Manual del perfecto terrorista

enero 20, 2012


“Manual de terrorismo para principiantes que indica las condiciones de tiempo y dinero que se precisan, los estudios que hay que seguir, los exámenes que se han de salvar, las aptitudes y facultades necesarias para conseguirlo, el modo de establecerse y las probabilidades de perfeccionamiento y éxito en la profesión; iluminado con tablas e ilustraciones, y rematado por ejemplos e interludios divertidos, destinados a distraer el espíritu durante el estudio.” 

Ruptura del arquetipo: si el terrorista se transforma en un aprendiz sodomizado, y el objetivo del atentado en una palmera venerada al interior de un monasterio, ya no hay sedición, sino seducción. Así se revierte el título y el sumario. No encuentro terrorismo sino seudoterrorismo en este libro de Mathías Enard escrito en clave de tratado moral y alegoría. Como las cartas de Catulo a Lesbia, o como las que dirigiera Séneca a Lucilio o a su madre antes del suicidio. Sin embargo, todo el discurso sedicioso pierde el sentido lato y empieza a manifestarse en sentido figurado.

¿Qué puede producir un efecto trágico que no sea lo intolerable? Trágico es el terrorismo, el parricidio, el crimen, la ambición, el egoísmo, el dolor que desperdigamos en la busca de nuestra ambición: la crueldad, la suma de defectos y afrentas que cometemos para surgir mi entras hundimos a los demás para promovernos. Asistir a esa tragedia, cualquier tragedia (verla en cine, en teatro, representarla en novelas) es asistir al espectáculo de lo intolerable, al arca demencial del homo erectus. ¿Qué nos atrae de la tragedia? Un reflejo de nosotros mismos. Queremos descubrir en los motivos del otro nuestros propios móviles; queremos saber lo que la tragedia esconde. La representación de lo intolerable proyecta nuestra capacidad de hacer sufrir a otro. Tal vez lo único que pueda producir un efecto dramático sin ser un antivalor es la ética y la moral elevadas a tortura, llevadas a la imposición extrema (la madre de Canetti que le decía “el idiota que he parido” aunque había parido a un genio), proverbios aplicados como “la letra con sangre entra”, o la ley del talión, o el repertorio de leyes morales de Jehová, el diosito cruel del antiguo testamento, o la sobreprotección de un padre que impondrá sobre su prole la vocación equivocada. Una ética férrea desencadena la tragedia al degradar al más débil, al sometido, y provoca así la inversión del valor, lo invierte de positivo a negativo y detona la puesta en abismo. Así nacen los mártires, los autos de fe, los suicidios, los parricidios, la adicción, la simple locura, la sicosis, la ideología. Los móviles morales convertidos en detonadores de la tragedia, porque a nombre del bien y la verdad absoluta para alcanzar fines elevados, nos coaccionan y nos reprimen; nos degradan. Si los fines altruistas responden a medios criminales, son criminales y no altruistas. A veces arruinamos la vida del ser amado creyendo que le hacíamos un favor.

Esta novela puede despertar lecturas transversales sorprendentes en quien invierta las dos horas que tarda una lectura desatenta. Un amigo que acaba de tomarlo de mi mesa y leerlo de un tirón (y decepcionarse porque al parecer buscaba un instructivo para fabricar bombas caseras y halló un manual de seducción homosexual) lo cruzó en clave de discurso neoliberal: provenía, advirtió, de teorías de aplastamiento de minorías esbozadas por Zizek (que sólo los antropólogos sabrán quién es) y en Lacan (viejas costumbres que no ha superado aun la Universidad Nacional de Colombia). Me sorprendió sobre todo que encontrara simetría en un método de manual para la penetración cultural norteamericana en Vietnam cuando los invasores hacían brigadas civiles y vacunaban a los niños como emblema de guerra limpia (luego los niños eran bombardeados con Napalm, o los Vietnamitas tomaban la ciudad y cortaban el brazo de los niños que habían sido vacunados por el enemigo). ¿En qué clave podría leer este manual un verdadero alevín de terrorista?

Los nombres de los acápites tienen un atractivo poder de evocación:

Saber fascinar a las masas 
Tener una causa que defender 
Tener un lado místico 
Ser un poco artista 
Respetar el testículo 
Saber convencer 
Saber escoger el objetivo 
Jugar a Comando 
Ser un pelín zoofílico 
Saber sacrificarse por la causa 
Ser un cocinero selecto 
Tener un mensaje para la humanidad

Las epístolas morales se hacían para edificar un espíritu en formación. En este libro el maestro de terrorismo, en una imprecisa isla del caribe, le indica al alumno paso a paso los lineamientos para ascender en la protesta radical y en la tragedia de los grandes fines. El objetivo, el fin último del comando: destruir la palmera venerada por los monjes del edificio vecino. Otro tratado moral del que proviene acaso sea El Príncipe, de Maquiavelo (que al tomarse en sentido literal resultará en una política tenebrosa, y que tal vez se escribió con fina ironía y señalaba positivamente los rasgos de un gobierno despiadado. Pero el libro significa lo opuesto a lo despiadado: gobernar bajo esas advertencias “maquiavélicas” es el camino perfecto para hacerse un monstruo político. De modo que el término Maquiavélico sigue mal empleado porque se ha confundido al narrador con el autor y el significado real como el literal.) Tomar el título de esta novela literalmente, como tomar el libro de Maquiavelo literalmente, es una equivocación garrafal para el comprador con intereses sediciosos, o para el político con grandes ambiciones. El arquetipo interno y el morbo del lector se quebrarán cuando el maestro de terrorismo tome posesión del cuerpo del alumno en una transacción de poder consentido que es simple hegemonía ejercida sobre un inferior intelectual. El terrorismo, finalmente es visto como lavado de cerebro, como supremacía, o como sodomización y reducción del ego (según Freud esa es la pulsión anal por antonomasia: el deseo de posesión).

Lo que me parece exagerado, pese a los bellos dibujos y los sugestivos títulos internos, es que el sensei-narrador de esta novela use demasiadas páginas para sodomizar con razones morales al alevin de terrorista. José Juan Tablada usó menos palabras para decirle a una mujer que quería hacer con ella el cunnilingus. Sólo por eso la poesía sigue siendo más moral que la prosa, y más irónica.

Manual del perfecto terrorista, Mathias Enard, ilustrado por Pierre Marques, La otra orilla

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Maneki-Neco

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