Si & Tala de Thomas Bernhard

mayo 05, 2009

Lo más importante en no enojarse. Para ser un lector que se ríe del dolor, un lector aficionado al humor negro, hay que aprender a distinguirlo del humor cómico, el humor sarcástico y el humor irónico. El sarcástico se ríe en una sola dirección, casi siempre impugnando al otro, señalando su defecto, cauterizando su vileza, metiendo el dedo en lo más putrefacto de la llaga para deleitarse con el escarceo y luego hundirte el dedo purulento en la boca, aprovechándose de la idiotez del dolor, de la estupidez humana en todas sus manifestaciones sociales (porque todas las costumbres sociales son estúpidas) y ridiculizándolo todo hasta niveles absolutos rayanos en el grotesco. La exageración es el resultado. Se utiliza el sarcasmo para darle el cariz justo a la vida humana. Son sus practicantes los escritores más críticos, mis preferidos, los que preguntan por qué la gente se corta el pelo, por qué los adolescentes se ponen chagualas en la lengua, por qué la gente compra la última moda, por qué van al psicoanalista, por qué se convierten en presidentes de las repúblicas, por qué los reeligen, por qué se suicidan, por qué matan, y lo más importante: para todo esto siempre tienen una respuesta justa que dar. Y siempre es algo así: porque somos un animal, estúpido, y la vida es sufrir por el deseo.

La parodia es el juego preferido del irónico: apropiarse de las retóricas ajenas, utilizar el discurso contrario. Todo lo que dice el escritor irónico es lo que no dice. Todo lo que dice debe ser entendido en el sentido opuesto. Estos, a mi juicio, son los escritores que mejor comprenden al ser humano, los que se mimetizan con sus personajes, los que bucean en el abismo oscuro de una época.

El cómico enseña siempre el lado más disparatado, aquel al que no pensábamos llegar. Y a diferencia del sarcástico, su humor no va en una sola dirección, va en múltiples, y es el único que tiene esta virtud: es capaz de reírse de sí mismo.

Escritores cómicos son: el Gombrowicz de Ferdydurke, el León Bloy de El desesperado, el Boris Vian de Que se mueran los feos y Escupiré sobre vuestra tumba, el Vila Matas de Lejos de Veracruz y de Bartleby & compañía y del Mal de Montano.

Escritores irónicos son Agota Kristof, Shakespeare, Chejov, Balzac y Borges.

Escritores sarcásticos: Céline, Reinaldo Arenas, Fernando Vallejo y el más grande de todos: Thomas Bernhard.

Las dos novelas de esta reseña son TALA y Sí, de Thomas Bernhard y traducción de Miguel Sáenz. Una de Alianza Tres, la otra de Anagrama. Reseño las dos, porque las leí como si se trataran de una. La obra entera de Bernhard está interconectada como una red telefónica. Bernhard habló siempre de lo mismo. En Extinción, en Maestros antiguos, que son sus mejores libros, y los peores (que son los autobiográficos). Su único propósito fue hacer la crítica más dura de su época, y el pretexto es Austria. La nazi. La perdedora de guerras. Siempre, donde Bernhard escribe Austria, yo leo Colombia. Y donde dice la abyecta Austria, yo leo la abyecta Colombia, y donde dice la enferma Austria, yo leo la enferma Colombia. Pero bien pueden leer abyecta Chile. El enfermo Perú.

TALA fue un libro polémico, porque los antiguos mecenas de Bernhard se sintieron retratados en sus páginas y lo demandaron por difamación. Trata sobre una partida de artistas fracasados que se dan cita porque una amiga en común se suicidó. Como siempre en los libros de Bernhard, alguien se ha suicidado, o se va a suicidar. Y es que todos los amigos de Bernhard fracasaron y se suicidaron, y a Bernhard le parecía muy simpático eso. La suicida aquí se llama Joana y se ahorcó. Alguien le cuenta al narrador innominado que la mujer se suicidó, y al tipo sólo le interesa saber si fue ahorcada, porque su amiga tenía el perfil ideal de los ahorcados. Luego se encuentra con sus viejos mecenas y acepta una invitación a comer. Todo lo que el narrador cuenta, lo cuenta desde un mullido sillón de orejas en donde se aísla a cuestionarlo todo en aquella cena que es un desfile de fantoches: una escritora que se cree superior a Virginia Woolf, un pianista más genial que Schumann, un actor más sabio que Shakespeare. Desde ese cómodo rincón, que de ahora en adelante llamaremos Sillón Bernhard (este blog debería llamarse El sillón de Bernhard) impugna a la fantochería del mundo artístico vienés, al fracaso de todos los que se autoproclaman artistas, cuando no genios y son una partida de fracasados con obras que son una vomitadero de inmundicias. Al final de la cena, cuando parece que el tipo del sillón es el único que percibe el fracaso y la hipocresía del ambiente aparece otro que se roba la atención y es capaz de hacer lo que el de la silla no: decirlo abiertamente: que todos son unos pobres hijueputas, que no han hecho nada con sus vidas ni con sus obras y que deberían tener la cortesía de suicidarse también. Cualquier parecido con el mundillo intelectual de Colombia es sólo caricatura. Lo que demuestra Bernhard es que entre más opulenta la sociedad, más vil su arte, y más infames y fantoches y mediocres sus artistas. Como Colombia no necesita opulencia para envilecerlo todo, y las obras que aquí producimos son un verdadero dechado de genialidades, no hay por qué sentirse aludido.

