Angel Rama y Marta Traba: hechos simples que desencadenan una muerte
julio 21, 2012Marta Traba, estudiante en París |
Se habían conocido, Rama y Traba, en un congreso de escritores organizado por ella en la Universidad Nacional de Bogotá en 1966. Marta tenía dos hijos bogotanos de un primer matrimonio con el poeta y diplomático colombiano
Por su parte, Ángel Rama, también tenía sobre su prestigio una sombra que lo perseguiría en todos sus emprendimientos: un pasado que lo ligaba al órgano cultural de la cuba revolucionaria: La Revista Casa de las Américas. Distanciado del proceso cubano, tras la desbandada de intelectuales que provocó el caso Padilla (rebatían, Vargas Llosa y compañía, la estalinización de la cultura, la sumisión intelectual, la censura y el encarcelamiento de los autores), el peso de esa antigua simpatía y su pasado de simpatizante socialista le suscitó la hostilidad de varios gobiernos: determinó su exilio de Uruguay porque la dictadura militar lo acusaba de comunista, y más tarde decidiría también la penalización del gobierno norteamericano que le negó (mediante la aplicación de un código de tiempos del Macartismo) la visa para poder ser profesor en Maryland, lo que le obligaría a irse con su mujer a dictar clases y vivir en Francia, último hogar.
De modo que cuando se encontraron los dos en un congreso de artistas de Caracas con los planes rotos de unir las dos bibliotecas e irse a Montevideo porque la dictadura acababa de trastocar el futuro, empezó el peregrinaje de los dos, ahora juntos por Washington, Barcelona, Bogotá, Ciudad de México y París, hasta el día en que el Boeing 747 de Avianca se vino a tierra.
(No está de más agregar que fue una suerte inversa el que la dictadura militar de su país haya cogido a Rama en Caracas, porque allí pudo adelantar su máximo aporte cultural: la Biblioteca Ayacucho. En la mezquina y provinciana Bogotá, simplemente, jamás habría contado con ninguna ayuda del Estado para fundar un proyecto editorial paradigmático y totalizador del pensamiento y la literatura continental.)
Los hechos que desencadenan una muerte condicionan el camino para llegar a ella, pero no lo determinan. Es decir: lo propician, pero no lo deciden. Ya vimos que un cambio sutil en el orden del día puede provocar que lleguemos demasiado tarde o demasiado pronto a la esquina donde un taxista nos arrollará o arrollará a quien nos precede en el semáforo. ¿Qué hechos simples propiciaron para ellos el abordaje de aquel Jumbo de Avianca que partiría del aeropuerto Charles de Gaulle de París en 1983 para estrellarse en la aproximación al aeropuerto de Barajas? Innumerables y desconocidos, en tantos casos como pasajeros iban. He leído, sin embargo, en una entrevista, a la pintora
Hay otro orden de hechos que condicionan nuestro destino, pero sólo compromete nuestro itinerario en un punto axial: cuando los dos órdenes se encuentran. La contingencia ajena es la mitad de nuestro destino. Quiero decir, como ejemplo, que la suma de mi propio trasegar no basta para decidir mi muerte en un accidente. Se requiere la suma del trasegar (las contingencias) del objeto, o sujeto, o ente, o catástrofe (sismo, tsunami) que nos ha de matar. La suma de los dos órdenes, cifra el destino simultáneo.
(Continúa)
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