Escolios a un texto implícito, Gómez Dávila

noviembre 16, 2011

Nicolas Gomez Davila, Escolios a un texto Implicito

Hay una librería en el centro de Bogotá (carrera 8 #16-14) que está ubicada donde originalmente acopió su biblioteca Nicolás Gómez Dávila. Eso, al menos, supone el mito urbano. Cuando voy a recorrer sus estanterías infestadas de libros leídos, no dejo de imaginarme al bibliófago paseándose entre los estantes y eligiendo un volumen al azar en cuatro idiomas y leyendo en voz alta un fragmento, mientras mira el trasegar del termitero tras la ventana. Luego Gómez Dávila deja el libro, busca una libreta y apunta la idea que surge, cristalina, como en un diálogo cotidiano con los fantasmas de su morada y la contemplación del presente. Nicolás Gómez Dávila fue un aforista y escoliasta colombiano. Lo que significa que tuvo la virtud de reducir todo lo que acaece en el mundo humano a una idea justa, expresada en pocas líneas. Un tuitero, dirán hoy los defensores de ese abreviador de pensamientos que suelen confundir opiniones con argumentos. Canneti, como ya lo había dicho Karl Kraus, como ya lo había dicho Lichtenberg, dijo que el aforismo es la forma más breve del ensayo. Esto es rigurosamente exacto cuando abrimos Escolios a un texto implícito y leemos algo así:

-Un hecho es siempre inferior a su relato.

Es directo, simplificado, exacto (aunque cito de memoria). La Iliada es superior a la guerra de Troya. La llegada al poder de los bolcheviques inferior a los Diez días que estremecieron al mundo, de Reed. Cien años de soledad superior a etc. Ernesto Volkening dejó escrito en su diario que la biblioteca de Gómez Dávila le recordaba un monasterio benedictino. Hoy el lugar sigue teniendo el mismo aire de santuario. Dice además, Volkening, que cuando va a ver a Gómez Dávila pueden pasar la tarde entera sin hablar, sólo paladeando café y repasando los lomos de la biblioteca, lo que demuestra que una larga amistad no es un eterno diálogo, sino compartir el silencio; mejor: compartir el instante que precede al pensamiento (la misma simetría puede aplicarse al amor). Los imagino, a Volkening y Dávila, como dos náufragos reencontrándose en el estómago de una ballena. Agrega Volkening que, aparte de Gómez Dávila, no conocía a nadie que supiera la hora que marcaba el mundo, lo que cual puede significar que Gómez Dávila estaba mejor informado que cualquiera (más del pasado que del presente). La modernidad, para Gómez Dávila, era poco más que una lista de inventos destructivos.

-Lo irónico de la historia es que prever será tan difícil y haber previsto tan obvio.

Cobain
Esta semana, para no ir tan lejos, uno de los futuros miembros del PACOCO (Partido Comunista colombiano) me decía que, según sus últimas comprobaciones mediáticas, las generaciones actuales y las nativas digitales (venideras) no van a anclar sus recuerdos a la aparición de un disco como ocurría en los años 90s, porque en internet siempre es presente. Algunos partimos la crisis de identidad de la adolescencia en dos con la aparición de Never mind de Nirvana: de la depresión al suicidio. Otros con los Pink Floyd. Otros con Jethro Tull. En parte tiene razón, mi amigo, futuro comunista: internet fracturó las secuencias de espacio y de tiempo para acceder a la información. En simultaneidad podemos oír ahora mismo el demo de un millón de grupos musicales y olvidarlos antes que caiga el sol por los adelantos de otro millón de cantantes en Youtube. Y podemos volver a ellos cuando queramos. Los consumos no los conducen ni monopolizan hoy emisoras ni casas disqueras. Lo que no varía, sin embargo, es que envejecemos. Todos. Nativos digitales y no nativos. Y mañana (dentro de 20 años) sabremos finalmente cuáles serán las conmemoraciones vintage de aquellos que entraron a la cincuentena y qué canción les aludió mejor sus primeras eyecciones. Se reía, mi amigo, de recordar a Bill Gates hablando de que el futuro sería esto, internet, y haber hecho réplica a la par, mientras miraba con desprecio su primer computador: “¡Cómo va a ser el futuro algo tan lento!”. Esta salvaje obsolescencia que llamamos presente, esto que hoy nos parece una evolución natural de los ordenadores mastodónticos de los noventas, no parecía tan obvio para quienes sólo soñábamos con patinetas flotantes (Volver al futuro parte II) y hoy nos solazamos con las fotos de Scarlett Johansson tomadas en su celular. Haber previsto esto no era imposible; era improbable. Las ideas de un loco estaban más acordes a las ideas de Steve Jobs. Tengo otro amigo, fisicocuántico, que inventó el desintegrador de partículas, y ningún ejército se lo ha querido comprar.

