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noviembre 28, 2009El libro quedó autocráticamente convertido en:
Exorcismos de estío,
&
Exorcismos de estilo.
En realidad el contenido se corresponde más con un tercer título:
Ejercicios de estilo.
Es mi libro favorito, entre los que escribiera el Infante Difunto. Libro de palíndromos y de aliteraciones, de instrucciones de uso para la poesía y otras enfermedades crónicas, de fragmentos en clave (sólo en clave, sólo fragmentos) de reportaje y de obituario y de poemas. Es además un manual cáustico de preceptiva literaria para escritores extremadamente idiotas, o medianamente inteligentes. Es, como casi toda su obra, un libro de parodias: al monólogo interior de Joyce, a la falsa erudición de Shakespeare, a las fábulas de La Fontaine, a los caligramas de Apollinaire, al Manifiesto Comunista, a La peste de Kamus; escolios a Melville, guiños a Quevedo, mamadera de gallo con Platón por blanco; reescritura de poemas de San Juan de la Cruz (porque los muertos no toman venganza); chismes, viñetas múltiples de amores, de amigos, de cine, de política; hay una página para ser quemada, hay un poema para confeccionar… y mucha, demasiada, diría yo, palabrería. Y en la palabrería es que GCI, es un maestro:
PERI PHALOS
Polla, picha, pija, pico, pinga, morronga, cabilla, cabia o cavia, caoba, majagua, mazorca, moco, pájaro, levana o lebana, linga, carajo, tranca, trozo, mecha, trabuco, perinola o pirinola, mandarria, pene, palo, mástil, verga, vergajo, vianda, la cabezona, la calva, cuero, látigo, rabo, chorizo, morcilla, tabaco, la sihueso, arma, espada, pluma (“mojar la pluma”) –y casi siempre, cosa curiosa, el nombre está en femenino.”(No siempre, mi querido falópodo:
Tolete, guácharo, cucharón, salchichón, mondá, garrote, garlopa, martillo, mojón, madroño, virulo, pirulo, güíngano, vichirolo, champiñón, quincha, jirafo, pichapués, piñón, pistón, garrocha, gajo, tórtolo, sotórtolo, pedazooeeetórtolo…)
Habría que agregar que es un diario. Un diario de iniciación. Lo que no podría decir exactamente es de iniciación a qué. Podría intentarlo: tal vez al choteo, que es como llaman en Cuba a la mamadera de gallo colombiana. Tal vez a la destrucción de las formas, porque la obra de GCI coincide con la teoría de María Zambrano: destruir la forma para que aparezca el revés, destruir la solemnidad para que emerja en su lugar, la ironía.
Aun así, dudo mucho que Cabrera Infante hubiera permitido que le llamaran de un modo tan evidente a su libro más querido: Diario.
Exorcismos de estilo, que es como me gusta llamarlo, de GCI (que es como le gustaba a él que lo llamaran, por el sonido de su sigla) lo escribió un poco en Cuba, un poco en España y finalmente le dio forma en el 53 Gloucester Road de Londres, donde vivió por cuarenta años. Londres fue la ciudad gris y aburrida que lo acogió cuando salió enfermo de castroenteritis de Cuba, defraudado de la revolución. En 1966, cuando llegó a Inglaterra, se encontró con algo que lo impactó sobremanera: raudales de niñas que tributaban sus brasieres y su virginidad a John Lennon y al efebo romanticón del Paul McCartney. GCI llegó a Londres para presenciar la efervescencia y caída de los Beatles. Entonces escribió un ensayo sobre ellos, al que luego añadió otro sobre un nuevo caso de idolatría: el de la “pornógrafa inocente”, fabrica de mocos y dolor, llamada Corín Tellado. Luego escribió un ensayo sobre su gato egipcio (que llegó a la casa por error y se apropió de todo como un dios antiguo, y ya nunca se fue) y añadiendo a estos otros textos sueltos de su vida erotómana, de sus años obscenos, publicó un nuevo fragmento de aquella autopornografía que hilvanó en sus obras completas: un libro de parodia de sí mismo y demás egolatrías con doble título: “O”, que se puede leer como vocal, o como número, pero que en realidad indica el meridiano que pasa por Londres, el número cero, meridiano de Greenwich, supongo.
