El álgreba de William Faulkner

enero 22, 2010


Hay obras maestras, y hay obras perfectas. Pero la perfección es una asíntota: la curva emergente de la aritmética que persigue al eje hasta el infinito, cada vez más próxima, pero que nunca llega a tocarlo. Una obra maestra no requiere la perfección, aunque la anhela. La obra maestra funda el paradigma, el modelo, abre puertas para que los lisiados avancen, ¿a dónde? A nuevos estados de la perfección. Sin embargo, no hay que olvidar lo que dice Picasso que dijo Da Vinci: en las cumbres del arte sólo cuentan primeras hazañas. La obra perfecta, es final. No hay nada después de ella. Es circular. Como el universo. Se expande y se contraer al ritmo que el big bang impone. Ni siquiera el autor se salva. Lo ha visto todo. Lo mejor y lo peor de la vida. Lo mejor y lo peor de la especie, reducido a 300 miserables páginas, o a dos versos. Pero originalidad no hay. Solo formas nuevas. Los argumentos clásicos son pocos. Y pueden enumerarse. Pero las formas que adoptan son infinitas. POr eso puede haber infinitas obras maestras de unos pocos argumentos. 
Después de hacer la obra maestra, el creador ha trepado a la cúspide, se ha sentado a la mesa con Dios, y le ha dicho a la cara: por eso fue que nos hiciste, por eso fue que nos olvidaste, porque somos tus semejantes y nos has dado la mente para sufrir iguales… y luego le ha tirado la ambrosía por el pecho y le ha dado una patada a la mesa y ha arrojado el banquete y luego al creador mismo sobre la tierra para la expiación de sus pecados. 
Después de escribir una obra perfecta es difícil repetir la hazaña. Y Faulkner lo logró, la hazaña está hecha. 
Toda hazaña es una hazaña inútil, y sólo quedan dos caminos una vez concluida, como en casi todo: cambiar de oficio, o suicidarse. Después de una obra perfecta, todo queda demasiado fácil. Hasta morir. ¿No era Confucio el que dijo: si un hombre ha visto a Buda en la mañana, puede morir en la noche? Si un hombre ha visto la verdad en la mañana, puede morir en el peor de los aburrimientos pasado meridiano. 

Luz de agosto (1932) es la novela más perfecta que he leído y Faulkner tiene varias. Sin embargo Faulkner no se suicidó y siguió intentando rehacer el experimento. Lo intrigante es que casi lo logra, con Absalom Absalom (1936). Vivía en esa obstinación desde El sonido y la furia (1929). De aquella experiencia fue que dijo: “Puesto que ninguna de mis obras ha satisfecho mis propias normas, debo juzgarlas sobre la base de aquella que me causó la mayor aflicción y angustia, del mismo modo que la madre ama al hijo que se convirtió en ladrón o asesino más que al que se convirtió en sacerdote. -¿Qué obra es esta, señor Don Faulkner? -El sonido y la furia. La escribí cinco veces distintas, tratando de contar la historia para liberarme del sueño que seguiría angustiándome mientras no la contara.” 

Perdedores, en el país de vencer o serás vencido

Luz de agosto es aparentemente la historia Joe Christmas, del reverendo Gal Hightower y de Lena Grove, que avanzan por separado para encontrarse en medio de un linchamiento. Las tres historias logran dibujar la genealogía de cada uno, pero aun me persigue la imagen de esa mujer que urge marido para legalizar a su hijo bastardo, a punto de nacer; Lena, que parte desde Alabama, pasa por Mississippi y llega a Jefferson, todo a pie, bajo la luz canicular de agosto, en busca del Lucas Burch, que no se llama así, sino Lucas Brown. En Jefferson, descubre el aserradero del Done, y allí se encuentra con un tal Byron Bunch, que no Burch, que le dice que el tipo que le fertilizó los óvulos sí andaba por allí, pero que ahora vive en otro lado y se llama Lucas Brown. En seguida, William Faulkner pone en marcha el más impecable aparato digresivo y retórico para desentrañar la historia de Byron, ¿o de Brown?, y de Lena y de todos los que les rodean o les rodearon en esos días de agosto canicular de los años 20s: el pastor en decadencia, elsheriff incapaz de linchar a un negro, la negrófila de descendencia francesa, violada y decapitada por su protegido, el negro Christmas. En término de moral Luz de agosto es la historia de la falta de valor de todos los valores, la historia fundacional de los Estados Unidos: “el país de vencer o ser vencido, el país donde el vencedor será el esclavo y el vencido gozará de la soberanía y los derechos del señor y cumplirá lleno de confianza sus deberes de súbdito” (Max Stirner). La mejor democracia del mundo, dicen.