Gómez Dávila:
-La vocación auténtica se vuelve indiferente a su fracaso o éxito.

Sutil, pero letal. En términos dramáticos: la prueba suprema del artista es el fracaso. El fracaso es posterior al trabajo. Primero se crea y luego se fracasa. El oficio (rigor, constancia etc.) es más importante que todo lo de más, y va al comienzo. La prueba fundamental del artista es el oficio (disciplinar el talento.) El fracaso está al final de la ruta, y si llega, de todos modos el oficio ya habrá trascendido la parte más superficial la vida y habrá cambiado algo del creador (su perspectiva). El fracaso depende las más de las veces de factores externos. Se puede fracasar por mil razones que no están relacionadas con tu talento. Las leyes del mercado, por ejemplo. La falta de pertenecer a redes sociales influyentes, por ejemplo. Una distinción que hay que hacer es la que media entre fracaso y frustración. La frustración es un desvío de la vocación, un abandono apenas al comienzo, o en el medio, o antes del fin, pero aborto al fin y al cabo. El frustrado no tiene derecho a comprobar si fracasó. Frustrarse es arrepentirse de haber hecho lo que se hizo. Frustrarse es arrepentirse de haber nacido. El fracaso, por lo menos, aguarda al final del trayecto, y si llegamos, viejos y fatigados a comprobar el poema de Cavafis, ya no importa. A media distancia, entre la frustración y el fracaso, está la mediocridad. Gabriel Zaid en un ensayo publicado en El Malpensante, la reivindicó, a la mediocridad, como la única forma de vivir tranquilos. No creo que haya mucho más que escoliar al escolio. Bueno, Beckett, en Rumbo a peor: Fracasa otra vez, fracasa mejor; es decir: vuelve a hacerlo.
Otra idea que encuentro al azar entre los aforismos de Gómez Dávila (poseo una selección de sus escolios editada por Instituto Caro y Cuervo, pero hay seis volúmenes gruesos editados por Villegas, trabajo encomiable) dice: 

-A no citar autores de moda es a lo menos a que se debe comprometer el hombre culto.

Veamos: moda, como sabemos todos los graduados de colegios comerciales, es el dato que más se repite en una progresión estadística. Una moda es el resultado de una medición pasajera que será suplantada por la siguiente medición. Como las mediciones de las modas de hoy (encuestas presidenciales, premios Grammy, reinados de belleza, cifras de subempleo, escritores de la gran novela norteamericana) varían cada ocho días, lo que supone Dávila es lo que todos sabemos. “A lo menos a que se debe comprometer un hombre culto”, advirtió en la primera parte. Sí, un hombre culto no cita famosos de turno. En palabras más directas, un hombre culto es antes que nada un anacrónico y, cuando cita, usa obras de autores probados, autores cuyo pensamiento ha sobrevivido al paso del tiempo. Si por culto se entiende llevar las cuentas de los últimos 3000 años, como exigió Goethe, no parece una ironía. Una línea más abajo dice (como si llevara una unidad interna que continúa de escolio a escolio): “Lo que el hombre culto al fin logra, con el correr de los años, no es tanto poseer verdades como olfatear errores”. De donde se desprende que se culto no es ser sabio, sino ser precavido y metódico.