¿Supones, Bhör? Sí. Lo que sabemos de Cabrera Infante es simplemente teoría. Falsificaciones de sí mismo. Cuenta el dramaturgo Sandro Romero, que lo conoció y lo frecuentó, y le hizo un obituario que publicó la revista asociada (por negación) a esta tribuna: El Malpensante, que al infante difunto le encantaba mentir sobre sí mismo y sobre sus proyectos. Que Cuerpos Divinos, esa novela con que amenaza en casi todas sus entrevistas, fue una triquiñuela que le prometió a más de un centenar de periodistas como de próxima e inminente publicación, y que nunca la escribió, porque la mejor forma de eludir una pregunta capciosa era con un chiste. De modo que lo que sabemos de Cabrera Infante son chistes sacados de esa frontera seudobiográfica en que se diluyen sus libros: al tipo se le fue la mitad de la vida follando, la mitad de la vida rajando de Fidel Castro, la mitad viendo películas en videotape y la mitad, escribiendo.
¿Cómo puede ser que alguien pueda dividir en cuatro mitades la vida cuando evidentemente es una imposibilidad ontológica, además de aritmética?
Pues se puede.
A condición de reunir dos vidas en un solo ente, y de repartir cada una, en dos mitades.
Lógica difusa.
La primera vida de GCI ocurrió en Cuba. La segunda en Londres.
La que tuvo en Cuba la repartió entre mujeres y política.
La que vivió en Londres, entre cine y literatura.
Londres… London… donlon… nonlond… donoln… dolond… dolo
En Londres GCI era el Doctor Jekyll cuando escribía, y Ms. Hyde cuando veía películas. De día escribía y dormía, y de noche se convertía en el monstruo devorador de cine y de libros.
Un día en su vida tenía cerca de 38 horas, de las cuales destinaba las de la noche para ver tres cintas seguidas y luego leer cuatro horas más sobre cine o literatura. Se acostaba al clarear el sol y dormía hasta la hora del almuerzo. Luego de esto se levantaba a azotar la tecla, escribía toda la tarde hasta la hora de la comida, salía a dar un paseo con su mujer (siempre la llamó Miriam Gómez, porque a su decir era una entidad fisicoquímica independiente) y después de rajar de Fidel Castro y de fumar frente al Museo de Alberto Y Victoria y de hablar de lo mismo, regresaban a casa, hacían el amor como no se hacía en la Cuba desde los años 40 y se clavaban a ver las series y las películas de la BBC previamente grabadas en un videotape, betamax, y que archivaba en una estantería tan legendaria como la del escritor brasileño Marcio Souza (que vi con estos ojos que se ha de comer la prusiana: 22.000) y la de Rufinelli, el uruguayo, que cuenta con 10.000, pero latinoamericanas.
En una entrevista que le hizo el escritor cubano Julián Ríos y publicada en el Viejo Topo de 1979, GCI dice que tiene 500 películas grabadas en su casa de Londres. En una entrevista hecha por Bernardo Hoyos para la revista Diners de 1988 dice que tiene 2000. A un promedio de 250 por lustro, calculo que GCI debió alcanzar a grabar la módica cifra de 18000 películas para el año 2005, cuando se nos murió con su sueño cumplido de poseer “la videoteca de uno solo” y convertido no sólo en el Joyce de la literatura latinoamericana, sino en el mayor pirata de películas que haya habido en Londres.
