Connolly pierde peso

mayo 12, 2009

carne magra

"Resolución de Año Nuevo: pierda unos seis kilos de peso y lo demás vendrá por sí solo. La obesidad es un estado mental, una enfermedad causada por el tedio y la decepción: la gula, como el apego por las comodidades es un especie de miedo. La única forma de adelgazar es reformular el propósito de la vida."

Me encantan los escritores narcisistas. Y si pesan cien kilos, mejor. Entre más feos, mejor. Entre más asediados por la fealdad o por la enfermedad. Porque son genios. Sócrates era gordo y si nos atenemos a que en su cara se veían todos los vicios, tan feo como Picio. Balzac, obeso y monárquico. Harold Bloom, fanático. Cyril Connoly misógino, epicúreo, inmisericorde.

Empiezo con Connolly una visita a los pesos pesados de la crítica literaria.

Su seudónimo era Palinuro, el piloto de Eneas, el de la Eneida, de Virgilio, que aun no he leído, y que no leeré, porque para eso se lee uno La muerte de Virgilio, de Broch. Broch dice que Virgilio, como Kafka, como Hemigway, como Cortázar, como Gógol dejó la órden expresa de quemar los manuscritos inéditos a su muerte, y lo desobedecieron. Palinuro era el piloto de la nave en que viajaba Eneas después de troya. Cayó al mar y después de tres días las olas lo llevaron a la orilla donde los habitantes que parecían colombianos le dieron muerte por robarle el traje. Su cadáver quedó insepulto sobre la costa.

La sepultura sin sosiego, fue publicada dos veces. La primera vez en 1938, y la segunda, ampliada, en diciembre de 1944 bajo el seudónimo Palinuro, para hacerlo aun más verosímil, según Connolly, pero simplemente quería permanecer al margen del veneno que destilaba en sus páginas. Es un diario. Un diario de guerra. De dos guerras. La de su matrimonio arruinado (se casó 3 veces) y la segunda guerra mundial; refugiado del amor y de la muerte como un perro, entre 1942-44 en Francia, a la que adoraba por culpa de Pascal y La Rochefoucauld, Connolly escribió este diario como un mosaico arbitrario de todos los temas que le apasionaban: el placer, el cinismo, los buenos libros y la buena mesa. ¿Hay mejor forma de escribir?

En Pascal, por supuesto está basada la primera parte. Negra, negrísima, destila veneno en todas sus comisuras contra las mujeres, contra la institución del matrimonio, contra la vida humana, contra la barbarie, barbarie, como una suerte de neopascal resentido y pagano, va resconstruyendo las ruinas de su vida sentimental e intelectual. Frases descarnadas en contra de sí mismo que se suceden en otras contra mujeres, frases metafísicas, sarcásticas, prolongación de abismos comunes, con epigramas de pesimismo de este calibre:

"Ni opiniones ni ideas, ni un verdadero conocimiento de nada en absoluto, ni ideales, ni inspiración; una carroña gruesa, perezosa, quejumbrosa, codiciosa, impotente; un tocón segado, un vientre corrompido que las olas arrastran a la playa. "Manes palinuri esse placandos!" Siempre cansado, siempre hastiado, siempre dolido, siempre colmado de odio."

Mi teoría de la genialidad y la obesidad está a medio elaborar. Los obesos son sarcásticos porque el mundo es así con ellos, en consecuencia su sarcasmo es un espejo. Si bajan de peso se vuelven pesadísimos, como dice mi hermana de sus amigas. 

Siempre, en toda infancia, hay un obeso que pasaba por idiota y era un genio del buen humor, agradaba por su ingenio y su franqueza. 

El gordo de mi infancia se llamaba Diego. Todos se burlaban de Diego "el empanado". Además de obeso, era rico. Ñoño. Me hice su amigo, no sé por qué. Por conveniencia, quizá. Financiaba mi fidelidad con empanadas y los juegos de Nintendo. 

Su genialidad destacaba en medio de un mar de estupidez por haber pasado el juego Supermetroid con el cien porciento de bonus (que simplemente significa ser campeón de algo en un mundo en que todos éramos perdedores en todo). Desde entonces lo respetaron todos.

