Indagaciones sobre la imaginación

marzo 15, 2013



Nijinsky [El cuerpo, percepciones]

Cuando estamos inconformes con nuestro cuerpo lo que solemos hacer es destruirnos, con alcohol, con mutilaciones, con obsesiones, con raticida. Si hiciéramos lo contrario, si lo convirtiéramos en el laboratorio del ensayo-error, si usáramos de pretexto la deformidad física, o la bipolaridad para describir el estado de nuestra propia descomposición mental, ¿no saldría de allí, justamente de la tara, de la fealdad, de la inconformidad, una estética? Lo que hacen los artistas cuando están inconformes con su cuerpo es convertirlo en pretexto y material para su arte. Lo hizo Violett Leduc en La bastarda. Emmanuel Bove en Mis amigos. Miyó Vestrini en sus poemas. Sylvia Plath (la hermosura también puede ser una carga) en sus diarios.
El diario de Vaslav Nijinsky es quizá el testimonio más sorprendente que he leído de la percepción del cuerpo disminuido (mentalmente) por parte de una conciencia que escribe (sus altibajos, sus fatigas, sus aspiraciones, los efectos del agotamiento, las dudas, los progresos, la conciencia del relato) y lo más inquietante: la expresión de una enajenación mental progresiva.

Nijinsky:

[Me gustaría que mis escritos fueran fotografiados en vez de ser impresos, pues la imprenta se carga la escritura a mano. La escritura manual es algo encantador; es algo vivo y lleno de carácter. Quiero que mi escritura manual sea fotografiada porque deseo que la gente entienda cómo procede de Dios. Sé que si un hombre capacitado para analizar la escritura leyera esto, diría que “el autor es un hombre que se sale de lo corriente” debido a que la escritura es saltarina. Sé que la escritura desigual significa bondad del corazón. Puedo distinguir a las buenas personas de su escritura. Diaghilev es un hombre malo.]

[Un día salí a dar un paseo por la colina y me detuve en el monte Sinaí. Hacía frío. Caminé rápidamente. Sentí que me tenía que arrodillar, por lo que lo hice rápidamente, y entonces sentí que tenía que poner la mano en la nieve. Tras hacerlo, repentinamente sentí un dolor que me hizo llorar, y retiré la mano. Miré a una estrella que no me dio las buenas noches. Negó sus parpadeos. Me sentía helado y quise correr, pero no pude hacerlo, porque me hundía en la nieve hasta las rodillas. Me puse a llorar pero nadie oyó mi lamento. Nadia acudió a rescatarme. Aunque los paseos me gustaban, lo cierto es que sentí terror. No sabía qué hacer y no pude encontrar razones para mi impotencia. Tras varios minutos me di la vuelta y vi una casa. Estaba cerrada y con las contraventanas echadas. Un poco más allá había otra casa cuyo tejado estaba cubierto de hielo. Me sentí atemorizado y grité como pude ¡Muerte! No se por qué, pero sentí que tenía que gritar ¡muerte! Después de lo cual me sentí más caliente y el calor de mi cuerpo me ayudó a erguirme. Me levanté y caminé hacia la casa, donde había un farol encendido. La casa era grande. No me daba miedo entrar, pero pensé que no era necesario hacerlo y seguí mi camino.]

[Mi mujer, que piensa mucho, apenas tiene sentimientos. Cuando empieza llorar, a mí se me llena la garganta de lágrimas y rompo a llorar con ella, tapándome la cara con las manos. No es que sienta vergüenza, pero sí tristeza y pena por mi mujer. Como deseo lo mejor para ella, me quedo sin saber qué hacer. La vida entera de mi mujer y de toda la humanidad está muerta.]

El que le arrebató estos fragmentos a una lucidez intermitente era un bailarín de ballet nacido en Kiev (28 de febrero de 1890), de estirpe de polacos bailarines. Su cuerpo en el mundo del ballet europeo, antes de la primera guerra mundial, se hizo famoso por ser capaz de “volar” como ningún ser humano lo había hecho antes. Podía desafiar a la naturaleza y la gente que tuvo la suerte de verlo bailar llegaba a pensar que era un ser ingrávido que había roto las leyes de la física con sus saltos prodigiosos. Cuando le preguntaban como se hacía para volar, él contestaba que sólo era necesario saltar “así”, y dejaba las caras atónitas con un salto improvisado. Tuvo una relación sentimental con su mecenas, Diaghilev, y después de una temporada en el extranjero con una bailarina con la que acabaría por casarse, Diaghilev lo expulsó de su protectorado. Con deudas atrasadas, acorralado en casa de su suegra (quien le extendía reclamaciones por no ganar dinero), Nijinsky trató de solventar su situación bailando por cualquier paga pero solo consiguió entrar en un estado de paranoia y de alienación mental de la que ya no regresó. En el diario que escribió mientras estaba en el manicomio suizo, cuenta que oía una voz interna que confundía con la voz de Dios, quien le ordenaba ponerse de rodillas, salir a caminar, dar limosna a los pobres o dejar de comer carne. Pasaba de días de risa a días de llanto. Días de alegrías soberbias en que imaginaba proyectos a futuro, y luego caía en abismos de depresión y ataques de llanto en que todo se derrumbaba. Entrenado para escribir los guiones de ballet, decidió probar a escribir también un diario de su estado, dividido en dos partes: La vida, en que narraba un inventario salteado y sin orden de su infancia y de sus años de bailarín y de una idea filosófica que quería elaborar de la cofraternidad humana, y una segunda parte, La muerte, en que registraba su vida desde la descomposición mental ante el despido del Diaghilev:

