Primera guerra de religiones
agosto 20, 2009
La primera guerra de religiones fue la de Troya. Por un coño: la más barata de las religiones. Hace años, cuando leí por primera vez La Ilíada y vivía en un pueblo belicoso del magdalenamedio aun no sabía por qué me parecía tan viejo el libro del sanguinario jónico. Entonces le echaba la culpa al estilo al describir así a los personajes: "la de los ojos de ternera, el de tremolante casco, el atrida, el proclive a Ares, la de los pies ligeros, el de rubia melena, el de curioso ingenio, el de anchuroso torso, el de la cólera inflamable"
Debo decir que hoy me atrae La Ilíada precisamente por lo mismo que me aburrió: por su parafernalia, por su artificiosa ornamentación retórica.
¿Hay una estética de la guerra en Homero, el de improbable ceguera?
Lo bello puede contener también lo aberrante. Hasta la guerra tiene una estética y una poética. De la estética (el poema que naciò para ser gritado y no leìdo) me gusta, por ejemplo, las biografías breves de los guerreros que caen en los combates. ¿Porque alargan el libro hasta hacerlo ilegible? No. Porque logra que sus personajes no mueren anónimos: al darles nombre y genealogía y remoquete (el de "hediondo ano", la de "degustables tetas") mueren hombres, no masas de soldados.
Otra vez el problema de la masa.
Como podemos ver, todo se reduce al problema de la "masa".
Ese es el problema de todo libro lleno de muertos, las singularidades: ¿cómo hacer significativa la masa anónima que cae al tuntún de los hierros y combates?
Stendhal y Tolstoi sabían algo de Homero: la descripción de las heridas, la nobleza de las armaduras y el poder devastador de las armas no es mera exaltación bélica del ciego; es simplemente lo que Borges (otro ciego) llamaba "belleza de la espada".
O sea: sanguinarismo homérico.
Mejor: homerismo estético.
El común anonimato y la irrelevancia en que quedan novelas llamadas épicas (novelas con más de mil personajes donde casi todos mueren) se derrumba cuando leemos al bueno de Homero, el de "sanguinario verbo": en su obra aprendemos a ver en dos líneas toda la vida secreta y anónima de estos hombres griegos y troyanos que se batieron por Helena (la de "aguanoso coño") hace 3000 años.
Si sólo se distinguieran las heridas y el ajuar, pero no a los hombres, la Ilíada tendría la obsenidad monótona de una película como las de Stallone (el de "poderosos brazo, pero desinflamada verga") cuando mata vietnamitas a siniestra, o la envilecedora de un noticiero de televisión como CNN narrando un bombardeo en Palestina con sus lentes teleológicos.
En La Ilíada mueren hombres, y ese es el magisterio; en La Ilíada sabemos algo de los tipos que mueren: sabemos si eran soberbios, o si eran cobardes. Sabemos de quiénes eran parientes. De quién hijos. De quién esposos. Licaón muere junto al río a lanza de Aquiles, por insolente y desafira al destino al haber escapado ya una vez e insistir en volver, Polidoro es un niñito degollado por ambición, Briseida es esclava de su violador, y Aquiles, el violador la ama desde que degolló a su marido y al padre y a los hermanos. Dolón es un espía troyano al que interrogan y torturan Diomedes y Aguiles prometiéndole la salvación, pero lo matan después de cantar. Ellos no mueren cifrados. Mueren hermanos de, cuñados de, hijos de, maridos de, padres de; condición cada vez más esquiva en una especie que crece y crece. La brevísima biografía de un soldado es la historia de los que le sobrevivirián: de las viudas Hécuba, Andrómaca, que tendrán que arreglárselas sin ellos, en segundas partes, tejiendo mantos y destejiendo a metros y esperando siempre mientras una legion de faunos las asedia. La historia de un ausente es así la historia de aquellos que se reparten las pertenencias del guerrero caído, la historia de los hijos sin honra, y de los perros sin amo, que aguardan, que siempre aguardan, en la tierra baldía, a que regrese el dueño.
