Elementos anarquizantes

septiembre 14, 2009

El tipo es feo. El autor no lo dice, pero lo sugiere. Además es manco. Por la guerra. No le gusta trabajar, pero sueña con ser rico. Quiere tener amigos y, sobre todo, aspira a lo que aspira todo feo: a despanchurrar a la más bella en su colchón. Vive en una pocilga que huele humedad y a museo de cera. No tiene oficio. Todos los días sale con la ilusión de que ocurra algo que le cambiará la vida, pero la verdad es que la sociedad en que vive tiene bien definida su estrategia para hacer de èl un perdedor: el rechazo y la culpa. “Los días son demasiado largos para aquel que no tiene nada qué hacer, ni plata en el bolsillo”, dice. Sufre de fobias y manías: no le gusta que le miren cuando camina, porque eso le obliga a pensar en sus movimientos, a armonizar su paso arrítmico, a esconder el muñón y el hombro desnivelado por cargar el fusil en esa vetusta guerra del 14. Suele sentarse siempre en la misma silla donde se sentó por primera vez en todos los lugares que ha frecuentado. Sufre de una obsesión ridícula: cree que todas las mujeres que le han mirado a los ojos alguna vez se han enamorado de él o le corresponden. En consecuencia, imagina romances, se pone falsas citas y persigue a sus “admiradoras” por la calle con intención de abordarlas, pero a todas espanta. No le gusta ser pobre, y sin embargo lo quiere todo a cambio de nada. Le gusta inspirar lástima, porque la lástima es la forma más elemental del interés. Es un hombre suspicaz: piensa que el mundo conspira para hacerle daño; sale a la calle llevando en el bolsillo todo el dinero que tiene, porque es un indeciso resabiado y acariciar la cartera le brinda una efímera sensación de tranquilidad en un mundo donde todo vale. Para terminar el retrato, dice que se las sabe todas, pero es de reacción tardía: siempre sabe lo que debía decir cuando ya no es necesario decirlo, siempre sabe lo que debía haber hecho cuando no es necesario hacerlo. Nunca hace lo que dice, y eso le molesta y vive lamentándose de todo.
Baton Victor, se llama nuestro personaje. Y es el héroe en declive de esta novela publicada en 1924 por recomendación de la escritora Colette a la editorial Ferenczi. El autor es Emmanuel Bove, el “mayor de los escritores franceses desconocidos”, dicen que dijo Beckett. Y era cierto. Bove fue el secreto mejor guardado de la literatura francesa hasta que en los años ochentas del siglo pasado (aun no me acostumbro a llamar así al viejo XX) el suplemento de libros del periódico Le monde empezó a hacer una pega a su lectores “¿Ha leído usted a Emmanuel Bove?”.
Por supuesto que no lo habían leído, porque a sus libros descontinuados les llovió la segunda guerra.
Supe de Bove porque Vila Matas lo incorpora a su lista de autores con tendencia a desaparecer (Doctor Pasavento) y dice de él que el secreto en que se ha mantenido su obra radica más en la personalidad escurridiza de Bove que en el olvido editorial. ¿Así que a Bove no lo sepultó la segunda guerra ni el olvido editorial, sino su propia desidia? Al leer Mis amigos se hace evidente que su autor era un raro entre raros. “Mis amigos” es una historia tan acémila que sólo la maestría con que está narrada la hace reveladora:
“Un hombre como yo, que no trabaja, que no quiere trabajar, siempre será odiado.
Yo era en aquella casa de obreros, el loco, cuando en el fondo, todos hubieran querido serlo. Yo era el único que se privaba de carne, de cine, de ropa, a cambio de ser libre. Yo era el único que, sin pretenderlo, recordaba todos los días a la gente su condición miserable.
No me han perdonado ser libre y no temer a la miseria.
El propietario me ha echado, legalmente con un papel timbrado.
Mis vecinos le han dicho que yo no era de fiar, violento, y tal vez incluso que venían mujeres a mi casa.”


