Los libreros y la sohotización de la literatura

septiembre 08, 2012



El total de ejemplares publicados en Colombia  en el año 2008 fue de 32.603.131, en el año 2009 30.336.833 y para el año 2010 de 28.010.402, lo que muestra un descenso notable, que la Cámara colombiana del libro cree resolver al decir que se debe al aumento de ediciones digitales. Sin embargo, la cifra de ediciones digitales no concuerda con el faltante.

La mayor parte de las librerías de Colombia están en Bogotá. Lo que restringe el circuito para la distribución de los libros a una ciudad. Colombia tiene 355 librerías, 564 puntos de venta y un cubrimiento de 78.000 habitantes por librería.*** El gremio de libreros presenta algunas dificultades de las que adolece el país en otros campos como el académico, el sindical y el administrativo: que no hay gremio (consolidado), que no hay acuerdo sobre el precio único para evitar la política del cúantotienescuántopagas y la estrategia de descuentos de los sellos editores a los compradores grandes (librerías de cadena), que las librerías de grandes superficies como la del Fondo de Cultura Económica o Librería Nacional o Hipermercados de cadena acaparan grandes audiencias, y que las librerías independientes nunca obtienen descuentos ni beneficios para competir. Las opiniones están divididas al respecto.

Para la librería Madriguera del conejo (que es una librería que funciona con unas características de espacio, de catálogo, de prescripción y ha entrado en la onda de sohotización de la literatura consistente en convertir la literatura en espectáculo echando mano a eventos, entrevistas a escritores, firmas públicas, lecturas con coctel y pretensiones de centro cultural), la pregunta clave, al fundarla, era: ¿cómo hacer funcionar el negocio a partir de una función no tradicional de lo que debe ser un librero?