 
El álgebra de Faulkner y mis notas de lectura
(según iba progresando)

Las novelas de Faulkner tienen, todas, pueden simplificarse en un esquema que podría volverse algebraico. A continuación, con mi infinito ocio y mi inagotable bondad, lo ilustro así: (((()()()()(()) ¿Qué traduce? (Lena (Joe (Higtower (Alabama- Mississippi) (Lena Grove-Lucas Brown) (Joe Critsmats-Jefferson, señorita Burden- Eupheus-Milly- Mc Eacher-Grimm)(reverendo Hightower y su mujer) (Byron Bunch (un chofer de camión y su mujer) Tennesse). Si le extraes el tiempo a un relato te queda la trama.
Los factores que abren cada paréntesis corresponden a los personajes más mentados, luego el espacio geográfico y vital en que discurre cada tiempo en cada historia del libro. Y finalmente el cierre con la historia del pobre imbécil de Byron Bunch que se enamorará de Lena Grove y terminará llevándosela de Jefferson a Tennesse con el entenado a cuestas, convirtiéndose así en su esclavo y machucante (teoría).
¿?
Nadie puede con la voluntad de una mujer cuando busca marido, Faulkner Dixit.
¿? Sin embargo, con la obstinación de una mujer en busca de consorte no se hacen obras perfectas; o eso al parecer es lo que piensa Faulkner, porque luego de haber resuelto el problema haciendo que el pobre idiota de Byron se enamore de Lena al primer olfato, consigue al mismo tiempo que éste le oculte a Lena en qué va la vida de su amante Lucas Brown, que iba así: Lucas conoció en el aserradero del Done a Joe Cristmas, con quien se asoció para dedicarse al contrabando de whisky, se fueron a vivir al campo y alguno de los dos decapitó a su protectora y le quemó el rancho...
¿? Pero si está clarísimo: los tres primeros factores son abiertos porque contienen cientos de argumentos internos. En el segundo factor está oculto el magma de la novela: Joe Cristmas, de tez blanca y sangre negra, bastardo, huérfano de padre que murió acribillado por negro, huérfano a la vez de madre que murió desatendida durante el parto por dejarse preñar de un negro, arrojado a un orfelinato donde un fanático lo adopta (Mc Eachern), humillado por ese fanático metodista, descendiente de esclavistas sureños que le enseñó en vano el temor de Dios y su inferioridad racial, enamorado de una prostituta (Bobbie) que le abandona por negro, amancebado con una ninfómana que quiso hacer de él un negro útil a la sociedad que le desprecia(Burden), contrabandista de alcohol prohibido como buen negro, y como buen negro sospechoso ante el Sheriff del asesinato de la señorita Burden, cazado como perro por ser negro y luego linchado por un veterano blanco (Grimm) y castrado en su negra vida para que en la muerte negra no pudiera seguir violando a las blancas buenas que van al infierno, no es el asesino...
¿?
En apariencia Luz de agosto es sólo la historia de Lena, que comienza y cierra, la huérfana que no ha abierto el diccionario para buscar el significado real de la palabra estupro: prometer para meter y después de haber metido olvidar lo prometido. Una muchacha que avanza a pie desde Alabama hasta Jefferson, en un candente agosto, en busca de un marido que le lleve a Tennesse o a cualquier sitio, y la historia de Lucas Brown y de sus peripecias en el juego y el contrabando para hacer fortuna y de su amistad con Critsmas que lo llevará al dinero fácil y al envilecimiento y a otras genialidades. Pero es también la historia de la señorita Burden, francesa, negrófila, antiesclavista, que desperdicia su fortuna en beneficiencia pública a favor de los negros que ama (no porque ame a los negros sino porque ama sus verga largas, oscuras, enhiestas): la señorita aloja en su propiedad a dos contrabandistas de whiskies, uno de los cuales es su amante, y el otro su decapitador. Es la historia del pastor Hightower, caído en desgracia: Un día su mujer se llenó de amantes y todos los feligreses se enteraron antes que el propio reverendo, y ese fue el comienzo del fin.
¿?
Es la historia de la esposa del reverendo, depravada. Es la historia de la caída del reverendo, envilecido. De todos los personajes secundarios, fracasados. De sus tres generaciones ancestrales, desdichadas. Es la historia de las tres generaciones de todos los personajes que aportan su grano de miseria a este desierto de desgracia que es nacer, porque la desgracia de nacer no puede entenderse sin el atavismo que la engendró, porque todas los infortunios en que vivimos hacen parte de una cadena interminable de sucesos infaustos de los cuales nuestra insignificante, exigua vida, es sólo un eslabón necesario para que retrasmitamos la demencia a nuestros hijos y nietos y bisnietos. En síntesis, el mejor Faulkner.