Me gusta incluso lo que antes me pareció inverosímil en La Ilíada: el mundo soberbio de los dioses y la aplicación de la mitología al relato (Zeus apático a todo y agrupando nubes, Ares jugando a la guerra con desvalorizadas vidas humanas como cualquier primer ministro, Atenas defendiendo a su pueblo preferido y apestando al contrario, Apolo atentando contra todo aquel que no le predique oraciones, Hera cambiando las desiciones de su marido, Afrodita herida por un humano soberbio...) Los paralamentario modernos, los supremos directores de nuestras guerras actuales, los demagogos atizadores de pueblos que marchan al matadero, parecen de la estirpe e intransigencia de los dioses homéricos: con su demagogia indiferente se ríen del dolor humano, gozan y se enriquecen haciendo morir a millares.
Hace un par de años, cuando leí la adaptación que hizo Alexandro Baricco a La Ilíada de Homero (y que tituló por obvio, no por leal, Homero-Ilíada) parecía magnífico que hubiera excluído el correlato de los dioses para centrarse en la acción del relato humano. Parecía magnífico, porque hizo las veces de un moderno diascevastes (trascriptor de Homero) y logró reducir el mamotreto a menos de la mitad: doscientas páginas que narran la guerra de ilión en la voz de sus protagonistas.
Hoy ya no es interesante el recurso, porque parece que Homero no se equivocaba. Los dioses de la Ilíada tienen un parecido especular con el papel de los político en este mundo traidor: la misma corruptela, los mismos vicios, el mismo protagonismo teleológico, el mismo poder de decisión, devastador pero invisible (manipular batallones de ingnorantes en la distancia y disponer de la vida humana a su antojo) arengando siempre desde sus tribunas mediáticas.
De modo que hasta en el orbe de los dioses, hasta en lo más arcaico de Homero, el ciego jònico resulta actual y revitalizado.
Me gusta revisitar La ilíada ahora que soy sabio.
Al menos para sonreír con el primer chiste de poeta de toda la historia de la literatura:
“la desgracia que los dioses nos hacen padecer para que mañana los juglares tengan tema en sus cantos”.
Es una queja de Andrómaca ("la que cabalga a Hector", pero es también la ironía del narrador (el de "vaciados ojos": Homero).
El mundo sufre para que el poeta escriba. Los personajes sufren, mientras el escritor se ríe.
Es el proverbio Helénico recogido por ¿Robert Graves? ¿Heiner? ¿Samuel Butler Yeats?
"Cuando los dioses ríen, el poeta llora."
Debo decir que hoy me atrae La Ilíada precisamente por lo mismo que me aburrió: por su parafernalia, por su artificiosa ornamentación retórica.
¿Hay una estética de la guerra en Homero, el de improbable ceguera?
Lo bello puede contener también lo aberrante. Hasta la guerra tiene una estética y una poética. De la estética (el poema que naciò para ser gritado y no leìdo) me gusta, por ejemplo, las biografías breves de los guerreros que caen en los combates. ¿Porque alargan el libro hasta hacerlo ilegible? No. Porque logra que sus personajes no mueren anónimos: al darles nombre y genealogía y remoquete (el de "hediondo ano", la de "degustables tetas") mueren hombres, no masas de soldados.
Otra vez el problema de la masa.
Como podemos ver, todo se reduce al problema de la "masa".
Ese es el problema de todo libro lleno de muertos, las singularidades: ¿cómo hacer significativa la masa anónima que cae al tuntún de los hierros y combates?
Stendhal y Tolstoi sabían algo de Homero: la descripción de las heridas, la nobleza de las armaduras y el poder devastador de las armas no es mera exaltación bélica del ciego; es simplemente lo que Borges (otro ciego) llamaba "belleza de la espada".
O sea: sanguinarismo homérico.
Mejor: homerismo estético.
El común anonimato y la irrelevancia en que quedan novelas llamadas épicas (novelas con más de mil personajes donde casi todos mueren) se derrumba cuando leemos al bueno de Homero, el de "sanguinario verbo": en su obra aprendemos a ver en dos líneas toda la vida secreta y anónima de estos hombres griegos y troyanos que se batieron por Helena (la de "aguanoso coño") hace 3000 años.