Librero / La madriguera del conejo: Yo tengo un punto de vista del sector editorial contrario al establecido, muy de mi parecer. Llevo trabajando en librerías desde hace ocho años: trabajé seis años en Biblos y dos en el Fondo de cultura económica. Allí aprendí algunas cosas que luego quise aplicar a la Madriguera del conejo. Para empezar, no se llama así por casualidad. Eso implica ya un acercamiento al espacio y al tipo de libros que se quiere vender. No queríamos un espacio solemne sino un espacio informal para acercarse al libro. Yo tengo la idea de que no se venden libros en Colombia porque sean caros, sino porque la gente de libros es insoportable. La idea era: dar respuestas a las inquietudes de la gente sin ser irrespetuoso o petulante. Yo estaba en el Fondo de Cultura Económica que es una librería de superficie que debe tener más o menos 70.000 títulos y más o menos 150.000 libros. Es gigante. La madriguera tiene 15.000 libros. Creo que pretender tener una librería así de grande, es hoy un absurdo. Usted tiene más de 150 proveedores, debe tener una nómina para comprarles, una nómina para pagarles, ¡una nómina para todo!, es insoportable. Yo veía que esa librería era enorme y rígida en su gestión. Luego fui librero con un señor llamado Santiago Figueroa, que era el dueño de Biblos, su socio mayoritario (finalmente se fue a Chile, de embajador, y quedó de dueño mayoritario la casa El Malpensante, que no logró hacerla funcionar.) Santiago Figueroa tenía una fortaleza y estaba en esto: la atención. Él le buscaba conversación a todo el mundo, como si estuviera en el club campestre: “Yo conocí a tu papá, a tu tío, a tu amigo”, le decía al visitante. Yo estaba casi siempre cerca de él y noté que las decisiones las tomaba el librero en el momento inmediato. El cliente estaba siempre muy cerca de la persona que tomaba las decisiones en la librería. Entonces, si llegaba un cliente con una inquietud y algún problema, ahí estaba él y lo solucionaba. En el Fondo de Cultura, no. Allá, por ejemplo, llegaba una senadora (no es que fuera una gran lectora, la senadora, pero era un cliente que compraba tres millones de pesos en libros, y había que atenderla bien, ¿no?; no es necesario que haya preferencia de algunos clientes sobre otros, pero es importante atenderlos bien a todos.) La senadora fue un día y compró una gran cantidad de libros. Al día siguiente volvió y pidió un bono por la mayoría de los que había comprado, porque no resultaron de su interés. Yo lo hice, hice el cambio, lo mandé a contabilidad. Entonces me llamaron de dirección: que cómo había hecho eso, que los bonos sólo eran para compras de veinte (¿libros?, ¿millones?), cincuenta o cien. Para mí lo importante es que ella -el cliente-, se fuera contenta, y que regresara a la librería. Y no pude hacerle el bono a la senadora. Esto tiene explicación: el tamaño de la librería requiere unas especificaciones que la hace inmanejable. Uno comprende, y sin embargo ese no es un servicio ideal. Lo que pasaba con otra librería en que trabajé es que si se presentaba un problema de estos, inmediatamente se solucionaba. A esa librería le ocurrió, después, que se organizó como una burocracia: el librero no podía tomar decisiones inmediatas porque cada decisión tenía que pasar a la subgerencia y luego a la gerencia, y eso no concordaba con una tienda de 30 metros cuadrados. No había cómo vender nada. Era un montón de muchachitos que no sabían qué hacer. Se hizo inmanejable. En las librerías independientes (el mote no lo puse yo, pero ahora les dicen así), las librerías pequeñas, como la mía, tienen esa cualidad. En la prensa las llamaron así, y mientras en la ciudad otras librerías se cerraban, la prensa celebró que se abriera una independiente. Entonces el director de la Librería Nacional se sintió aludido y mandó sendas cartas a Semana y Arcadia para  protestar y decir que él también era independiente. No sé si yo, por ejemplo, sea independiente; pero las decisiones de mi negocio están en mí. Si El Tiempo (cuando era de Planeta) sacaba al año la lista de los diez libros más vendidos y 8 eran de Planeta, y el primer vendedor del libro era la Librería Nacional, donde trabaja el papá (del editor de Planeta), hay mucho qué desear. Para mí, ahí, no hay independencia de ningún tipo. Si la lista de los 10 más vendidos sale en El Tiempo, que es (era) de Planeta y coincide con los 10 más vendidos de la Librería Nacional, que es una de las cadenas de librerías -ambas regentadas por los mismos familiares-, no pongo en duda que sea de lo más vendido en la librería, sino que pongo en duda su independencia. Tal vez el libro más vendido sea el de Víctor Carranza, sí, pero eso no representa nada para la diversidad.
Con los libros más vendidos de las editoriales independientes encuentra usted esto: variedad.  Es como si una revista tipo Arcadia o El Librero (El librero hace publirreportajes, no crítica) publicaran una reseña atacando un libro de pequeña editorial, del que nadie se va a enterar... Eso sería como hacer Bullying. Los enfoques de mi librería son: no solemnidad, independencia y que sea manejable.

Para el regente de El árbol de tinta, librería situada en el Centro Cultural del Libro (Centro de Bogotá), hay algo definitivo que no se debe hacer para montar una librería:

Librero / El árbol de tinta: 
“Aquí hay gente –libreros- que ni siquiera lee y tiene plata. Son inmensamente ricos. Pero si a usted no le gustan los libros, ni se asome. Son ricos, con plata que consiguieron vendiendo libros, y nunca leen. Eso no es ser un buen librero.

¿Cuál es la clave de la relación entre el librero y los compradores?

El árbol de tinta: No hay clave. Lo que pasa es que si yo no te conozco a ti ¿cómo voy a ofrecerte un libro? Hay gustos de gustos. Hay gente que no le gusta que la toquen; les gusta que le dejen quieta. Y hay otros que se sientan aquí y si no les muestro, no compran nada. Otros son de listas. Hay gente que les gusta encontrar. Hay gente que le gusta que le busquen. La mayoría de los que vienen aquí les gusta encontrar. Porque como es una librería tan pequeña no tiene objeto que se les busque. Entonces mi trabajo es encontrar libros bonitos, curiosos y útiles.

Comentario de compradora: Yo estoy buscando a Eudora Welty, por si acaso: La hija del bandido.

El árbol de tinta: Ah, Siruela. Listo.

¿Cómo selecciona un librero su catálogo?

