Alberto Manguel en Bogotá
mayo 09, 2011Alberto Manguel estuvo en Bogotá para el Encuentro Internacional de Escritores de la Feria del Libro. Lo entrevistó Juan Esteban Costaín. La entrevista tuvo un margen amplio de preguntas predecibles en las que la constante fue aludir a ciertas anécdotas trilladas por Manguel en Historia de la lectura y esperar a que las recordara y las volviera a contar en público (con menos erudición y más desparpajo). Hablaron de temas caros a Manguel: lectura en voz alta vs lectura silenciosa, imprenta, Aurelio Agustín de Hipona, Borges. Pero, ya tomados los índices como preguntas, hubo temas que se quedaron por fuera: no se habló del traductor como lector, ni de la censura o lecturas prohibidas, ni del placer de leer en la cama, ni de bibliotecas. Me dio la impresión de que a Juan Esteban Costaín, en nuevo interlocutor culto de los intelectuales invitados a nuestro país, le interesaba saber más de Borges que de Manguel. Lo mismo se interesó más por saber por el asedio de los dispositivos electrónicos a la literatura que de la historia del libro (Constaín, cariño: Manguel no sabe ni prender un computador). Pese a ello, Manguel es un hombre reposado que no se molesta por narrar anécdotas vividas, inventadas al paso, o sacadas de libros, ya que en ello radica su encanto como buscador de lo insólito. Las anécdotas que descrestaron al auditorio o que al menos robaron carcajadas: los honorarios de Balzac para un libro de juventud (el editor, que pretende promover al autor novel, rebaja el adelanto mientras descubre que Balzac: A, vive en un barrio venido a menos; B, en un palacio en ruinas; y C, en condiciones claras de necesidad). Una de las buenas preguntas, porque motivó también una respuesta llena de humor y de reflexiones sobre la bibliofilia (en la que Manguel se muestra como lo que es: un fanático) fue la concerniente a los ladrones de libros. Empieza con la evocación de los métodos de robo de un ladrón memorable, el conde Libri-Carucci della Sommaia que robó las principales bibliotecas de Europa y al mismo tiempo vendió a bibliómanos cartas improbables que pertenecieron a María Magdalena, a Julio Cesar (ver más en Una Historia de la lectura), y termina con la anécdota recobrada por Constaín en la que Anatole France le dice a un amigo que le pide un libro en préstamo: “no se lo presto porque todos los libros que usted ve aquí me los prestaron”. De haber sido lector de Borges en los años en que la ceguera arreciaba, y ante la insistencia descorazonadora de Costaín en volver a Borges, Manguel prefirió reducir el pasaje a sus dimensiones justas. Dijo que Borges era una celebridad, y él un adolescente de 16 años, y que a Borges no le interesaban ni su amistad ni tan siquiera sus opiniones. Un día a Manguel se le ocurrió comentar un verso de Borges en presencia de Borges. Le dijo que sonaba como a lugar común. Borges se inquietó: “¿Lugar común? Mencione cuatro instancias en que otros hayan dicho lo mismo”. Las preguntas del público revitalizaron la charla y la prolongaron por veinte minutos más: clasificación de la biblioteca y de la información; literatura mediatizada por el cine; la angustia por lo no leído; talleres de escritura creativa; empirismo y universidad; Dante en sus proyectos futuros...
No asistió un público nutrido. Ni la tercera parte de un auditorio con capacidad para 800 personas. Las luces laterales se atenuaron para hacer menos notoria la poca afluencia. ¿En la Feria del libro de Colombia tiene más acogida Chespirito que Manguel? Parece.
Y la inauguran presidentes.
El audio de la entrevista completa a Alberto Manguel con la ronda de preguntas del público, exclusiva Una hoguera para que arda Goya.
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