la cotidianidad comunista. Leo en una enciclopedia virtual que era hijo de fotógrafo y que su formación fue autodidacta. Su obra es una forma de saber situar la mirada, y tiene la cicatriz del diletante, del despreciado por no servir a la economía, del parasito en el seno de una potencia obrera y nuclear. Algo del cosedor de cadáveres también queda (la tranquilidad). Algo del pulverizador permanece (la ironía). Y algo del tercer mundo se siente aludido en su obra poética. Brodsky Se radicó en Estado Unidos y allí vivía cuando obtuvo el Premio Nobel de literatura. Y así por el estilo (So Forth) recoge su última etapa poética. En uno de esos poemas prosaicos sobre los decorados de una casa, los amores ajados, la descomposición del tiempo, un Brodsky animista le agradece al ángel de la guarda el que haya podido llegar a viejo, y otro Brodsky, avezado en destierros, aconseja a una mujer la forma correcta de huir de un país nórdico de Europa atravesando los nidos de ametralladoras y el hielo de la estepa:
Escoge siempre una casa con un patio donde haya ropa de niño tendida.
Trata sólo con los mayores de cincuenta:
A esa edad un aldeano sabe demasiado sobre el destino
Como para tratar de ganar algo partiéndote la crisma; también una mujer.
Esconde el dinero en el cuello de tu abrigo de pieles, o si viajas ligera de equipaje,
En tu parda falda pantalón, debajo de la rodilla,
Pero no en las botas; pues entonces darán enseguida con la pasta.
En Asia, lo primero en volar son las botas. 

En otro asegura que la piedra se emplea en todo el mundo para mantener prisionera a la memoria, lo que significa que las cárceles del primer y del tercer mundo sirven para lo mismo: prohibir el pensamiento. En otro dice que los últimos años (la caída del muro, la "liberación" de Sarajevo, de Kuwait, de la Unión Soviética) fueron buenos para casi todo el mundo, menos para los muertos. Luego, agrega: “pero tal vez también para ellos/Tal vez el todopoderoso se ha aburguesado un poco y maneja tarjeta de crédito”. Y en otro su existencia se asemeja al agua, porque él tampoco tiene pasado.
Poemas del hombre aislado que paseaba por una calle, o por una playa o que simplemente observaba desde su ventana y solo veía una multitud de hombres al servicio de la economía.
(Menos mal que desde que el comunismo cayó ya no hay tercer mundo, sino uno: el de los multimillonarios y su servidumbre, que somos el resto.)

Y así por el estilo, Joseph Brosdsky, traducción de José Luis Rivas, Editorial Universidad Veracruzana.

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