El árbol de tinta: Lo selecciona la gente. La librería se configura con la conversación con el comprador: aquí está Eudora Welty porque la muchacha un día preguntó por ella. A mí me gusta leer. Busco a Eudora, y si me gusta, traigo el libro. Punto. Además los libros tienen un rasgo: uno lleva a otro. Y eso permite que lleves al lector a ese otro libro que no sabía que podría gustarle: ese otro, que antes ni siquiera le interesaba, pero que sabes que lo empieza a leer y dice, sí claro, me lo llevo. La clave es ir un paso más adelante de donde camina la gente. Si no lo hago, no como. Si no como, me toca cerrar. Hay que tener las cosas que quieren los lectores, pero también aprender a mostrar las cosas que no han sabido ver.

¿Los índices de lectura de hoy se ciñen o se riñen con la realidad?

El árbol de tinta: Se riñen, porque dicen que vamos de libro a libro y medio, per cápita. Pero eso se da porque la gente que compra libros en Colombia no compra uno: compra montones. Muchos libros. Tantos libros, como para que aparezca uno y medio per cápita. Son pocas las personas que leen y menos las que compran los libros. Los pocos que compran, compran en demasía. Son descarados. Se llevan de a docena. Al mes. Veinte. Leen todas las noches. Y no se han separado de la mujer. El divorcio no tiene nada que ver con eso.

Y el rankin de más vendidos, como Crepúsculo y Harry Potter y esas manufacturas literarias ¿son consumos conducidos?

El árbol de tinta: La gente lee lo que está en las vitrinas de las librerías. Los índices están basados en indicadores que recogen periódicos como El Tiempo, que encuesta a la Librería Nacional. Y hasta donde sé, esa es una de las pocas librerías que cobra vitrinaje. Es una medida común en Argentina, y en España, pero no aquí. ¿No sé si conozca cómo funciona? Cuando llegan novedades, ellos cobran a la editorial por el derecho a estar en vitrina, y por el tiempo que dure esa exhibición de sus libros. Se parte de un supuesto: si eres una librería muy importante, entonces, lo que exhibas, se vende. Así que cobras por el uso de la vidriera que da a la calle. Eso, creo, lo pagan con libros, no en dinero: lo pagan con ejemplares que son gratuitos.

¿Cuál es el modelo de librería ideal?

El árbol de tinta: Yo trabajé en una librería grande: cien mil volúmenes. El único que sabía donde estaba un libro era el librero. Yo, de aprendiz, podría ubicar en el espacio, y por temas afines, cuarentamil títulos, digamos, pero no podía identificar dónde estaba el resto. Una librería así de grande se vuelve impersonal. Y si usted quiere ejercer como librero real, no simplemente como comerciante, algo que no debe hacer es: desligar la librería de la gente que trabaja en ella.

Las dos perspectivas de libreros coinciden en algunos puntos, y se rechazan en otros. Coinciden en que la relación con el lector es necesaria, y en que la gran vitrina es inmanejable. Coinciden en que falta gremio: no hay cómo ponerse de acuerdo para exigir precios fijos a las editoras colosales, ni derogar el iva al libro, mientras el gremio no tenga peso y decisión. Coinciden en que los importadores son héroes anónimos: Carlos Rangel,  distribuidor de Promolibros. “Un señor gordito, morenito, que parece insignificante” pero que trae a Colombia Libros de el Asteroide, Editorial Minúscula, Editorial Periférica, editoras extranjeras que son tan exquisitas y raras y cuyos compradores tan escasos que sólo puede traer 10 ejemplares que son los que se venderán. La distribuidora Stella Macías, de Penta, que importa Acantilado y que asumió la distribución Anagrama, porque la distribución de Anagrama por Plaza y Janés era lamentable. Mauricio Velázquez, gerente de Libro Universal que importa Editorial Navona y Ático de los libros: alguna vez fue el comercial de Círculo de lectores cuando círculo traía Anagrama y Gutemberg. Vendedores legendarios como un tal Rafa Nieto, excepción a la regla del vendedor editorial: culto y lector.
No están de acuerdo en por qué hacer de la librería un espacio cultural y la articulación con internet y redes sociales.