Pregunto a Félix Burgos, el librero y propietario de Torre de Babel, si es verdad que allí vivió Gómez Dávila. Me invita a seguirlo al fondo de una nave atestada hasta el cielorraso con pilas de libros organizados por países y afinidades temáticas. Pasamos por un pasillo abierto entre mesas de exhibición donde veo carátulas de David Foster Wallace; Lenguaje, verdad y lógica, de Ayer; poemas de Omar Khayyam, de Hart Crane; Tractatus Logico-Philosophicus; Herodoto, Borges, Nemirovsky, Faulkner, Márai; hasta llegar a una nave más pequeña dedicada a la literatura colombiana encabezada por la colección Ortega Torres y los clásicos nacionales de Colcultura. Allí el librero abre una puerta colosal y entonces la nave de la abadía se proyecta al infinito. Un tipo, dueño de mi rostro, me devuelve la mirada, con asombro. Es la biblioteca de Babel de Borges: un espejo monumental frente a una biblioteca que se multiplica. Está empotrado tras las dos hojas de la puerta, abiertas ahora de par en par.
-Esta es la puerta original de la casa de Gómez Dávila. Daba a la calle 16-afirma Félix. El librero la hizo desmontar de la entrada del edificio y la incrustó en la pared del fondo. Al parecer, Gómez Dávila cambió de casa tras la redistribución comercial del centro, y se fue a vivir al norte de la ciudad donde murió en una cama rodeada de libros. Su biblioteca personal reposa hoy en la Biblioteca Luis Ángel Arango, después de andar extraviada en la bodega de una tabacalera sin que ninguna entidad se atreviera a recibir en donación sus 30.000 volúmenes, por falta de espacio.

¿A dónde conduce el espejo? Podría hacer el intento, tomar impulso y arrojarme dentro. Al otro lado bien podría encontrarme a Gómez Dávila y a Volkening, en el estómago de la ballena, bebiendo café, silenciosos durante horas, para después especular, entre risas, cómo serían los libros del futuro. Ahí aparecería este blogger, pidiendo excusas, diciéndoles que vengo del futuro con la misión expresa de hacerles una entrevista para un blog pornoliterario, a lo que Gómez Dávila, maestro del arte de la flotación, contestaría:

-No ha nacido escritor que no haya escrito demasiado.

Lo que significa, simplemente: “Ya cállate.”

Sucesivos escolios a un texto implícito, Nicolás Gómez Dávila, Serie La granada entreabierta, #60. Instituto Caro y Cuervo, 1992


Citas:



Escolios que parecen aplicables a noticias actuales como la muerte Jobs, la muerte de Cano, la reforma a la justicia:

-El terrorista es nieto del liberal.
-El mundo moderno es menos creación de la técnica que de la codicia.
-La lectura de poetas menores seguramente figura entre los suplicios del infierno.
-La máquina moderna es más compleja cada día, y el hombre moderno cada día más elemental.
-Se comenzó llamado democráticas las instituciones liberales, y se concluyó llamando liberales las servidumbres democráticas.
-Los milagros literarios rara vez exceden constelaciones de treinta palabras.
-Crítico con talento es ante todo el que despierta en su lector el deseo de leer, o de no leer, el libro de que habla.
-La literatura pretérita sin influencia sobre la literatura reciente le parece al tonto sin valor alguno.
-La celebridad de un artista entre sus contemporáneos depende más de la doctrina estética que ejemplifica que del valor de su obra.
-Reducir la literatura a la “literatura de imaginación” es abuso moderno. Literatura es todo lo que está escrito con talento.
-El mundo moderno no tiene más solución que el Juicio Final. Que cierren esto.
-Lo que destruyó la estructura de la vieja sociedad occidental no fue la inconformidad del pueblo, sino la vanidad de la clase media.
-La vocación auténtica se vuelve indiferente a su fracaso o éxito.
-Para el observador la realidad no es el lienzo y los pigmentos, sino el cuadro.
-La ley es el método más fácil de ejercer la tiranía.

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