Libros de 2015

diciembre 30, 2015


Lecturas de 2015 en Revista Corónica
Lecturas raras de 2015 en El Espectador    

Un año sin novelas. Y la vida es posible, queridos. No podía concentrarme en largas distancias. Releí algunas cosas, pocas. Disfruté los cuentos de Welty (Cuentos completos, Mondadori) y los de Sam Shepard (El gran sueño del paraíso, Anagrama) los cuentos de Virgilio Piñera (Cuentos completos, Alfaguara). Las distancias cortas o muy cortas son las mejores cuando la atención y la pasión lectora avanzan por caminos divergentes. Los libros con imágenes resuelven muchos problemas de atención al crear referencias visuales y linguísticas. Leí la biografía de Camilo Torres en Cómic (para niños muy inteligentes y muy rebeldes), con dibujos de Carlos Lima y prólogo de Gustavo Pérez Ramírez. Y la Historia gráfica de la lucha por la tierra en la costa editada por el Centro de Memoria Histórica, dibujos de Ulianov Charlaka. Leí la poesía de Angel Escobar, que desafía la lógica al saltarse las categorías de los sustantivos y adjetivos y el orden lógico de la frase se convierte en orden musical. La poesía de Lee Masters (Antología de Spoon river) sigue siendo una escuela de condensación dramática. La poesía de Nellie Campobello, que pone a la elipsis al servicio de un dolor difícil de entender: el sentirse no querido. Leí algo muy bueno de Castaneda, mejor que cualquier cosa que haya leído de ciencia ficción: Segundo anillo de poder. Disfruté hace poco Dos libros de Félix Romeo: Amarillo y Noche de los enamorados, sendos homenajes a amigos o seres que tropezó en la vida, en la cárcel. La biblioteca física aumentó con muchas novedades de autores colombianos de los que no tenía noticias. Leí un volumen de cuentos de David Betancurt, Ataques de risa, y el poemario Barrio Blues de J. J. Junieles que me pareció un libro hermoso. Leí un inédito, Caracaos de Larry Mejía, que narra otra aventura de un beat contemporáneo por la guachapanga de Caracas chavista. La biblioteca electrónica empezó a retroceder. A ser deshuesada, reducida a lo esencial, y a ser leída constantemente. Solo extraño en los libros electrónicos lo que guardamos entre las páginas del libro en papel, un tiquete de teatro, una carta con dos caras romanas, una envoltura de chocolatina jet refuerza la memoria de lo leído. Leí Dora Brunder, indigna de un Premio Nobel. Leí a Munro, novelas de amor de veinte páginas: Mi vida querida. Leí ensayos de amor para intentar un alegato contra la novela romántica y sus aberraciones: La llama doble de la vida, Paz. El amor, Stendhal. Amor líquido, Bauman (incapaz de llegar al final). Leí varios libros del budista Deshimaru, sobre práctica del zen. Releí autores colombianos muertos antes que sus cuentos se me olviden: Vargas Osorio (Vidas menores), Invenciones y artificios de Pedro Gómez Valderrama. Leí un libro extraño porque estaba averiguando sobre Dioses domésticos y quería saber algo de Jose Gregorio Hernández en Venezuela: Baroni, un viaje, es la historia que Sergio Chejfec dedica a la artista Baroni y al santoral del país vecino. Un libro extraño, arduo, desquiciadamente descriptivo. Al otro lado del río y entre los árboles es lo peor que leí de Hemingway, da la impresión que el drama de las muchachas de 17 es querer dormir y el de los veteranos de guerra: que están derrotados en la virilidad. Del color de la leche, de Leyshon: bello título, pero encimó un libro, que además se prolonga muchas páginas donde no hay escenas, tratando de situarnos en una época que no es la nuestra y de la que no quiere dar coordenadas. ¿Si el drama humano basta para qué situar una historia en un tiempo remoto entonces? Me recomendaron los poemas en prosa de Pedro Juan Gutiérrez y los leí fascinado por el tono, por la voz narrativa, por sus enfoques (Arrastrando hojas secas a la oscuridad). Me prometieron El libro de jade de Judith Gautier, pero solo leí algunos poemas de la parte de los enamorados, tradición china. Me muero de ganas por leer las otras partes, querida. Leí Zizek, El año que soñamos peligrosamente. Leí a Vaneigem, Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, pero creo que esas jóvenes generaciones solo aprenden a vivir cuando están en la edad provecta (inconcluso). Leí Pájaro pintado, de Kosinki, por recomendación del librero Alejandro Torres y es formidable. Lástima no haberlo leído antes o me hubiera ayudado a resolver problemas que tuve con una novela que consistía en ver el mundo a través de los ojos de un niño que ignora estar al borde del fin de la infancia. Cierro el año con dos apuestas: El hombre rebelde, porque me propuse un reto faraónico: leer todo Camus. Pero no me lo tomo tan a pecho, interrumpo, brindo, paseo, salto a otros libros, regreso. Por ejemplo a Nocilla dream, porque me lo recomendó un lector voraz en quien confío y ya me entraron ganas y empecé y me recuerda a Shepard (así que va bien). La otra apuesta: Muy lejos de casa, de Bowles, traducción de Rey Rosa. Todo irá bien en 2016. Lindo número. Es un privilegio que vivamos en ese año. ¿Qué harían ustedes o qué leerían si esta navidad fuera la de 1948 o la de 1970?

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