Ensayos, Michel de Montaigne

febrero 10, 2012

Ensayos, Michel Montaigne
Sobre los libros es un texto que permite entender la génesis de ese estilo de meditación pública que se estaba inventando un francés que vivía en una torre atestada de libros en el siglo XVI: el ensayo. “Ensayo mi naturaleza”, dice Montaigne. Escribía ensayos para conocerse, para descubrir lo que pensaba sobre cualquier aspecto de la vida o del saber. La contradicción no estaba excluida. Varios años después un poeta lo diría así, agregándole dos parágrafos a los derechos del hombre: el hombre, decía Baudelaire (aproximado), tiene derecho a contradecirse y después a irse. Para Montaigne una forma de deshilvanar el pensamiento era el error. Las citas de autoridades que más admiraba las iba incorporando a su propio pensamiento como un todo articulado. Esta consagraba un derecho fundamental de la lectura: aquello que leemos y comprendemos ahora nos pertenece. Montaigne dejaba en manos de sus lectores críticos decidir o descubrir a quién pertenecían sus pasajes más brillantes. Sólo entrecomillaba las citas que podía recordar literalmente (y su procedencia). En un apartado confiesa que tiene la manía de rayar sus libros, anotándolos al margen, discutiendo al autor en las últimas páginas. Montaigne no tenía misericordia con los libros flojos: dejaba a medias todo libro que lo aburriera. Propugnaba por las distancias cortas, y justamente apreciaba autores fragmentarios. Autores que podían interrumpir y cualquier otro día retomar su lectura. La brevedad era su aspiración más alta, y trató de definirla así: consiste en que no haya dependencia ni enlace entre las partes de una obra, con lo que se puede abandonar y retomar donde nos plazca. Los clásicos latinos eran consulta obligada en esa torre. Prefería a Catulo y a Marcial, por la poesía sin pudor del primero y el cinismo del segundo. Prefería a Séneca sobre Cicerón (de éste último valoraba más sus discusiones morales que las políticas, y sus epigramas, más que los incisos gramaticales, o las largas exposiciones históricas para refutarlo todo). Pero la cima de esos autores clásicos eran las distancias cortas de Plutarco (donde veía resuelto su propio estilo): “los opúsculos de Plutarco y las cartas de Séneca constituyen la parte más hermosa de sus escritos a la par que la más provechosa”. No comprendía el griego, y ya no le interesaba aprenderlo para cuando escribió el ensayo Sobre los libros, porque se sentía “caduco”. Sin embargo de esa afirmación no sorprende la desidia por el saber, sino el pesimismo revisado y corregido: prefigurar tu propia muerte es también un asombro de la realidad. Un ensayista es ante todo alguien que se asombra y que logra encontrar, entre dos cosas que está separadas, una relación pasada por alto. Un ensayista es un poeta que escribe en prosa sus metáforas. Montaigne prefería asumir una senectud ociosa. Al final del ensayo, mientras camina por su torre eligiendo autores fundamentales, hace un inventario de historiadodes y de cronistas que le interesan; analiza sus estilos y decide que le atraen más aquellos que acopiaron las noticias desde todos los puntos de vista sin intervenir o discernir quiénes fueron los buenos y quiénes los malos, y dice execrar a quienes muestran una sola versión de los hechos. Admiraba a César por ser un testigo ocular que tomaba distancia para narrar, pero cuestionaba a Suetonio por ser un testigo oidor y aun así un historiador tendencioso que afirmaba lo que no había visto. Termina por transcribir para sus hipotéticos lectores algunos apuntes de esos que desgranaba en las contratapas y las marginalias de los libros. En uno de esos apuntes define y funda el género por su procedimiento:

“Lo que yo escribo es puramente un ensayo de mis facultades naturales, y en manera alguna de las que con estudio se adquieren; y quien encontrare en mi ignorancia, no hará descubrimiento mayor, pues ni yo mismo respondo de mis aserciones ni estoy tampoco satisfecho de mis discursos][ contiénese en estos ensayos mis fantasías]" 

Ensayos Escogidos, Michel de Montaigne (traducción de Costantino Román y Salamero, selección y prólogo de Felipe Restrepo David) 
Editorial Universidad de Antioquia

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