¿El ùltimo hèroe, o el primer perdedor?

La literatura francesa abunda en este tipo de vagabundos que con su actitud terminan enjuiciando la ridiculez de todos los actos sociales. El extranjero Meursault, de Camus (1942); el delincuente Genet del Diario del ladrón (1949); el vago Roquetín que escribió la Náusea de Sartre: “Ese lunático tan lleno de odio hacia los hombres y de asco hacia sí mismo, a quien identificamos a cada paso en las calles y plazas y jardines de las grande capitales exhibiendo su miseria contra los actos de los semejantes” (1938). Pero el personaje de Bove es anterior a los otros tres (Mis amigos fue publicado en 1924) y hoy, aunque está a años luz de nuestra realidad, sigue presente incluso en los vagabundos informáticos y posmodernos de Michelle Hollouebec.
La diferencia entre Baton Víctor y el antihéroe existencialista es que Baton es un héroe en ocaso, un héroe sin gloria; un tipo normal y ciudadano ejemplar: desmovilizado de una guerra en la que tributó un brazo por su patria, sólo que nadie lo sabe. Ese es su problema, que no existe para nadie, que está demasiado solo, borrado, en una sociedad que no necesita de héroes. Baton quiere tener amigos, pero no sabe cómo atraerlos. Quiere tener mujeres, pero las espanta. Quiere dejar de ser pobre, pero no piensa mover un dedo, porque está muy instalado en esa relativa comodidad de la que tanto se queja. ¿Es joven? No lo sabemos. Por ser excombatiente, podríamos pensar que sí: la carne de cañón de la guerra del 14 fue en su 80 % carne joven. Pero si recordamos la definiciòn de Adolescencia por Fèlix Guattari es el ingreso en la vida. "la entrada en la vida es la entrada en el trabajo, en la producciòn de modelos y la producciòn de sistemas". Estanislao Zuleta, que habìa leìdo a Guattari, en un ensayo revelador aclara que se deja de ser joven cuando aparece la llamada responsabilidad. Segùn Marcuse es el momento en que se capacita a un individio para aceptar con normalidad un trabajo, una comunidad, el estatus relativo de su clase". Es decir: Vida= trabajo+ encierro+ Productividad+ finde los sueños+angustia.
Este ex combatiente es la flor de la inexperiencia y de lo que se suele llamar “irresponsabilidad”. Un negador de la vida. No quiere producir. Pero tampoco quiere pensar. Está más ávido de ser comprendido que de entender. Así que su aparato crítico (si lo tiene) está más lleno de preguntas que de respuestas. La pobreza se le vino encima (la mitiga con una pensión exigua), y aunque acepta su condición como doctrina y concepto, no la acepta como experiencia, porque a toda costa busca el bienestar y la alegría y el amor día tras día. La desesperación con que sale a buscar todos los amaneceres la alegría y la amistad y la fortuna es lo que le hace el último héroe ingenuo, o el primer pededor, lo que no es estrictamente un antihéroe. Está instalado en la periferia de la sociedad. El héroe romántico muere con él. Es un adolescente tardío, como todos los adolescentes que dejaron de tener una vida para irse a pelear en una guerra absurda y regresaron a su patria (los que regresaron) lisiados, jóvenes de cuerpo, sin ninguna gloria, convertidos en un desecho para la sociedad moderna. Baton todo el tiempo se queja de que hizo el bien, dio de comer a los pobres más pobres que él (porque ya la pobreza empieza a estar estratificada), dio aliento al desalentado, abrigo al desprotegido, él, el héroe que luchó por la patria en una guerra infame, el que debería recibir atenciones por la condecoración que prende en su camisa, a él el bien que ha hecho no se le retribuye con bondad, es un cero a la izquierda. Los personajes de Genet, de Camus y de Sartre son delincuentes conscientes de su marginalidad. Todo lo que hacen obedece a una premeditación: el elemento anarquizante es aquello que los mueve. No quieren hacer el bien. Quieren derrumbar y derrumbarse. Su desidia es nihilismo, no comodidad. Quieren impugnar su sociedad. Quieren escandalizar. Quieren destruir, porque el mundo que ven es una farsa y debe ser destruido.
El personaje de Bove escandaliza a pesar suyo. Está más lleno de anhelos que decepciones, en su mente hay más preguntas que respuestas. Los antihéroes de Genet, Camus, Sartre, Beckett, Hollouebec no se harán preguntas, porque no necesitarán respuestas. Ellos mismos son el resultado a cualquier pregunta. “¿Quién ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Dónde ahora?” Preguntará el Innombrable, de Beckett.
Nadie. Nunca. En ningún lado. Es la respuesta.
El bien no existe.
Sólo existe el infierno.