La otra vida del doctor G-Cain
Había nacido en Gibara, provincia de Oriente, tierra rica en comida y agua y dictadores, donde nació Fidel y Batista, el 22 de abril de 1929, el año del crack, lo que según sus superstición lo imposibilitaba para ser rico, y el mismo día que nació Lenin (su némesis), lo que le imposibilitaba para ser comunista, bajo el generoso signo de Tauro, follón, terrenal y angurriento. Luego, su familia se lo llevó a vivir en los años cuarenta a la Habana, donde lo halló la dictadura de Batista haciéndose una paja y la revolución de Fidel con los dedos en la nalga. ¿En la nalga de quién? El que quiera saberlo, bien lo podrá leer con pelos y puñales en La Habana para un infante difunto. Ya es un lugar común recordar que en 1952 la dictadura del Fulgencio lo metió preso y lo multó por publicar un cuento que contenía profanaciones del lenguaje, que en realidad eran dos o tres insultos en inglés “incomprensibles para un cubano medio”, meras añadiduras y contribuciones a la pura e incorruptible e inmamable lengua española y que por esa razón tuvo que seguir publicando sus críticas de cine con un seudónimo compuesto por la inicial de su nombre y las primeras sílabas de sus apellidos: G. Caín. Con esto había empezado formalmente la experimentación informal que GCI transportaría a sus libros y que lo llevaría a convertirse en el estilista más brillante que hayamos tenido en español.
En La Habana para un infante difundo (parodia de Pavane pour une infante défunte, de Ravel) Cabrera Infante hace una alegoría de la muerte del niño que fue con el deslumbramiento de la ciudad de la Habana. Murió, en esa ciudad de senos erectos a la que le llevaron sus padres, el niño que aprendió a leer con Benitin y Eneas, con las caricaturas de Tarzán, con los tebeos del Príncipe Valiente y que iba al cine a ver los melodramas patéticos de Gardel y los western gringos. Murió en la Habana, pero no a manos de la dictadura de Batista sino a manos del coño, del engaño y el desengaño, de los celos y de la juerga y de la noche venérea. Guillermo es el coprotagonista de su propio libro, junto a una galería asombrosa de mujeres maravillosamente estúpidas. Él mismo reconocía que su obra no era machista, sino una parodia del machismo. El libro empieza como memoria de esos comienzos, de su pasión por ir a los cines, por follarse a todos los tipos y arquetipos de la mujer cubana, la puta, la hipócrita, la alebrestada, la vanidosa, y la aniquilación por la peor de todas: la superficial. El libro acaba, como sucede también en Tres Tristes Tigres, por transformarse en un galimatías que es el lugar donde mejor se mueve GCI: la ruptura lingüística, la descomposición del lenguaje, la imposibilidad de transmitir un pensamiento exacto que refleje un pasado exacto y la liquidación total de la realidad.
Con los años, GCI diría que todo ese pasado invertido en mujeres y política, el pasado que le sirvió para recrear sus dos mejores novelas, había sido una pérdida de tiempo imperdonable. La Habana para un infante difunto y Tres Tristes Tigres son prueba de lo contrario.
Tres Tristes Músicos
Cuando Tres Tristes Tigres obtuvo el premio de novela Seix Barral en 1967 los escritores latinoamericanos ya estaban de moda. Vargas Llosa lo había ganado poco antes, inaugurándolo e inaugurándose, a los 24 años, con La ciudad y los Perros (1963); Cortázar había publicado Rayuela (1963), Carlos Fuentes La muerte de Artemio Cruz (1962) y García Márquez publicaría Cien años de Soledad en junio de ese mismo 67. Donoso no publicaría El obsceno Pájaro… hasta 1970. Por aquel detalle cronológico podría pensarse que tras el premio recibido por Tres Tristes Tigres GCI ocupaba por derecho propio esa quinta silla vacante del sofá ostentoso donde se asentó el boom (rótulo que él llamaba “impropiedad pegajosa” y que mucho se parece a una de sus parodias). Pero no. GCI fue un disidente de todo. Un auténtico outsider. Para firmar su acta de renuncia al boom asistió a la última cena del grupo reunido en Londres, a finales de los años sesentas, poco antes de que García Márquez recibiera el nock out de Vargas Llosa con que quedó definitivamente sellado el pasado del movimiento, y poco antes de que Cortázar recapacitara acerca del compromiso del escritor que se le había olvidado en un café de París. Cabrera Infante contrató en una pastelería que quedaba junto al Paris Pullman (un cine desaparecido de Londres y perpetuado en su libro de las Ciudades) una torta de mariguana y la hizo repartir a discreción entre sus célebres invitados. Con esto logró sentarse a comer no con Vargas Llosa sino con Pedro Camacho, no con Garciamarketing, sino con el coronel Aureliano Buendía, no con Cortázar, sino con Olivella, y al mismo tiempo con el más acre de todos, junto al que tendría que compartir ciudad en los últimos años de su vida: Artemio Cruz, alias Carlitos Fuentes. Esta fue quizá la mejor parodia de su vida, o de subida. Lo que le vio esa noche en aquella mesa quizá no le gustó. Al punto que a la semana siguiente publicó “Include me out”, el artículo con el que se daba de baja del ómnibus del boom latinoamericano, dejándole el puesto libre al que fuera; a Donoso, que se aplastó enseguida y ya no se quiso bajar.