La Biblia y William Faulkner

Todos los grandes deudores de Faulkner coinciden en lo mismo: la Biblia, libro demente. Todo lo que aprendió Faulkner lo aprendió en la Biblia; la crueldad, la vileza, el adulterio, el crimen, la traición; el destino impuesto, la resignación de sus personajes, las genealogías, los saltos de tiempo. Cuando Jean Vanden entrevistó a Faulkner para The Paris Review, no perdió oportunidad de preguntarle al respecto, y Faulkner le pintó esta estampa sureña: “Mi bisabuelo Murry era un hombre gentil y bondadoso, para nosotros los niños, cuando menos. Es decir, que aunque era escocés, no era (con nosotros) especialmente devoto ni severo: era sencillamente un hombre de principios inflexibles. Uno de ellos era que todo el mundo, desde los niños hasta los adultos presentes, debía tener un versículo de la Biblia en la punta de la lengua cada mañana para tomar el desayuno. El que no tuviera listo su versículo, no se desayunaba; se le excusaba el tiempo suficiente para que saliera del comedor y se aprendiera uno ().Tenía que ser un versículo auténtico y correcto. Mientras éramos pequeños podía ser el mismo, que repetíamos una mañana tras otra hasta que uno se hacía un poco mayor, cuando una mañana se encontraba uno con los ojos del bisabuelo clavados en uno, muy azules, muy bondadosos y gentiles, y aun entonces no eran severos ni inflexibles; y a la siguiente mañana se sabía uno su nuevo versículo. En cierto sentido, así era como uno descubría que su infancia había terminado.” Las magníficas parrafadas evangélicas y condenatorias y apocalípticas de Luz de agosto vienen de ahí, de un Faulkner que se sabía la Biblia de memoria. Pero que no vengan ahora los testigos de Jehová a decir que ellos también pueden ser Faulkner. Lo que Faulkner no debe a la Biblia, se lo debe seguro al Whisky, y al estudio minucioso y quirúrgico de su familia y de las familias ajenas del condado de Oxford, porque ya sabemos que un escritor sólo es grande cuando conoce a su familia, y ya sabemos lo que son las familias y los testigos de Jehová.

La considero perfecta por la superposición de las tramas, por su ambición y redondez cumplida, por su lenguaje retórico y fluido (un saludo a Hans Romberg, el traductor). El de Luz de agosto es el Faulkner más accesible de todos, y hay varios Faulkner impenetrables. Además, porque todos los personajes, hasta los periféricos, están vivos, porque el ramillete de historias que nos cuenta esa voz implacable y omnipresente apuntan a una metáfora de la civilización: la peor infamia es la que no elegiste, la que te impusieron (porque nadie eligió el sitio y la condición en que iba a nacer); y porque llevar sangre humillada y maldita en una sociedad darwinista es un desastre. Faulkner impone su ritmo y su estilo y su época en Luz de agosto. Es perfecta, porque está viva, y está viva, porque te hace asistir a su tiempo; porque las palabras dejan de ser palabras y se convierten en algo táctil, en olores, en colores, en vida (mal vivida) pero vida al fin y al cabo. Y, claro, porque no tiene moraleja. O sí. Sí la tiene: que quienes sufren no tienen por qué se buenos. 
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Luz de agosto, William Faulkner Oveja Negra- Seix Barral Traducción Hans Romberg 1983

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