Limonov, de Emmanuel Carrere

agosto 08, 2014

Limónov detesta a Brodsky, a Solyenitzin, a Pasternak, a Ajmátova y a todos los autores rusos que se hicieron un nombre y un prestigio en el extranjero a partir de la oposición o persecución del régimen comunista. Pero también detesta a todos los que obtuvieron un reconocimiento en el comisariato de Unión de Escritores, donde estaban integrados los autores nacionales que avalaban el régimen comunista. ¿Oxímoron? No. Hay formas muy democráticas de odiar a todo el mundo por igual. Limónov detesta a los escritores occidentales. Detesta a los magnates. A los líderes soviéticos que disolvieron la Asamblea Nacional para llamar a elecciones. Detesta a Gorbachov. A Yeltsin. A Putin. Detesta a los yugoeslavos. A los croatas. Detesta a las mujeres gordas. A los intelectuales. A los profesores universitarios. A los ricos. A todos los que le han prestado alguna ayuda, y que luego aparecerán en su obra convertidos en blanco de saetas ácidas, desvestidos y ridiculizados por sus observaciones y pensamientos secretos. Si hubiera una forma de saber, en tiempo real, las secretas pretensiones, los pensamientos ocultos, lo que la gente piensa del otro en realidad, no podríamos ni salir a la calle, porque todos seríamos más o menos como Limónov: gente cargada de envidia.

Carrère trata de entender una época, el desmoronamiento de la era soviética y los primeros días de la federación Rusa, a partir de la vida de un escritor que ha practicado el odio y la envidia y la xenofobia como motor de la creación. ¿Cómo entender una mente que anhela la fama pero denigra de la fama ajena? ¿Es la encarnación del supremo egoísta? ¿Cómo entender a alguien que toma un fusil y va a disparar a los transeúntes desde las lomas que rodean Sarajevo, simplemente porque quiere experimentar una sensación extrema, algo tan actual y trascendental como una guerra étnica? ¿Cómo entender esa afición por la mezquindad de una mentalidad de alguien que además es escritor?

El que narra una anécdota personal deja de ser actor para volverse testigo. Esta idea de Borges sobre la muda del punto de vista cuando la vivencia se transforma en escritura, podría aplicarse al estilo de Carrère y del propio Limónov. Sus obras examinan experiencias de vida que se convierten en narraciones. En esta biografía, Carrère deshuesa y glosa las afirmaciones que Limónov ha desperdigado a lo largo de su propia obra autobiográfica para entender sus inquisiciones literarias, las definiciones y juicios arbitrarios sobre los demás, las posiciones políticas, sus avatares, y escribir una suerte de reportaje en tono personal que resulta también un examen biográfico. Una autobiografía dentro de una biografía. El origen de la fascinación de Carrère por Limónov está en la forma extrema de haber buscado la gloria por la literatura, por el activismo político, por la conspiración, o por la destrucción. El origen de esta forma extrema de arriesgarlo todo por algo que se le hace esquivo a Limónov está en el gesto de su madre de hacerlo ingresar en un manicomio a los dieciséis para salvarlo de una adolescencia delincuencial. Después, las culpables serán cada una de las mujeres que han pasado por su vida y han tenido “la buena suerte de ser amadas por él”: la bailarina codiciosa que lo abandonó por pobre, la criada gorda que lo introdujo como sirviente al mundo de la aristocracia neoyorkina, la ninfómana con que volvió de Estados Unidos a conquistar Rusia y que lo abandonaba por épocas para tirarse a todos los borrachos de la ciudad. La culpa es del vodka, que bebía por semanas enteras hasta el embrutecimiento. La culpa es de todos aquellos colegas que festejaban en privado la obra de Limónov, pero callaban en público, para no ser destronados de sus tribunas de influencia. Pero también la culpa es de Brodsky que logra ser reconocido por una élite intelectual de occidente, superficial e impresionable, porque subliman la experiencia de la cárcel soviética y el destierro tras secuestrar un avión, pero desconocen la trampa de la elegía en la tradición poética rusa. La culpa es de sus editores, que publican tirajes de diez mil para ciudades menores de Siberia, mientras lanzan cien mil de poetas inferiores a su categoría en las grandes capitales. La culpa es del general que se toma la Casa Blanca, sede del parlamento disuelto por Yeltsin y quien se niega a seguir el consejo del escritor de repartir armas y defender el comunismo desde las bases sociales. La culpa es de Putin que lo hace apresar por las fuerzas especiales como terrorista y lo condena por conspiración a varios años de cárcel. La culpa, en fin, es el talento de los demás.

El logro de Carrère al indagar los detalles de una vida mercenaria como la de Limónov, al examinar sus hallazgos y contradicciones y envidias y audacias para estar en el mundo, es mostrar que aquellos mejor dotados para examinar la vida y aceptar la derrota pueden envilecerse también por una razón tan trivial como conseguir el reconocimiento público. Carrère convirtió a Limónov, un autor soberbio que buscó la fama a cualquier precio, en personaje. Sería una paradoja de la justicia literaria que la fama desdeñe los retratos sarcásticos que Limónov hizo de terceros en sus libros y que la índole de la fama que en realidad merece le llegue más por el retrato humano que de él ha hecho un tercero.
Limónov dispara a Sarajevo. Ver video

Limonov, de Emmanuel Carrere, Editorial Anagrama, 400 pg.

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