Tres Tristes Tigres es parodia: de todos los estilos de autores cubanos, y además la Habana vista a través de sus cabarets. El libro se llamó antes de adquirir el sonoro trabalenguas, Vista del amanecer en el trópico (que después GCI utilizaría para otro libro, esta vez de relatos, donde cuenta historias de la violencia en Cuba parodiando, mimetizándose, regodeándose y burlándose a la vez del estilo de Martí, del barroco de Lezama lima, de la sequedad de Virgilio Piñera, de la profilaxis de Carpentier y de la impronta verbal de Nicolás Guillén, al mismo tiempo que le hace homenaje a Lidia Cabrera, una escritora arcana y secreta a quien nuestro exigente Infante consideraba “la mejor escritora cubana”). El libro había sido reescrito durante seis años, fiel al lema irrefutable de que en literatura es más importante la corrección que la creación. La experimentación con la forma de la novela hasta convertirla en su revés, es lo que hace a T T T una verdadera innovación casi joyceana, mezcla de todas las historias, de todos los registros; la irrupción de la música cubana y del dialecto local, las páginas al revés, todo, todo responde a algo que GCI se propuso y que consiguió con creces: subversión de la literatura. Es tal vez eso, lo que le hizo distinguirse como un astro de brillo propio lejos del boom, como un escritor solitario que brilla al margen de todo y con una obra que no tiene par con lo que parecía ser la primera y última vanguardia latinoamericana.
Últimos amaneceres sin trópico
En 1972 un exceso de trabajo ocasionado por la adaptación al cine de Bajo el volcán lo apartó de la realidad y lo hizo vivir en el delirio constante que acabó a Lowry. Los médicos le diagnosticaron esquizofrenia temprana, lo que le convirtió en un hombre taciturno que se alejaba cada vez más del choteo, de la mamadera de gallo, de aquel carácter que tienen sus obras y que él atribuía al hecho de ser cubano y le permitía hacer burla de la realidad y tomar lo dramático con risas. Cabrera Infante se convirtió entonces en el escritor de gatos que escribiría Puro Humo, una novela ininteligible que se supone es un homenaje al tabaco y a los fumadores de tabaco en la pantalla grande. Ese sí no lo he leído, pero sé que lo escribió en inglés, porque igual que Conrad y Nabocov era un escritor avenido a la lengua inglesa. Luego se tradujo a sí mismo y lo publicó en español. Hoy puede hallarse por ahí en los canastos de saldo con una espléndida fotografía de Groucho Marx con bigote dibujado y un tabaco en la Boca. Yo lo he regalado cuatro veces, a ver si alguien se atreve a leerlo y me lo cuenta y me dan ganas.
El que sí he leído, y releído y además me encanta porque es el más transparente y biográfico de todos, se llama “Vidas para leerlas”. Si dijera que he escrito esta columna parodiando ese libro, no me lo creerían. Tan original me creen mis detractores y mis seguidores. Tontos y pícaros coinciden siempre en la desinformación.
El libro cuenta la vida de GCI como reportero en Cuba cuando trabajó como editor en Lunes de revolución, un periódico de pancarta cerrado por ser nido de contrarrevolucionarios, y al mismo tiempo cuenta sus años de diplomático y al mismo tiempo nos cuenta sus primeros años de exilio. Mientras salta en el tiempo, nos cuenta además las historias secretas de todos los maricas geniales de Cuba, desde el mayor de todos: Lezama Lima y sus doscientos kilates, hasta Virgilio Piñera y la semblanza y el suicidio de ese cuentista genial y olvidado: Calver Casey. Nos cuenta de Carlos Montenegro, autor de La cárcel, una gran novela testimonial del subgénero presidiario, y de Lino Novás Calvo, otro cuentista, no tan bueno como Casey, pero vale. De paso habla pestes de Carpentier, se burla del Realismo Mágico que le endilgaron, recordando a los lectores que la etiqueta no se la inventó Carpentier sino un alemán iluso llamado Franz Roh en 1924 “cuando Carpentier acababa de salir del bachillerato”. Contradice a García Lorca que al pasar por Cuba con rumbo a Nueva York dijo que en América ser poeta era algo más que ser príncipe.
