El pretexto de la fuga
marzo 21, 2017Animal Kingdom, Mariana Lopes |
Me invitan a hablar de Redes sociales y blogs en la Filbo 2017 y digo: No, gracias, ya no me interesa. Debí decir: Ya para qué. Ahora están los youtubers y los Instagramers Fitness y el porno freelance. No me interesa dar lecciones sobre cómo atraer visitantes exponiendo la subjetividad o el cuerpo o las neurosis o politizándose en contra de alguna causa bienpensante o exhibiendo las grandes ideas que se te ocurren en la ducha (que son suplantadas horas después con las que se te ocurren en el almuerzo). La popularidad en internet tiene que ver más con la puerta que dejas abierta para que el otro husmee (y sublime) tu vida privada, con la forma en que subestimas a los demás con tus ideas (que con la calidad de las ideas mismas) y con el uso que le das a las plataformas de fama efímera (que hacen fantasear a la gente sin importancia que podrían convertirse en personas públicas).
La distancia y el tiempo que había entre la creación de una idea y su difusión hacía que el tiempo y la distancia para leerla y reaccionar también fuera meditada. Ahora las voces se multiplican, el simulacro de las reacciones favorables son inmediatas, pero ya no quedan ganas de leer y a todo esfuerzo verbal le sigue el silencio. Lo que la gente busca de internet es lo mismo que ha hecho la humanidad siempre: comunicar su gran soledad. Por eso la llegada de los teléfonos con acceso a la red empezó a simplificar las funciones hasta integrar las básicas en una sola aplicación de comunicaciones multidireccionales como Whats App. Lo que hace útiles (y a nosotros inútiles) esos dispositivos y esas aplicaciones es la posibilidad de estar conectados a la red siempre. Antes, la gente tenía suficiente con leer y mandar correos y reproducir algún video, tener la ilusión de interactuar por instantes con gente interesada en los mismos asuntos, cuando estaban conectados. La posibilidad de estar conectado siempre, paradójicamente, volvió triviales a las actividades para las que se requería tiempo de inmersión.
Antes, apenas ayer, diez años, no sé (¿cuándo empecé a llevar un diario de lectura en internet?, ¿diez años, en serio?) los blogs parecían ser la forma más barata de pensar públicamente, parecían una forma de democratizar la circulación y producción de contenidos, de abrir mil ventanas al periodismo ciudadano, a la participación activa. Pero había un problema.
Siempre hubo ese problema: se necesitaban palabras (de este lado), y tiempo para leerlas (del otro lado). Y era ocio no remunerado.
Luego vino el silencio.
Los blogueros literarios que seguía por entonces y en quienes encontraba modelos, comenzaron a callar o a desertar: Alberto Olmos dio la cara y lector-malherido se volvió de pago, JS de Montfort consiguió trabajo en Malpaso editorial, Jose Luis Amores de Bolmangani pasó de hablar de autores raros a editarlos en Pálido Fuego, Hermano Cerdo entró en singularidad desnuda. Quedaron aún, resistiendo, Lamento de Portnoy de Avilés y La Marginalia de Saúl Alvarez Lara como dos nómades por un desierto de camellos muertos.
Por años estuve tentado a dejar un mensaje de agradecimiento en este blog siguiendo el ejemplo: “Aquí queda el archivo como testimonio de que alguna vez fui un mercenario”, “la vida cambió”, excusas así, y despedirse con cierta elegancia en el campamento de media montaña. Pero interrumpí, simplemente, y pasé años observando cómo el micro-blogging y los muros de Facebook y los 140 caracteres fueron un buen refugio para otros disidentes de la actividad blogguera. Al menos parecía que ahí las reacciones eran inmediatas, y las caritas felices y los RT suplantaban el silencio de los comentarios y la pereza de los lectores. Luego las cámaras se abarataron o se integraron a los teléfonos de alta gama y vinieron los youtubers. Pero ya no era un lugar para mí.
Se necesitaba demasiadas dosis de execrable subjetividad para cautivar la atención del respetado. Se necesitan menos palabras en el foro Romano, porque la generalidad son gritos y rechiflas. Estoy con Bioy en que el texto más mínimo requiere el mismo esfuerzo de un texto largo, porque es un esfuerzo verbal. Probé nuevos caminos para que valiera la pena el tiempo que lleva el esfuerzo verbal. Integrar la redacción a comunidades cerradas con público cautivo: bloguear desde un periódico, por ejemplo. Pero me fue así: Los blogs corporativos parecían una buena opción (el Boomerang de Santillana sigue con sus buenas plumas pero no son blogueros sino buenos escritores), hasta que se hizo evidente que es solo una estrategia más de mercadeo y agujeros negros de inmersión y al lado de tus notas de libros está un banco hablando de becas educativas refinanciadas y un abogado hablando de cómo tú eres el único culpable de que el banco te quite tu casa y una lumbrera del periodismo investigativo haciendo un reportaje coral sobre un desfalco financiero y todos los que escriben de cultura se pelean dando F5 por encontrar un mínimo espacio en el banner de Más visitados del Home, donde siempre va a estar el blog financiero de turno en el primerísimo primer plano. Canibalismo bloguero pues. Mientras tanto, el web master del periódico te adorna los contenidos con publicidad.
Lo mismo hacen las grandes plataformas de redes sociales: cambian los términos para apropiarse masivamente de los contenidos almacenados en sus servidores. Todos los monopolios son una trampa. Homogenizan. Pretenden controlar “la verdad”. Censuran globalmente y promueven campañas colectivas que acaban en cadenas de noticias falsas y manipulaciones de la opinión pública. El fin último es llenarse el bolsillo vendiendo publicidad adaptada a las vidas privadas siguiendo los patrones de conducta y las declaraciones que proporcionamos de lo que nos gusta.
De modo que aquí estoy, de nuevo, como al comienzo de todo, hace diez años, por esta misma fecha, intentando encontrar a alguien en el gesto de embotellar un mensaje para arrojarlo al mar. Internet sigue siendo una red de redes. Pero una pequeña red es más importante que una telaraña global. Empecé a escribir blogs para no enloquecer. Por la misma razón empecé a cocinar mi propia comida. Volveré a escribir aquí como en un principio, queridos lectores, en contra de casi todo, para una pequeña comunidad invisible. No pienso venderles nada. Son solo algunas ideas sin contexto. Imaginen a un tipo que sigue su propio camino, el que cree es su camino, pero resulta una fuga de aquello que considera en oposición a sus pensamientos. Se vale de la idea de otras fugas para justificar la propia. A veces el pretexto de la fuga es una circunstancia trivial o absurda. Exprime sus experiencias hasta hallar la médula de la felicidad. Por ese camino individual se ha encontrado personas con las que comparte un rasgo, una idea, un instante, un recuerdo en común. Luego sigue cada uno su camino. El hecho de compartir ese estado de libertad imaginaria le hace mudar su idea de individualidad. Si no hay con quién compartir la felicidad de los hallazgos, esa felicidad es incompleta. Para entonces ha llegado al límite, el punto axial del aislamiento. Comprende sus limitaciones. La moral a corto plazo de sus disgustos de otrora. Quiere ahora regresar. Pero ya no puede. El viaje es su único premio.
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