[Todo el mundo debería trabajar, pero no todos los trabajos son iguales. Hace falta buenos trabajos. También yo trabajo escribiendo este libro. No escribo para mi propio placer; no puede haber placer cuando un hombre dedica todo su tiempo a escribir. Es preciso hacer escrito mucho para ser capaz de comprender qué quiere decir escribir. Es una ocupación difícil; uno se cansa de estar sentado, con calambres en las piernas y el brazo rígido. Irrita los ojos y hace que se respire mal; el aire de la habitación se enrarece. Un hombre que lleve una vida así muere antes. Las personas que escriben de noche se dañan la vista y tienen que llevar gafas; los hipócritas usan monóculo. Me he dado cuenta de que si escribo mucho rato los ojos se me enrojecen. Las personas que escriben mucho son mártires. Me gustan los mártires por amor de Dios. Muchos dicen que si se escribe es por dinero, porque sin dinero no se puede escribir. ][ cuando oigo semejantes cosas lloro, porque las conozco en otra modalidad: bailar por dinero. Estuve cerca de la muerte, de lo exhausto que estaba. Era como un caballo obligado a latigazos a tirar de una carga pesada.

[Trabajos de bailarín]
Yo le gustaba [a Diaghilev] debido a mi éxito ante el público. Y le gustaban mis bailes. Pero entonces yo no quise bailar porque estaba triste, estaba internado. Me di cuenta de que una persona puede vivir en cualquier sitio. Yo trabajaba en un sistema de notación para la danza y bajo la mesa los gatos se reunían  y escandalizaban. A mí los gatos no me gustan a causa de su olor, que es odioso. No me daba cuenta que en realidad no eran los gatos los que organizaban el escándalo, si no las personas. Entonces me ocupé de los gatos; al mismo tiempo solo me preocupaba de la verdad de mi sistema de notación coreográfica. Quería olvidarme de mi mismo y empezar a escribir mi ballet Fauno siguiendo ese sistema. Era un trabajo bastante largo; me costó dos meses, cuando el ballet en sí mismo tiene una duración de solo 10 minutos. De nuevo me sentí triste y mísero. Lloré porque me sentí muy deprimido. Sin darme cuenta, fui sintiéndome triste y sombrío en cuanto a la vida. Leí a Tosltoi. La lectura era un descanso, pero yo no entendía el sentido de la vida.

[Propósitos de escritura]
Escribiré mucho porque quiero explicar a la gente el significado de la muerte y de la vida. No puedo escribir de prisa porque mis músculos se van fatigando. No puedo seguir. Soy un mártir; siento dolor. Me gusta escribir; quiero ayudar a la gente, pero no puedo escribir porque estoy cansado. Quiero terminar. Dios no me deja. Escribiré hasta que Dios me interrumpa.

Nijinsky no pudo volver de este mundo de sensaciones, voces incorpóreas y sueños diurnos. Su carrera como bailarín había terminado. Ese diario fue lo último que escribió y lo que siguió luego fueron décadas de locura, hasta su muerte, en 1950. Pero su testimonio escarba en el principio más básico de la creación artística.

El primer hallazgo necesario para la invención, de un libro, de un cuadro, de una danza, de una escultura a largo plazo está atravesado por la relación, la percepción y el uso que le demos al cuerpo. Con sus etapas de desarrollo. Con su vitalidad y sus achaques, con su amenaza de deterioro. El espacio que tendremos para escribir es el espacio vital en que ese cuerpo esté vivo y activo. Por eso, esperar a jubilarse para poder escribir es una idiotez. Nietzsche, como Nijinsky, escribió bajo el tormento de dolores de cabeza que duraban meses. Otros escribieron desde el pudor y la negación del mismo. Joyce se regodeaba explorando el lenguaje y la escatología y a quien criticó los pasajes sexuales en monólogo de Molly Bloom (último capítulo del Ulises) le recordaba que “en el libro de la vida el sexo también ocupa las mejores páginas”. El cuerpo es el laboratorio, el mal y el experimento. En arte todo parte de allí: de la relación con el cuerpo. Solo tenemos el cuerpo para experimentar, para percibir, para madurar, envejecer y morir, para comprender nuestras taras y vivir con ellas convocar de ellas la invención. Cada etapa del desarrollo del cuerpo es una etapa susceptible de transformaciones mentales.