El árbol de tinta: Las librerías se han vuelto autoservicios, que son simples negocios. Y negocio tienen que ser, pero no un negocio como cualquier otro. Malas son las librerías que ponen café: la gente ni se toma el café, ni compra el libro. Otros ejemplos de librerías condenadas: las librerías que aspiran a ser centros culturales, donde los autores deben hacer lecturas públicas y show, asuntos que corresponden al editor. La librerías titán: grandes bodegas con cinco mil novedades al mes, doscientos mil en bodega; esas por naturaleza rechazan al lector, lo hacen sentir ignorante. La librería de referencia, especializada en temas, como la Lerner, que será suplantada por internet, que es más rápido, personalizado y eficaz para las búsquedas y localizaciones. Y las librerías en cadena, que suplantarán los monopolios: el Centro Comercial. Pero no se preocupe: la aventura del libro es más importante que el libro mismo.

La madriguera del conejo: Le apostamos, en ese modelo de nueva librería, a hacer un esfuerzo por  la divulgación y la programación cultural. Eso se hace gratis, y lo hacemos, porque está en las nuevas dinámicas de lo que debe ser una librería: una librería ya no es solamente una vitrina de libros. Eso es aburrido. Chévere hacer algo cultural. Al menos si a uno le interesa la cultura y la gente, y la gente que está vinculada con la cultura. Una librería es un negocio financieramente malo. Alguna gente dice: en Colombia somos yonosecuántos, pero no podemos comprar libros porque son muy caros. Y uno dice: ey, no será que en Colombia el salario es muy bajito y por eso no todos pueden comprar libros… ¿Por qué la culpa tiene que ser de la librería? Uno de los malentendidos que hay, y que no todos comprenden, es que las librerías no son las que ponen el precio de los libros, sino los proveedores. Para eso hay que saber un poco del precio del libro: el libro vale cien pesos. Esos cien son el PVP (precio de venta al público). De esto, las librerías se quedan entre 30-40 pesos. Si se trata de la Librería Nacional, se queda entre 45-55-60 pesos. Es Bullying, también, ¿o no?  La Librería Nacional se ampara en su capacidad de compra para poder negociar mejores precios con las editoriales. Y al revés, también: las editoriales nos dicen: ve, yo no le puedo dejar a tanto el libro a usted, pero ante la gran cadena de librerías, se arrodillan… “¿Cuánto quiere pagarnos, señor?” Es más o menos así… Y están el distribuidor, que se queda con 20-25 pesos y el editor (a veces es el mismo distribuidor) y se gana los otros 40 (con el cuarenta paga el tiraje, paga al autor, paga todo lo demás y tiene que hacer ganancia). El que haga un libro tiene que ganar al menos 20 de los 100 que va acostar al final. Esta partecita (los 30) es con lo que contamos los libreros. Alguien va a un restaurante y se compra una hamburguesa y paga 40.000 pesos, con IVA, pero llega a la librería y pide descuento por un libro de 25.000. No entienden que con esta partecita hay que pagar el arriendo. Yo no sé si deba decir esto, pero me vale güevo: yo pago cinco millones de pesos de arriendo del local donde está la librería, y para que el negocio funcione, debo vender quince millones de pesos, mínimos, al mes. De ahí sale la nómina, los servicios, el sistema de gestión que debe actualizarse, la tienda virtual. A mí el sistema de facturación (software)  y la tienda me costaron 15 millones de pesos. Y hay que capitalizarlo, pero en 4 años el software no me sirve para nada. La librería que yo tengo tiene 15 socios. Ellos no reciben ni exigen utilidades. Creamos una librería por un fin altruista: nos gustan los libros. Los verdaderos dueños de la librería son los empleados, que son los que reciben algún sueldo. Punto. La librería podría ser negocio si a los libreros nos dejaran la venta institucional: si nos dejaran ir a vender a las universidades y a los colegios, o dejar que ellos vinieran a comprarnos a nosotros. Al editor se los comprarían a través de nosotros. Pero pasa que algunos editores, preguntan a otros vendedores: “usted vende tal libro, ¿cierto?” “Sí.” “¿Cuánto le pagan?” “Tanto.” “Vea, yo se lo dejo a tanto.” Y el margen es inferior a lo que nos los venden a nosotros. Así se acaba la librería.  Este negocio de librerías es muy raro. Aquí el producto se deja en consignación. Al final del mes se reporta cuánto fue vendido y se paga al proveedor sobre esa venta. Si soy la Librería Nacional puedo facturar a 120 días, claro. Durante todo el año, el librero se va colgando. Le debe a todo el mundo, pero llega diciembre y vende y le paga a todo el mundo y quedamos felices. Las instituciones educativas podrían apadrinar una librería: comprarles los libros. La librería le diría a todo el mundo que esa institución es lo máximo. Pero no. Y bueno, esa es la cadena del libro. Todas las estancias valen, por eso un libro no vale solo los 20 que cuesta producirlo. Venderlo cuesta el resto. Hoy el papel del librero se ha replanteado: hay que conocer al cliente, hay que volver la labor prescriptiva, saber lo que se está editando, lo que contienen los libros. Hoy se vende todo lo que se ponga de Sandor Marai en Colombia, pero esto empezó en las librerías chiquitas que es donde iba la gente que leyó el libro y lo recomendaba. Hace poco me llamó una librera de una independiente y me dijo X proveedor le quitó las consignaciones. Eso es un error: porque a esa librería es donde va la gente que genera opinión cultural en las revistas. Aunque venda poco, ese poquito que venden, es el que mueve la opinión de otros para que se compren el libro. Para un editor, el espacio ideal es la librería independiente. Si usted va a una gran plataforma, a no ser que conozca directamente al librero jefe, nadie va a saber donde está el libro de Emma Reyes que salió en Laguna Libros. Si va a la independiente, allá sí van a tener claro quién es, y es probable que lo tengan exhibido y  que le hablen del mismo y le digan que es buenísimo. Hay una relación cercana con todo el sector editor independiente.”

