Bagatela sobre otra masacre

agosto 13, 2009

Normance es el volumen II de Fantasía para otra ocasión de Louis Ferdinand Céline. Trata sobre un bombardeo, ocurrido en París la noche del 21 al 22 de abril de 1944. Céline dedica el libro a Plinio el viejo (una buena excusa para aquellos que pretendan ennoblecer la plana: dedicarle la obra a un sabio de 2000 años de antigüedad). ¿La razón? “Plinio el viejo conocido como “el naturalista” (23-79 a.C.) fue el autor de ciento sesenta volúmenes de Historia Natural. Estaba al mando de la flota romana del cabo miseno, cerca de Nápoles, cuando en el año 79 se produjo la erupción que sepultó las ciudades de Pompeya y Herculano. La grand Enclicopedie, fuente habitual de la erudición de Céline, cuenta así la muerte de Plinio: “subió a un lugar desde el que podía observar aquel fenómeno; después, con su celo científico, quiso examinarlo más de cerca. Avanzó hasta el pie mismo del volcán y allí murió asfixiado por las emanaciones”. Céline se encontraba la noche del 21 de abril cuando los aliados bombardearon París. ¿La misión de los aliados? Destruir la capital de Francia antes que tal logro se lo endilgaran los alemanes. Arde París, que leí hace veinte años, es otra novela que trata sobre el día que los Nazis dieron la orden expresa de bombardear París, pero un general nazi dijo no, eso no lo hago yo, eso es un obra de arte, y no se bombardeó, claro, porque los Nazis preferían las obras de arte a los seres humanos. Y le tocó el turno a los aliados, y al recibir la orden de bombardear París el general dijo “¡sí!, ¡eso es una obra de arte! !Yo sí que lo hago!”. Y París fue bombardeada. Bueno, tècnicamente fueron los suburbios, la periferìa. Pero a Céline le gustaba exagerar. Estaba allí para verlo. Un hermoso juego de pirotecnia, dijo, una Fantasía para otra ocasión. Con esta novela se concreta la dialéctica de los cataclismos: en Plinio el Vesubio. En Céline: aviones caza ingleses y bombarderos norteamericanos soltando bomba "libertaria" sobre París. En la primera la hazaña le cuesta la vida al autor. En la segunda no le cuesta la vida, pero su osadía ya anticipa el juicio al que sería llevado Céline por alta traición. Céline, el abuso de los puntos suspensivos y los signos de exclamación, el vil pornógrafo, el negador de todo, el doctor Dauchstone, el libidinoso, el traidor, el “más ofensivo de del siglo”, el que predicaba la limpieza de Francia de judíos, el que “mancillaba la patria sagrada y su patrimonio literario”, el que debían ahorcar para que Francia recobrara su nombre, el cerdo, el enemigo público número uno, Céline, sí, el mismo que les dejó de patrimonio a los franceses una de las mejores novelas del siglo XX con lo peor del mismo siglo: Viaje a final de la noche; el que escribió los más honestos panfletos antisemitas: Muerte a crédito y Bagatelas por una masacre; el que escribió doscientas cartas a su esposa Lili mientras esperaba una sentencia de muerte en una cárcel danesa, y quinientas al único editor que no lo abandonó: Gallimard; el que escribió además una saga de memorias compuesta por De un castillo a otro, Norte, Fantasía para otra ocasión, Normance y Rigodón; el mismo Céline de siempre, mi querido Céline, es el autor de esta bagatela de 400 páginas machaconas, con segunda parte, en ambos ejemplares repita y repita lo mismo: que están cagados del susto, que el gordo Normance no lo despierta ni una bomba, que la gente sometida a un cataclismo (como los que se encuentran en medio de un terremoto o una erupción volcánica) se desclasa, baja de categoría, se convierte en bestia al servicio del pánico, etc. ¿Lo único interesante? Que cuando hay un cataclismo se borran todas las barreras. Las de clase primero. Luego el tsunami vuelve a su nivel, se enfría la lava, se aleja el huracán y poco a poco aflora desde lo más profundo de nuestra alma toda la mezquindad del ser humano y todo vuelve a su lugar. Fin. Lo siento Céline: un libro muy flojo, una bagatela sobre otra masacre.

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