Para escribir, en la infancia está todo. Todo lo que en potencia serás. Antes de los siete años aprendemos las normas del mundo en que nacimos, aprendemos a reconocer quién manda, quién es rico, quién es pobre, el himno nacional, las oraciones, el valor del dinero, el sistema de clases, la calle de los ricos, el barrio de los pobres, la noción de límite, el origen de la rebelión futura; pero lo más importantes es que en esa infancia adquirimos el lenguaje y aprendemos a leer en un sistema de agregación: nos enseñan a juntar sonidos que se representan con letras y se juntan para formar sílabas, luego palabras, luego frases simples, luego tiempos complejos y, si corremos con suerte, llegamos a entender un poema, un libro, o a escribirlos. Todos los seres humanos tienen  un cuerpo contrahecho, esbelto, enfermizo, sano, proporcionado, armonioso, desigual. Jamás bello. La belleza está instaurada por decreto por fuera de nosotros mismos. Un cuerpo con capacidad para usar símbolos y comunicarse con otros. La prueba fundamental, primaria, para la experiencia estética es si somos capaces de hacerlo volar, al cuerpo, como aseguró Nijinsky.




Indagaciones sobre la imaginación

Virginia Woolf escribió que lo más importante para una escritora era tener una habitación propia. Se le olvidó el Whisky (pero lo incluyó luego Faulkner). Se le olvidó el sexo, pero lo incluyó luego Miller. Tal vez la Woolf lo decía porque la escritura requiere soledad, y a las mujeres les estaba vetado desde el ingreso a Oxford  al derecho a estar solas. Requiere modelos (humanísticos y estéticos) y requiere una proyección de la vida interna en la expresión (obsesiones y palabras). El resto son mitos de la profesión. Que se requiere una sociedad culta, una ciudad legendaria, grandes bibliotecas, mezcla de culturas, cosmopolitismo, ruido de fondo para ser un gran artista. Que se requiere dinero, contactos, una carrera universitaria, o te morirás de hambre. Que el arte es inútil. Que el mundo se cambia con ideas fijas, políticas o estéticas.

Hacerse artista con esta algarabía de fondo es entrar en el hipódromo literario, como llamó Cortázar a la competencia por destacar; pero no en el arte. Es entrar a una competencia por reconocimiento, y no por escribir o pintar mejor; porque hoy suele ocurrir que el reconocimiento se le otorga a lo que tiene consenso, a lo que tiene precio y no valor, a lo aceptado por un sistema de ponderaciones que avala o sepulta pero no se guía por juicios estéticos sino por propaganda corporativa, pero no a lo que pone en marcha los rudimentos más poderosos de la literatura.

El mercado del arte es lo que conduce al individualismo exacerbado que unos llamarán ego, y otros vanidad de autor. Cuando la literatura se arrodilló a la mercadotecnia, el oficio cambió de sentido. Ya no nacía la escritura de un inconformismo, o de una oposición, al decir de Sartre, sino de una ambición y de la neutralidad ideológica, de la tendencia del momento y de unir una sarta de gustos vacuos. Del deseo de ascender socialmente en un trabajo burgués que existe porque la literatura es una gaveta más en la estantería del supermercado, y porque el dinero produce dinero, en la lógica del capitalismo financiero.

Me he hecho muchas preguntas sobre el origen de la creación literaria, la pulsión de escribir y la forma de convertirse en escritor. Algunas me parecían más urgentes que otras, pero las respuestas son oscuras y disgregadas. Más fácil que responderlas es formular las cuestiones esenciales: ¿Qué es la creación? ¿Quiénes son aptos para hacer el arte? ¿Afecta en realidad el lugar donde se vive la obra que vendrá? ¿Cómo se decide una vocación de artista? ¿Cuáles son los mitos y la leyenda que se teje alrededor del “genio creador”? ¿Qué se necesita para ser artista? ¿Hubo una edad de oro o épocas o sitios especiales para poder serlo y hay lugares y tiempos infértiles? Las respuestas a estas preguntas nadie me las dio, porque no se puede enseñar lo que no se sabe. Las respuestas hay que extraerlas de la experiencia de los propios maestros, en obras donde han plasmado algunas ideas con metáforas: en ensayos y reflexiones y diarios de artista.

Con este ensayo seriado busco enumerar interrogaciones y fijar algunas posiciones personales sobre la invención literaria, que acaso puedan extenderse a otras formas de imaginación y creación artística. No tengo grandes tesis. Mi pensamiento no está ordenado. Mi vida la gobiernan algunas ideas básicas y unas pocas categorías. Las ideas básicas que me interesan por ahora son: mi familia, la muerte, la historia de Colombia, la violencia, la técnica de la narración, las palabras. Las categorías que gobiernan mi vida, son: la literatura, el destino, la creación, la poesía, lo sobrenatural, el sexo, la locura, internet.

¿Por qué escribir sobre la creación artística?
¿Es que no se nota?
Por el trauma, cariño: los prejuicios que me hicieron daño cuando quise ser escritor y todo se opuso (algunos suministrados por mi familia, otros por el entorno, otros por mi propia ignorancia del oficio.) Para exorcizar la neurosis (que casi siempre se origina en una pregunta no contestada) hay que empezar por darle respuesta; y después vivir con el peso de tu hallazgo.

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