El árbol de tinta, está ubicada en un sector de librerías de nuevos y usados en el centro de Bogotá y nunca ha sido mencionada en los suplementos literarios.

Madriguera del conejo, está ubicada en una zona exclusiva del Norte de Bogotá y es hoy la recomendada por los intelectuales que escriben en la prensa cultural.

La ciudad con más librerías del país está zonificada y estratificada. Las librerías se sitúan por corredores estratégicos: sectores universitarios (Teusaquillo y calle 45, entre Universidad Javeriana y Universidad Nacional), sectores de alto consumo (Chapinero y Zona G, al Norte de Bogotá), sectores de flujo mixto (Centro de la ciudad, centros comerciales y centro internacional). Usme, una localidad de Bogotá donde se aglutinan casi tres millones de habitantes, no cuenta con corredores de librerías. ¿Por qué? ¿Por el bajo poder adquisitivo de sus habitantes? El centro internacional de Bogotá (centro internacional y norte de Bogotá) mueve en un día tanto dinero como el producto interno bruto de Paraguay en un año. El sur solo cuenta con megabibliotecas.
El país también está estratificado: Medellín, Cartagena y Cali son ciudades que tienen corredores de librerías. Bucaramanga, al oriente y el eje Pereira, Armenia y Palmira, ciudades universitarias, quedan a la zaga.

¿Es el modelo de librería o el librero el que hace a una librería? ¿Son las novedades o la selección del catálogo? Son preguntas que quedan en el aire para un futuro en que la transformación del canal para la distribución y venta del libro quede alterada, por internet. Aun puede subsistir el gremio, mientras las TICS (tecnologías de la información) impulsadas por el libre comercio y las multinacionales de servicios tarden en impactar todos los sectores, y mientras las editoriales sigan el modelo tradicional y traduciendo, y los distribuidores importando (porque la edición colombiana no contempla traducciones propias ni producción autónoma sostenible). Y aun el mercado de libros digitales no hace parte (como negocio) de la industria editorial en español. Para algunos autores, muy poco en Colombia, internet se ha ido convirtiendo en una alternativa que corta la cadena del libro como tradicionalmente estaba planteada: autor-agente-editor-comprador-lector. ¿Cómo puede comenzar el mercado latinoamericano de libros digitales? Y en ese mundo: ¿donde quedará entonces la librería?

(Continúa...)

***Censo de librerías en América Latina, Cerlalc

http://www.cerlalc.org/secciones/publicaciones/boletin_red_de_librerias/boletin_17/estadisticas.htm

Estadísticas del libro en Colombia 2010, Cámara colombiana del libro:

http://licitaciones.camlibro.com.co/boletin/Estadisticas%202010/Estadisticas%202010.pdf

Hábitos de lectura en Colombia, 2006

http://www.cerlalc.org/redplanes/boletin_redplanes2/imagenes/documentos/3_Habitos_lectura_Fedesarrollo.pdf

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