Reportaje al pie de la horca, Julius Fucík

junio 11, 2010

La historia de una tortura

Un poema de Pablo Neruda, titulado “A Julius Fucik”, dice: Por las calles de Praga en invierno, cada día Pasé junto a los muros de la casa de piedra En que fue torturado Julius Fueík. La casa no dice nada: piedra color de invierno, Barras de hierro, ventanas sordas. Pero cada día que pasé por allí Miré, toqué los muros, busqué el eco, La palabra, la voz, la huella pura Del héroe. Y así salió su frente Una vez, y sus manos otra tarde, Y luego todo el hombre Fue acompañándome A través de la Plaza Venceslao, como un buen amigo; Por el viejo mercado de Havelská, Por el jardín de Strahov desde donde Praga se eleva como una cosa gris. Lo que tiene de bueno el poema es el modo en que sale de aquella casa vacía el fantasma de Julius Fueík para irse de farra con Neruda (y aquella cosa gris llamada Praga). Lo malo, la alusión del héroe. Nada más manoseado que el héroe. Casi siempre los demagogos como Neruda suelen confundir a los héroes con los mártires. Mala cosa. La tercera acepción de mártir, según el Diccionario de la Real Academia es: (Del lat. martyr, -y̆ris, y este del gr. μάρτυς, -υρος). com. || 3. Persona que padece grandes afanes y trabajos. || antes ~ que confesor. expr. coloq. U. para explicar la resistencia que algunos muestran para declarar lo que se pretende saber de ellos. Por otro lado, la segunda y quinta acepción de héroe es: (Del lat. heros, -ōis, y este del gr. ἥρως). m. Varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes.|| 5. En la mitología antigua, el nacido de un dios o una diosa y de una persona humana. El uno es un hombre, y el otro algo más que un hombre. Fucik fue un escritor torturado por los Nazis. Un hombre, antes que un Dios. Un hombre que perdió todos los dientes a bastonazos, que no murió durante las torturas de puro bestia, de puro duro que tenía el cuero, que soportó cuatro semanas de interrogatorios y pasmó la sed con sanguaza. Luego estuvo un año lamiéndose las heridas a la espera de la sentencia de muerte, encerrado en la habitación que acarició Neruda muchos años después y dedicado a redactar en tiras de papel higiénico el último reportaje de su vida. Reportaje al pie de la horca está compuesto por ocho capítulos perturbadores sobre la tortura de un ser humano. En abril de 1942, en un allanamiento de rutina, las SS capturan un grupo de conspiradores entre los que se encuentra parte de la cúpula comunista de Praga invadida y el redactor del periódico comunista de la resistencia, Julius Fucik. Lo llevan a la cárcel Pankrac, de la Gestapo, y es sometido a tortura. El reportaje empieza por aquella noche de la captura y por la primera sesión de torturas. Entre pregunta y golpe, el narrador describe cómo caen los dientes, al mismo tiempo que imagina lo que debía estar haciendo la ciudad en ese momento: comiendo, besándose, fornicando. El efecto de este comienzo radica en la ironía del contraste descabellado: ¿cómo es posible que el mundo siga su curso mientras un hombre, cualquier hombre, es torturado? El mundo sigue. Ese es el primer descubrimiento del torturado; que el mundo no se detiene aunque te corten las orejas, aunque te pongan choques eléctricos en las tetillas, aunque te arranquen las uñas. El torturador sí lo sabe. Y por eso lo invita cortésmente a ser razonable: “-Ya lo ves, sabemos todo. ¡Habla! Sé razonable. ¡Qué forma de hablar más extraña! Ser razonable equivale a traicionar. No soy razonable. -¡Átenlo! ¡Y péguenle fuerte! Es la una. Los tranvías se retiran. Las calles están desiertas y la radio se despide de sus más fieles oyentes deseándoles buenas noches.” Fucik no lo sabe, pero un farol relampaguea sobre los novios que se besan en la esquina. Es la descarga