En la universidad, el obeso se llamaba Ludwin, escribía sonetos en endecasílabos y era experto en Husserl. Un día lo invité a estudiar a mi bicoca y a las cuatro de la mañana le escuché leer en voz alta parrafadas de Lezama Lima y le dije que por qué no se dormía, que era un pérdida de tiempo estudiar tanto. Y me contestó con otra pregunta: ¿es que no lo sabe? ¡Saber qué, de por Dios! Que soy un genio, y un genio no puede dormir con tanto talento. Por supuesto eché de mi casa tanto talento. Lo lamenté, pero después lo entendí. Cuando leí uno de sus autores recomendados: Lezama Lima. 
Ese amigo era el único tipo que vi leyendo. Lo que leía era Paradiso, de Lezama Lima. También le parecía divertida La Montaña Mágica de Thomas Mann.

Lezama Lima, era otro de esos genios subidos de peso. 

(Lima pesaba cien kilos y doscientas libras, o sea doscientos kilos. Según Reinaldo Arenas, era marica, lo que nos daría un matiz especial para una tercera subclasificación: Obesos / Maricas = Genios discretos. Lima era ensimismado, huidizo, sedentario, nunca caminó más lejos que su calle en Varadero de la Habana y en tiempos de entronización revolucionaria, cuando a Fidel Castro le preguntaron en una entrevista qué tipo de revolución era la que había hecho para Cuba y como quien responde lo primero que se le viene al cortex dijo "socialista" y el país se volvió socialista ipso facto (lo mismo hubiera podido decir Mesmerita, o Fournierista, o Fascista qué más da) Lezama se las arregló siempre para tener vino y comida y moros y cristianos y chorizo y otros manjares.)

Pero volvamos a Connolly:

"Cada vez más cerca de los cuarenta, estoy a punto de disponerme a arrastrar mi caroña de vanidad, culpa y remordimiendo a lo largo de otra década: Lusisti satis, edisti satis, atque bibisti/ Tempus abire tibi est (Jugaste de sobra, comiste y bebiste de sobra. Es hora de que vuelvas a casa) Horacio."

Un obeso para ser genial debe tener carácter y fanatismo, además de compulsión por la comida. 
Es hipótesis. Es lo que pedía Flaubert a los grandes artistas: pasión por algo. 

Connolly se había pasado la mitad de la vida comiendo y la otra mitad leyendo a Virgilio, despreciando a Motaigne, admirando a Goethe. Tal vez por eso se conformaba con que un escritor escribiera un buen capitulo en toda su vida, nada más. No pedía un libro maestro. Una línea maestra, con eso bastaba:
"Lástima del pasado, cuando una obra mestra era más que suficiente para mantener una reputación de por vida. Catulo, Tibulo y Propercio caben enteros en un sólo volúmen; tampoco requieren Horacio y Virgilio más de uno. Un solo libro en toda la vida; el resto es fama, sociego y libertad del Angts. )(Con que solamente pudiéramos escribir un libro cada doce años habríamos igualado a Flaubert."

Y sigue:

"Veo el mundo como una especie de agujero negro de Calcuta, en medio del cual todos nos revolcamos en medio del fango y de las tinieblas )( Y es entonces cuando sé que solamente mediante una escapatoria, como la de Pascal, puedo respirar, pero la cobardía y la pereza me impiden la huída.
¿Quiénes han escapado?
Quienes saben, no hablan
quienes hablan no saben"

En la segunda parte se deshace de Pascal y se sacude el pesimismo como un lastre. Habla de la felicidad clásica, el aporte de los artistas a la civilización, el inconsciente, el cine (un perro andaluz), el surrealismo, Hemingway (que fue su amigo), su mascota muerta (un lemúr al que llama "fardo negro y gris de pura vitalidad") el Tao The King, el misticismo. Poco a poco se recupera de las dos guerras. Tal vez se ha vuelto a enamorar. Algo bueno le pasó, seguramente. Las actitudes anarquistas envejecen mal, decía. Y su vida fue así: oscilante entre en el amor y la decepción, entre el optimismo y la culpa. Connolly envejeció bien. Su última mujer era más joven que él y le engendró dos hijos. Hasta el final, lo único que no deja de hacer es pensar en comida. Todo lo que necesitaba Connolly para vivir era un buen libro, un buen lecho, un poco de opio y un plato de comida:

"Tras el largo invierno suicida viene el Placer a rescatarnos de la isla desierta del ego. Y nos concede dos meses de permiso. Adiós pues, a Pascal enfermo y a su enmohecida cohorte; adiós al enteco Kierkegaard, al jorobado Leopardi, al asmático Prouts y al cojitranco Epicteto. Demos la bienvenida, mediado el verano, a La Fontaine, a Congreve, a Aristipo, a Horacio y a Voltaire. Adiós a las lágrimas matinales, al "todo está perdido", adiós a los nuncamases, a las dudas y la desesperanza. Bienvenidas las resacas con olor a queso )( a la tarde de espárragos, a los atardeceres con huevos de gaviota".
Un genio es alguien que come huevos de gaviota.
Y que luego escribe esto:

  • ... yo a quien vio nacer la mal reputada Coventry, madre de bicicletas, a quien Inglaterra ilustró e Irlanda engañó, de cara redonda, irritable, amante del sol, un hombre tan viejo como su Redentor, que medita en esta época del año en que estallan las guerras, en que Europa tiembla y los dictadores atronan, sentado bajo un plátano, insensible al honor, la ambición y la gloria.
  • El nihilismo de Céline y de Miller es otro producto mediatizado, al igual que los agitadores de masas, Marx y sus carbunclos, Hitler y su cervecería.
  • En el pasado los más toscos eran los campesinos, y hoy las embrutecidas masas de la ignorancia son urbanas.
  • La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez.
  • Cuantos más libros leemos, más claro resulta que la verdadera tarea del escritor es elaborar una obra maestra; ningún otro quehacer tiene, en comparación con este, la menor relevancia.
  • Toda intrusión en el periodismo, en la radio, la propaganda y el cine, por grandiosa que sea, estará de antemano condenada la fracaso. Aplicar lo mejor que se tiene dentro de estas variedades creativas es dejar ir las mejores ideas. No perduran en el tiempo. Es mejor olvidarlas.
  • El corazón está hecho para ser roto, para recomponerlo y luego volverlo a descomponer.
  • Toda vez que hayamos descubierto de qué modo el dolor y el sufrimiento disminuyen la personalidad, la mórbida atracción que se siente por el mal, el dolor y la anormalidad habrán perdido su fuerza. ¿Por qué recompensamos a nuestros hombres de genio, a nuestros suicidas, a nuestros locos y, en general, a los que no terminan de adaptarse, con los honores de la melancolía y de la curiosidad póstuma? Porque sabemos que es la sociedad la que ha condenado a estos hombres a la pena capital.
  • El dinero habla por medio del rico como fanfarronea el alcohol en el borracho, incitándose con dulzura a unirse al flujo de lava que petrifica todo cuanto toca.
  • La fatiga es una de las causas del Angts, que bien puede desaparecer si la persona fatigada está en condiciones de tumbarse a descansar; el aire viciado es otra, así como el hecho de ver que se va el tren justo en el momento en que hemos puesto un pie en el andén.
  • La grandeza de Hemingway estriba en que solamente él, de entre todos los escritores, ha saturado sus obras del recuerdo del placer físico, de la luz del sol y del salitre, de la comida, del vino y del fornicio y del remordimiento que conforma la sombra de ese sol.
  • Hoy, la industrialización del mundo, el Estado totalitario y el egotismo materialista han puesto fin a la amistad. ¿Con quienes podremos permanecer callados?
La felicidad se encuentra en la imaginación. Lo que conseguimos hacer es siempre inferior a lo que imaginamos y, en cambio, las ensoñaciones nos sumen en la culpa; no hay felicidad salvo a través de las cadenas del Angts y del trabajo creativo.

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Maneki-Neco

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