Si sólo se distinguieran las heridas y el ajuar, pero no a los hombres, la Ilíada tendría la obsenidad monótona de una película como las de Stallone (el de "poderosos brazo, pero desinflamada verga") cuando mata vietnamitas a siniestra, o la envilecedora de un noticiero de televisión como CNN narrando un bombardeo en Palestina con sus lentes teleológicos.
En La Ilíada mueren hombres, y ese es el magisterio; en La Ilíada sabemos algo de los tipos que mueren: sabemos si eran soberbios, o si eran cobardes. Sabemos de quiénes eran parientes. De quién hijos. De quién esposos. Licaón muere junto al río a lanza de Aquiles, por insolente y desafira al destino al haber escapado ya una vez e insistir en volver, Polidoro es un niñito degollado por ambición, Briseida es esclava de su violador, y Aquiles, el violador la ama desde que degolló a su marido y al padre y a los hermanos. Dolón es un espía troyano al que interrogan y torturan Diomedes y Aguiles prometiéndole la salvación, pero lo matan después de cantar. Ellos no mueren cifrados. Mueren hermanos de, cuñados de, hijos de, maridos de, padres de; condición cada vez más esquiva en una especie que crece y crece. La brevísima biografía de un soldado es la historia de los que le sobrevivirián: de las viudas Hécuba, Andrómaca, que tendrán que arreglárselas sin ellos, en segundas partes, tejiendo mantos y destejiendo a metros y esperando siempre mientras una legion de faunos las asedia. La historia de un ausente es así la historia de aquellos que se reparten las pertenencias del guerrero caído, la historia de los hijos sin honra, y de los perros sin amo, que aguardan, que siempre aguardan, en la tierra baldía, a que regrese el dueño.
Me gusta incluso lo que antes me pareció inverosímil en La Ilíada: el mundo soberbio de los dioses y la aplicación de la mitología al relato (Zeus apático a todo y agrupando nubes, Ares jugando a la guerra con desvalorizadas vidas humanas como cualquier primer ministro, Atenas defendiendo a su pueblo preferido y apestando al contrario, Apolo atentando contra todo aquel que no le predique oraciones, Hera cambiando las desiciones de su marido, Afrodita herida por un humano soberbio...) Los paralamentario modernos, los supremos directores de nuestras guerras actuales, los demagogos atizadores de pueblos que marchan al matadero, parecen de la estirpe e intransigencia de los dioses homéricos: con su demagogia indiferente se ríen del dolor humano, gozan y se enriquecen haciendo morir a millares.
Hace un par de años, cuando leí la adaptación que hizo Alexandro Baricco a La Ilíada de Homero (y que tituló por obvio, no por leal, Homero-Ilíada) parecía magnífico que hubiera excluído el correlato de los dioses para centrarse en la acción del relato humano. Parecía magnífico, porque hizo las veces de un moderno diascevastes (trascriptor de Homero) y logró reducir el mamotreto a menos de la mitad: doscientas páginas que narran la guerra de ilión en la voz de sus protagonistas.
Hoy ya no es interesante el recurso, porque parece que Homero no se equivocaba. Los dioses de la Ilíada tienen un parecido especular con el papel de los político en este mundo traidor: la misma corruptela, los mismos vicios, el mismo protagonismo teleológico, el mismo poder de decisión, devastador pero invisible (manipular batallones de ingnorantes en la distancia y disponer de la vida humana a su antojo) arengando siempre desde sus tribunas mediáticas.
De modo que hasta en el orbe de los dioses, hasta en lo más arcaico de Homero, el ciego jònico resulta actual y revitalizado.
Me gusta revisitar La ilíada ahora que soy sabio.
Al menos para sonreír con el primer chiste de poeta de toda la historia de la literatura:
“la desgracia que los dioses nos hacen padecer para que mañana los juglares tengan tema en sus cantos”.
Es una queja de Andrómaca ("la que cabalga a Hector", pero es también la ironía del narrador (el de "vaciados ojos": Homero).
El mundo sufre para que el poeta escriba. Los personajes sufren, mientras el escritor se ríe.
Es el proverbio Helénico recogido por ¿Robert Graves? ¿Heiner? ¿Samuel Butler Yeats?
"Cuando los dioses ríen, el poeta llora."
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