eléctrica de la tortura subterránea. Al mismo tiempo, dos realidades paralelas, que se prolongan sin llegar a tocarse jamás. Los novios siguen besándose. El torturado sigue aullando bajo tierra. Compasión es compartir la pasión. Nadie compartió la pasión de Julius Fucik esa noche en Praga. Solo el torturador, lo supo. Sólo el lector, ahora, lo sabe. La historia de Julius Fucik Fucik se describía como un periodista agitprop, un periodista de agitación y propaganda “contaba con mi olfato, con mucha fantasía y también con un gran sentido crítico para equilibrarla”. Tras la invasión de Hitler sobre Checoslovaquia, la Gestapo capturó en febrero de 1941 a toda la cúpula del partido comunista. Fucik era redactor del órgano del partido, el periódico Rudé Pravó. Al caer la cúpula comunista, Fucik y otros dos miembros clandestinos empezaron a reconstruir la plataforma del partido y a publicar reportajes sobre el ambiente tenso que se vivía, sobre la inminente invasión de Hitler a Rusia y sobre la reacción militar del camarada Stalin contra Alemania (que definiría el curso de la guerra y el fin de los Nazis). Para la Gestapo, el comunismo checoslovaco era un enemigo interno que debía ser exterminado. La noche en que capturan a Fucik, aun los nazis ignoran de quién se trata. Tras cuatro semanas de tortura y careos entre muchos conspiradores que van cayendo, tras la pérdida de los dientes y la resistencia a morirse y a confesar quiénes son los demás conspiradores, Fucik descubre que uno de sus compañeros no soportó las torturas y delató a los demás. Para un hombre que ha elegido la muerte al chivatazo, aquello es una traición, pero al mismo tiempo una liberación. Entonces empieza a hablar, a dar coordenadas erróneas, para que aquellos miembros que aun siguen en la mira de sospechas de la Gestapo no sean capturados. Por aquella determinación se salva de ser capturado hasta Seifert, el poeta Checo que será Premio Nobel sesenta años después. Las torturas menguan, pero los interrogatorios siguen. Fucik sabe que está condenado a muerte, pero que sólo lo ejecutarán cuando ya no tenga nada por decir. Es entonces cuando uno de sus guardianes, con uniforme de SS, le ofrece lápiz y papel: “Si quiere escribir… No para ahora, ¿comprende? Sino para el futuro: cómo ha llegado aquí, si algien le ha traicionado, qué conducta observaba este o quel… Para que todo lo que usted sabe no se marche con usted…” ¿Será una trampa? ¿Será un milagro? Trampa o milagro, Fucik esperará siete meses antes de sentarse a escribir el Reportaje al pie de la horca. La historia del manuscrito “Era demasiado hermoso, no podía tener confianza… encontrar aquí, en esta casa sombría, unas semanas después de tu detención, a un amigo que, con el mismo uniforme de aquellos que no tienen para ti más que gritos y golpes, te da la mano para que no perezcas sin dejar huellas, para que puedas dejar un mensaje a los hombres del futuro, para que puedas hablar, al menos por un instante, con los que sobrevivirán”. El guardián se llamaba Afolf Kolínsky. Era Checo. Nació en Moravia. Se declaró alemán para poder vigilar y ayudar a los presos checos en Pankrác. Lo hizo a título personal. Fue el encargado de suministrar 167 tiritas de papel higiénico a la celda 267 para que Fucik redactara el reportaje de su tortura, el retrato de sus carceleros, de sus compañeros, la historia de la conspiración, su testamento y un panegírico al comunismo internacional que es la parte deplorable del libro y lo que a mi juicio hace de Fucik un mártir y no un héroe, un hombre capaz de enfrentarse a la tortura por una ideología. El testimonio de aquella tortura lo mismo hubiera podido ser escrito por un preso de Stalin en una cárcel comunista, pocos años después. Pero en fin, Kolínsky