Citas:

Un día cogí un periódico para leer la letra pequeña.
Con un tono desagradable me dijo:
“Cuesta tres céntimos”
Me dieron ganas de contestarle que había hecho la guerra, que había recibido una herida grave, que tenía una condecoración militar, que cobraba una pensión, pero enseguida comprendí que hubiera sido inútil.

Tengo la impresión de que, pese a mi ropa gastada, las personas sentadas en las terrazas me observan.
En una ocasión, una dama, sentada frente a una tetera minúscula, me miró de arriba abajo.
Feliz y esperanzado, volví sobre mis pasos. Entonces los demás clientes se rieron, mientras el camarero no me quitaba los ojos de encima.
Durante mucho tiempo pensé en aquella desconocida, en su escote, en sus pechos. No me cabía duda de que yo le había gustado.
En mi cama, mientras oía sonar las doce, estaba seguro de que ella estaba pensando en mí en aquel momento.

Busco un amigo. Creo que no lo encontraré jamás.

No tenía intención de matarme, pero inspirar compasión a menudo me gusta. En cuanto un paseante se aproximaba, ocultaba el rostro entre las manos y aspiraba por la nariz como cuando uno ha llorado. La gente, mientras se alejaba, volvía la cabeza.

Pagué la cuenta.
Yo pago siempre por adelantado. De ese modo, me quedo tranquilo. Sé que el dinero que queda en mi monedero me pertenece por completo.
El marinero se lanzó sobre las salchichas.
-Ten cuidado, come despacio.
No me contestó. Sentí entonces que estaba perdiendo importancia para él.

En cuanto los vasos estuvieron vacíos, volví a servir rápidamente temiendo que Neveu se me adelantara. Si él se hubiera tomado la libertad de servir, me habría molestado. Habría parecido que él no era consciente de mi superioridad.

Sin embargo, si me hubiera escuchado, si me hubiera querido, si no se hubiera burlado de mí, habríamos sido felices.

Cuando salgo de casa, cuento siempre con que algún acontecimiento cambiará mi vida. Lo espero incluso cuando vuelvo. Esta es la razón por la que nunca me quedo en mi habitación.
Desgraciadamente ese acontecimiento no se ha producido nunca.

Pensaba en mi triste vida, sin amigos, sin dinero. Yo sólo quería amar, sólo quería parecerme a todo el mundo. No era demasiado pedir.

Como soy tímido, tengo que hacer esfuerzos para no bajar la vista. Un hombre nunca debe bajar la vista el primero.

A uno le gusta que le espíen sin saberlo, sobretodo, cuando uno tiene un aire distraído. Una vez me reconocí en la fotografía de un periódico, entre una aglomeración de gente. Aquello me hizo más feliz que la mejor ampliación.

Algunos hombres fuertes no están solos en la soledad, pero yo que soy débil, estoy solo cuando no tengo amigos."


Mis amigos
Editorial Pre-textos
Traducción Manuel Arranz
2003
Ubicación: Luis Ángel Arango

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