G. Caín contesta: “He conocido a poetas pobres, poetas enfermos, poetas perseguidos, poetas presos, poetas moribundos y muertos finalmente. Eran todos tratados no como príncipes sino como parias, como apestados, sufriendo la lepra de la letra.”
La lepra de la letra… sí, Vidas para leerlas es un libro para escritores, basado en historias apócrifas de escritores y con advertencias casi didácticas para aprendices:
“Nada mata tanto a un escritor como dejar de escribir. Aun no publicar no significa que el escritor esté muerto. El escritor muere en el mismo momento en que mueren sus palabras”.
El infante murió en 2005. Pero sus palabras siguen mutando mutantes. Según la viuda Miriam Gómez, el Infante dejó más páginas inéditas que las publicadas en vida. Alrededor de diez tomitos. Calcule usted.
Es lo que pasa cuando el autor se parodia a sí mismo.
Por lo que concierne a esta columna, como ya habrán constatado por el inicio: sólo intentaba hacer la reseña a Exorcismos de esti(l)o, pero tuve que darme por vencido y aceptar que es imposible reseñar un libro inasible. ¿Qué decir de este libro, uno de los más perfectos, absurdos e inagotables que se hayan escrito en el siglo pasado?
Que lo compren, si lo consiguen, o róbenselo, si pueden.
LA HABANERA TU
(ESTICOMEDIA CUBANA EN DOS ACTOS -UNO, PÚBLICO)
-¡Miamiga! (Késalassión).
-¡Eee miemana! (Mecogió.)
-Dichoso losojo. (Tanpesá.)
-Lomimodigo. (Parejera).
-Tesevé mubién. (Fo kepette)
-Sindedorás lopresente. (Entí sinsueba.)
-Grasia mielma. (Casnecaio.)
-Atí, Miami. (Arranca.)
-¿Ykeiké? (Enjunplomo.)
-Akíakí. (Tánchimmosa.)
-Késecuenta debueno? (Arribitta.)
-Pocacosa. (Refittolera).
-Vamottú, kesetevé mubién. (Palofóforo.)
-Favó ketúmease etaniña. (Paiápaiá.)
-¡Uukemodetta! (Currutaca).
-Tútambién tabién. ((Pa lotrigre.)
-Naa, kevá, (Gentefú).
-Kesi kesi. (Chumma.)
-Buéo sitúlodise… (Metráia.)
-¿Ielmarío? (Pakesufra.)
-Aí aí, nifú, nifá. (Frékka.)
-¿Ilonniño? (Pejiguera)
-Aí lomimmo esiempre. (Casasola.)
-Váia tú. (Malamadre).
-Itú, ¿cuándotecasa? (Pakeaprenda.)
-Esová, palasgo. (Solariega).
-Miapaeso. (Sekedó.)
-¿Yké tetrai poracá? (Callejera)
-¿Yo? Depaso. (Cuántabobá.)
-Aa vamo. (Mitteriosa.)
-¿Ytú? (Metía.)
-Enlomimmo essiempre. (Intriguera.)
-Vaia. (Currutuca.)
-Bueno, tedeji tú. (Poffinsola.)
-Ketevaiabién. (Ketecoja untrén.)
-Attotrorrato. (Iebátela bientoeaua.)
-Taluego. (Solavaya.)
Nota:
Aquel que se haya robado mi Habana para un infante… que lo devuelva, o que no vuelva.
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Citas:
Exorcismos de esti (l)o
Guillermo Cabrera Infante
Editorial Oveja Negra, Bogotá 1987
Exorcismos de esti (l)o
Guillermo Cabrera Infante
Editorial Oveja Negra, Bogotá 1987
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