no sólo se encargó de darle papel sino de vigilar en el pasillo mientras Fucik escribía y luego se encargó de sacar las tiras del reportaje y esconderlas hasta el final de la guerra, cuando la esposa de Fucik salió de la cárcel y empezó a averiguar por su marido y supo que lo habían matado en junio de 1943 en Berlín, luego de un consejo de guerra, pero que antes de morir había logrado escribir su obra maestra. Y es que el reportaje fue escrito con la amenaza de muerte latente, en días que se descontaban uno tras otro. Fucik era un periodista curtido. Sabía que más allá del testimonio de primera mano, la forma tenía que primar para que el reportaje fuese una pieza redonda. Era un artista. El reportaje le salió fluido, casi sin errores, con una estructura magnífica donde cabe desde el chiste negro del desahuciado hasta la semblanza de sus compañeros de cárcel; desde el contexto histórico, hasta el análisis síquico del torturador; desde la naturaleza del dolor hasta la empatía con la muerte. El testamento de un escritor Un verdadero escritor es incapaz de publicar lo que no lo expresa. El enemigo del escritor en esta materia no es la muerte, tanto como las esposas y los editores. Años y años desgastados en buscar la expresión precisa, en buscar la forma que mejor se adecúe a una novela, y sin embargo llega la muerte y la rapiña se abalanza sobre los manuscritos, los borradores mediocres, los cuadernos de esbozos y empiezan a publicar los apócrifos hasta escurrir la última moneda de aquella cerrada fábrica de palabras. Hay lectores desagradecidos, incapaces de hacer respetar a su autor favorito. Es explicable: un autor amado es una fascinación a la que no podemos sobreponernos, una adicción de lectores nos conduce a querer saberlo todo, a no conformarnos con lo que hemos leído, sino a querer siempre más. Lo que no es explicable por una razón menos vil que el dinero, es la actitud mezquina del editor y de las esposas: son capaces de destruir una obra altísima en elaboración, editando las mediocridades. Le pasó a Nabocov, a Hemingway y a Bolaño. El caso más antagónico es el de Kafka: “quema mis manuscritos, Max”, le murmuraba, tísico, a su amigo Max Brod. Pero Brod comprendió que su boca decía ello, mientras sus ojos decía lo contrario: “publícame, publícame, so hijueputa”. También pasa. El caso de Fucik es excepcional en la historia de la literatura póstuma. En medio de Reportaje al pie de la horca (magnífico título, e incluido al comienzo de su puño y letra), Fucik tuvo la dignidad de insertar su testamento. Lo transcribo porque me parece una prueba de honestidad intelectual, además que contiene la velocidad que subyace a todo el reportaje, más la entereza de un escritor que mantuvo hasta el último instante la dignidad de auto-editarse y discriminar el bagazo de la obra real. Pero sobre todo, creo que el testamento conserva la contención y tranquilidad en la forma de exponer. Esa tranquilidad le dio al reportaje el suficiente distanciamiento para hacer (de algo que hubiera sido en otras manos un panfleto patético y dolorido) uno de los testimonios más perturbadores de la literatura del siglo pasado. (Leer el Testamento de Julius Fucík en Más información:) Mi testamento "No tenía más que mi biblioteca. Y la Gestapo la destruyó. He escrito muchos artículos culturales y políticos, reportajes, ensayos y reseñas críticas de literatura y teatro. Muchos de ellos correspondían a una jornada y con ella morían. Déjenlos en paz. Pero algunos pertenecen a la vida. Esperaba que Gustina (su esposa, presa también) pudiese organizarlos. Quedan pocas esperanzas. Por ello ruego al honesto camarada Ladislav Stoll que haga una selección de ellos para informar cinco libros: 1. de artículos políticos y de polémica. 