La pasión de contar, Juan José Hoyos

septiembre 21, 2010

La hipótesis de Juan José Hoyos es temeraria: los escritores de no ficción, cronistas y reporteros, han logrado retratar a Colombia mejor que los escritores de literatura. Lo complicado de decir algo así es que hay que llevar las pruebas en el bolsillo para poder esgrimirlas cuando los escritores repliquemos que simplemente la literatura no busca retratar la execrable realidad. Juan José Hoyos hizo la declaración temeraria y puso las cartas sobre la mesa: La pasión de contar. Creo, ante la evidencia que plantea este libro, que a los escritores de ficción sólo nos queda rendir las armas de la realidad y reclamar el ensueño, lo ambiguo, la sublimación. Este mamotreto es ya un clásico del periodismo. Quisiera ser hiperbólico. Quisiera decir que un clásico del periodismo latinoamericano, si no fuera porque las noticias de que habla ya han pasado a los dominios de la ficción y si no fuera porque en cada país de América siguen escondidas las mejores plumas en las hemerotecas. Diré: un clásico del periodismo colombiano. Pero lo que quiero decir es otra cosa: un libro de la cultura, inspirado por ese diosito cruel llamado vida real, una obra colectiva, como la quiso Borges en Uqbar, una suma, como la Biblia. Hay, en sus mil páginas, 115 autores que narran la vida en Colombia desde 1638 hasta el año 2000. Lo sobrecogedor y revolucionario es descubrir, a estas alturas utramediáticas, que nuestro equivalente de Truman Capote nació en Medellín en 1840: un abogado y periodista diletante que se dio a la tarea de reconstruir con las técnicas del new journalism de 1960, pero en 1874, el espeluznante crimen de Aguacatal: una familia masacrada sin razón aparente y un (os) asesino (s) impecable (s) que no dejaban huella. El autor: Francisco de Paula Muñoz. Pero eso no es nada: el equivalente de Rodolfo Walsh sigue siendo el anónimo que narró 13 de febrero, la investigación de un atentado al general Rafael Reyes cuando era presidente de Colombia y lo tirotearon en un paseo con su hija. Tal vez el anónimo autor sea el propio Reyes. Y eso no es nada: nuestra princesita rojinegra del periodismo caudillista, nuestra Larisa Reisner, es María Martínez de Nisser, la esposa de un alemán que viste pantalones, se rapa el pelo y empuña la escopeta para ir a rescatar a su alemán en la primera guerra civil, la de los supremos, en 1842 , Antioquia, y deja sus memorias de guerra en un diario.
Llevo quince días fascinado con este libro que no se deja dominar por su grosor. Aprovecho cada bache de la rutina diaria para leerme diez reportajes. La impresión general que me ha quedado es que el buen reportero se distingue por el lugar al que dirige la mirada. Como Felipe Gonzales Toledo, que fue capaz de encontrar el cadáver del asesino de Gaitán en las toneladas de carne humana del bogotazo porque se dio cuenta que cuando los estaban linchando le habían amarrado dos corbatas al cuello para arrastrarlo. Gonzales Toledo dedica sus cuatro páginas al poder de observación de un sacamuelas que en tiempos de la colonia descubre el crimen de un cura por la asociación entre un colmillo bicúspide y el trozo de tela rasgado en el vestido de la muerta. Por el poder de observación de Rafael Maya nos enteramos que Vargas Vila usaba un anillo obsceno como el caparazón de un escarabajo, igual que un patriarca, y es asombroso el modo en que ese detalle se convierte en un rasgo que humaniza la figura soberbia de Vargas Vila y lo revive en toda su magnífica vanagloria, atorrante, insolente, vano, como lo vio e ironizó Borges cuando leyó el reportaje y dijo que el único roce de Vargas Vila con la literatura fue cuando dijo que a Santos Chocano no le dieron la oportunidad los dioses de deshonrar al patíbulo muriendo en él. Por el ojo avizor de José Antonio Osorio Lizarazo sabemos que los bolsillos del general Esteban Huertas estaban vacíos y que no lo saludaba nadie, y de paso, comprendemos la desgracia del héroe nacional panameño que habla de una gloria que nadie le dispensa. Por el radar interno de Samper Pizano sabemos que Obregón y Álvaro Cepeda nunca decían para donde iban. Por Diego Mejía identificamos a Luis Tejada con un hedonista que tenía el ideal más alto de la vida en ser feliz, y la felicidad se reducía a estar todo el día tendido en una cama, leyendo y fumando y refumando una pipa apagada. Por Alfonso Fuenmayor sabemos la trampa del destino que trajo al sabio Catalán Ramón Vinyes a Barranquilla para convertirlo en un personaje de Cien años de soledad: “llegué a Colombia huyendo de la literatura”. Gonzalo Arango convierte a un atleta en un filósofo griego, y su extraordinario olfato de muertodehambre ambienta la casa con ráfagas de carne frita. ¿Cómo observar? ¿Cómo romper las narraciones planas? ¿Cómo se fusionan los géneros (entrevista, crónica, editorial, perfil) en el reportaje moderno, y cómo, en Colombia, ya se hacía reportaje moderno antes del buen viejo nuevo periodismo americano? Todo está teorizado y demostrado en este libro. La larga introducción que hace Juan José Hoyos es una cátedra de periodismo, además de una provocadora invitación a zambullirse sin contratiempo en sus mil páginas. La semblanza de Gonzalo Arango es magistral. Adoro a este tipo. De haberlo conocido, me habría convertido a su fe, o le habría metido un tiro, sin escrúpulos. Pero el perfil de José Joaquín Jiménez, alias Ximénez, el cronista que no sabía dónde acababa la realidad y la ficción y se inventaba las crónicas, o las mejoraba, poniéndo poemas anónimos en los bolsillos a los suicidas de El Tequendama hasta que decidió suicidar al poeta desconocido, bajó por las laderas del salto y pescó la neumonía que iba a matarlo, esa semblanza lo humaniza con magnífico cinismo. Lo único que se puede objetar al libro son los olvidos, o las exclusiones obligadas, como en toda antología. Dos textos que hubieran elevado la selección es El Chimbilá de Alfredo Molano, y El cura guerrillero de Joe Broederik, dos clásicos de clásicos. Lo triste, finalmente, es la edición: papel bond y tapas de cartón para un libro de mil hojas indómitas. Y el garrafla: a mi ejemplar y al de otra compradora le faltan 15 páginas (714-729), aunque me puse en contacto y los editores niegan que el defecto sea de toda la edición y tenga la opción de remplazarlo, no dejo de preguntar: ¿hay algo más infame que un libro brillante mal editado?
Sí: un libro malo, bien editado.
Pero el sólo gesto de publicar esta maravilla, los redime.

La pasión de contar (El periodismo Narrativo en Colombia 1638-2000)
Juan José Hoyos (Estudio preliminar y selección)
Editorial Universidad de Antioquia- Hombre Nuevo Editores
Año: 2009
Páginas: 968 (menos 15)

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