SI es el título de la otra. Es un sí a favor de la muerte. O sea no a la vida, como dice Kristof. Trata, cómo no, de una mujer que se suicida. Todas las mujeres de Bernhard son mujeres que ensalzan a sus maridos, o a sus familias, mientras ellas mismas fracasan. Su proyecto de vida, es el proyecto de otros. La persa de esta historia es una mujer que ha llegado en compañía de su marido (un genial ingeniero constructor de hidroeléctricas) a construir la casa asquerosa de hormigón donde pasarán los últimos años de una vida, que deberían ser los más gloriosos: los de cosechar las uvas. Pero no. Ahí está Bernhard para decirnos no no no cariño, la vida son más cosas. El que nos cuenta la historia es como siempre un hombre que vive aislado, como Bernhard, que vivió aislado en sus casas de campo; un científico que se aísla por amor al trabajo científico, como Bernhard que se aislaba en honor al trabajo artístico, pero que en lugar de conseguir los efectos estimulantes del encierro, obtiene los efectos más aniquiladores de la soledad y la misantropía. Un científico anacoreta y una intelectual frustrada se encuentran en la casa del comisionista Moritz y salen a pasear al bosque. Fin. Alrededor de ese argumento flojo (para ser justo) cabe toda una vida de sufrimiento y de fracaso.

En la página 140 de la primera novela se lee esta frase:

“El pensamiento absurdo es el único pensamiento verdadero, dijo el actor del Burg”

En la página 100 del segundo dice:

“como sé ya con seguridad en el curso de mi vida, precisamente los pensamientos absurdos son los más claros y los más absurdos los más importantes”.

La constatación de una misma desesperanza. La misma obra reescrita y vuelta a reescribir hasta que quede claro:

“por inútil que sea, y por temible y desesperado que sea, hay que probar siempre de nuevo cuando tenemos un tema que nos aflige siempre y siempre con la mayor obstinación y no nos deja en paz. Aun sabiendo que nada es seguro y que nada es completo, debemos, aun en medio de la mayor inseguridad y de las mayores dudas, comenzar y perseguir lo que nos hemos propuesto, si siempre renunciamos antes de haber empezado, caemos en definitiva en la desesperación y en definitiva y finalmente no salimos ya de esa desesperación y estamos perdidos”

“Anarquía es todo lo que hay en una mente intelectual”

“Hoy se matan tantos jóvenes y la sociedad en que esos jóvenes se ven obligados a existir, totalmente incomprensible, es el por qué”

“le había preguntado a la persa si se mataría un día. Ella, entonces, solo se había reído y había dicho que sí”

De Tala:

"Los sueños y los cuentos de hadas eran el verdadero sentido de su vida, pensaba yo ahora (en el sillón). Y por eso se mató, pensaba, porque un ser humano que ha hecho sólo de sueños y de cuentos de hadas el contenido de su vida no puede sobrevivir en este mundo. Ella misma era un personaje de cuento, pensaba, y probablemente ella misma creyó, durante toda su vida, que era un personaje de cuento, Elfriede Slukal, que llamó Joana a su cuento de hadas"

“como escritor, nada odio más que tener que hablar sobre el trabajo del escritor, y la verdad es que siempre he rehusado hablar de él, con lo que he ofendido a mucha gente una y otra vez, pero esa ofensa se la ha merecido toda esa gente con su falta de instinto, pensaba (en el sillón), porque realmente nada me da más asco, pensaba, que hablar sobre el trabajo del escritor, y lo que más asco me da es hablar de mi propio trabajo de escritor”

"Lo más repugnante ha sido aquí siempre más repugnante, lo insulso siempre más insulso y lo ridículo siempre más ridículo"

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