2. recopilación de reportajes sobre nuestro país. 3. recopilación de reportajes sobre la URSS. 4 y 5. Artículos y ensayos sobre literatura y teatro. La mayoría de estos trabajos los encontrará en Tvorba y en Rudpe Prevó. Otros en Kmen, Pramen, Proletkult, Doba, Socialista, Avantgarda, etc. En casa del editor Girgal (al que aprecio por la audacia con que, durante la ocupación, publicó mi estudio sobre Bozena Nemcová) están los manuscritos del estudio sobre Julius Zeyer; en casa donde vivían los Jelínek, los Vysusil y los Suchánek –la mayoría de ellos muertos hoy- está oculta una parte de mi estudio sobre Sabina y las notas sobre Jan Neruda. He comenzado a escribir una novela sobre nuestra generación. Dos capítulos están en casa de mis padres. El resto, probablemente ha sido destruido. He visto algunos cuentos en manuscrito en el expediente de la Gestapo. Al historiador literario que va a nacer, le lego mi amor por Jan Neruda. Es nuestro mejor poeta. Vio muy por encima de nosotros pensando en el porvenir. Pero no hay todavía ninguna obra que lo comprenda y valore. Es necesario mostrar al Neruda proletario. Le han pegado a los faldones la etiqueta de “Idilios de la Malá Strana”, sin darse cuenta de que justamente ese barrio “idílico” de Malá Strana lo consideró siempre como un “granuja”, nacido en los límites de Smíchov, en un ambiente obrero, que para ir al cementerio de Malá Strana por sus “Flores de Cementerio” tenía que pasar junto a la fábrica de Ringhofer. Sin conocer eso no comprenderán nunca a Neruda, desde sus “Flores de Cementerio” hasta el folletín sobre el primero de Mayo de 1890. Todo el mundo –incluso un hombre tan clarividente como el crítico Saldá- veía en la actividad periodística de Neruda un cierto freno a su creación poética. Es una insensatez. Porque precisamente por ser periodista, Neruda pudo escribir obras tan magníficas como sus “Baladas y romances”, “Cantos de viernes Santo” y la mayoría de sus “Motivos Simples”. El trabajo periodístico agota a menudo al hombre y es posible que hasta le impida concentrarse, pero lo acerca al lector y le enseña a crear también en poesía, sobre todo si se trata de un periodista tan honesto como Neruda. Neruda, sin periódicos donde reflejar la vida diaria, es posible que no hubiese escrito muchos volúmenes de poemas pero ni uno solo hubiera podido sobrevivir a su siglo como sobrevivirán sus obras. Puede ser que alguien termine mi estudio sobre Sabina: lo merece. A mis padres, por su amor y su sencilla nobleza, hubiera querido asegurarles, con mi trabajo realizado también para ellos, un otoño lleno de sol. Que no se sientan turbados porque no sigo con ellos. “El obrero es mortal; es trabajo eterno” (Jiri Wolker), y en el calor y la luz que les rodearán, yo estaré siempre a su lado. 19-V-1943. J.F" Y estas son las últimas líneas del reportaje: “Vaya, también mi obra se aproxima a su fin. No puedo describirlo. No lo conozco. Ya no es una obra. Es la vida. Y en la vida no hay espectadores. El telón se levanta. Hombres: os he amado. ¡Estad alerta! Julius Fucík. 9-6-1943” (Nota para el lector desprevenido: Hay dos Neruda en la historia de la literatura; Pablo Neruda, el Premio Nobel chileno, cuyo nombre real era Rafael Neftalí Reyes; y Jan Neruda, escritor y poeta checo, autor de los cuento de la Malá Strana, y por quien Rafael Neftalí Reyes sintió tanta admiración que decidió cambiarse de nombre.) Título: Reportaje al pie de la horca Autor: Julius Fucik Editorial: Casa editora OREGO-DR. Milan Havlieek, en colaboración con la Sociedad Julio Fucik, Praga, República Checa Año: 2004 Páginas: 196, con fotografías
(Hay edición de Bruguera)

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Maneki-Neco

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