Retratos en un mar de mentiras

junio 22, 2011


La dama, la actriz (pelo en cerquillo sobre la frente, mirada caprichosa donde se requería la mirada vacía de los alienados), y  el actor, un fotógrafo-conductor excedido en mohines y dichos populares que debe sostener toda la trama (un actor con menos pericia se hunde con diálogos tan artificiosos). Ella muda. Él elocuente. Contraste histriónico, vívido, pero ahogado por la inoperancia de escenas que no acumulan información, que se han puesto para rellenar el vacío entre dos clímax (la muerte del ¿abuelo? de la niña, y el intento por recuperar la tierra perdida ¿del tío-abuelo? del fotógrafo.)
La historia: Una pareja de ¿primos? (él fotógrafo, ella huérfana) parte desde una barriada bogotana a reclamar las tierras arrebatadas a sus padres en un rincón de Colombia, al norte, junto al mar, mientras en su recorrido recrean con escenas triviales la esencia del ser colombiano, y la exacerbación del paisaje. El 80% del film es comedia y el 20% tragedia, lo que nos da un 100% melodrama en el que A) se reivindica la idiosincrasia nacional B) se denuncia la sempiterna injusticia de tierras expropiadas a sangre y fuego y C) la violencia se impone una vez más sobre el amor. Colombia “profunda” (léase desigual) queda retratada en sus paisajes, en sus carreteras militarizadas, en su violencia cíclica, en su chovinismo, en su estereotipos sociales, y en su  precariedad fílmica.
Tres escenas destacaré: Fotógrafo y huérfana almuerzan ante una cascada de aguas pulverulentas donde dos campesinos asierran el último árbol. El fotógrafo exclama: “A pesar de nuestros intentos por joderlo este país es un buen vividero”.  ¿Conocen la expresión? Yo la he oído en otras variantes semánticas: al final de un noticiero de televisión en el que se promocionaba el turismo bajo el lema “vive Colombia viaja por ella” y en caravanas custodiadas por tanques de guerra luego de mostrar seis notas sobre violencia extrema al inicio del mismo noticiero. Otra escena: Arribo al pueblo de los desmanes y encuentro con lo sobrenatural. A alguien se le ocurrió que para expresar la hipersensibilidad y enfatizar el trauma de la protagonista (ella ve los fantasmas de los asesinados impunemente en lugares de matanza) que los cadáveres debían actuar. Ni siquiera como una visión fugaz (lección trivial instaurada por Hollywood), sino como irrupción de lo sobrenatural en el realismo imperante del film. Entonces el equipo de producción y la dirección de arte ha preparado unos muertos vivientes verdaderamente horripilantes que hablan y caminan y constituyen la primera incursión de Colombia en el género gore pos-neo-realista. En una película la espectacularidad del efecto debe estar respaldada por una pregunta simple a la que debe responder el gag: ¿Qué objeto tiene ese efecto en la historia?, o lo que es lo mismo: ¿se hace para enfatizar qué?; si la respuesta en este caso es “para enfatizar el cuadro sicótico que sufre la dama ante elementos que disparan su el trauma como sierras, fusiles, uniformes, paisajes”, mi comentario es: el realismo de la cinta invalida el truco. Y un truco que no es estético y que invalida la verosimilitud, está de más. Tercera escena: Hospital de caridad. En la que el fotógrafo herido (luego de infructuoso intento por reclamar tierras a mochacabezas) es llevado por su prima de urgencias, en un intento de salvarle la vida e impedir que la comedia se convierta  en drama. En ese hospital de caridad a la colombiana, en donde quien llega sano morirá por negligencia, el protagonista es dejado a su suerte, aun vivo, directamente en la morgue, donde asechan tres carroñeras. Sí. Sonreímos. Así es. Así pasa en la Colombia de la ley 100. Pero no siendo suficiente esta constatación, ante la protesta de la dama, un policía ingresará en la sala y abrirá fuego contra las aves alígeras, enfatizando así la capacidad que tenemos los colombianos de hacer esperpéntico lo que de por sí ya es grotesco.

Las tres escenas, al menos en mi criterio, permiten ver cómo el estereotipo del colombiano y "lo colombiano" se ha banalizado al punto más rastrero que consiste en insertar a personajes de extracción popular y presentarlos en escenas coloquiales como prototipos de la idiosincrasia nacional. Es el cliché que han fijado los consolidadores de la distorsión (Dago García, Trompetero y libretistas de televisión), pero del que no se han salvado ni directores que parecían serios como Sergio Cabrera (Golpe de estadio) y Felipe Aljure, (Colombia Dream). Algo de responsabilidad le compete también al gremio de actores. Los actores se estereotipan porque hacen trabajo de campo consultando vidas estereotipadas y actuaciones estereotipadas que buscan incorporar a su creación. El trasunto de Marina bien podemos hallarlo ¿alguien lo notó? en Magali Solier, la extraordinaria Madeinusa de Patricia Llosa.
Los estereotipos del “ser colombiano” y la “colombianidad” han sido instaurados por toda la cultura oficial de la plutocracia (películas financiadas por canales de televisión, que siguen siendo televisión en 35 mm) para elevar la moral de un pueblo humillado y ofendido que no reaccionará ante ninguna iniquidad. La comunidad artística elige y configura nuestros sueños nacionales (ver más en Mamet, Una profesión de putas). Esto aplica a algunos cineastas colombianos que enfatizan el estereotipo y lo volvieron cliché. Yo no sé si en esta película se pretende ironizar el cliché (la ironía aparece siempre en la relectura). Yo no sé si pretende denunciar, o pretende poner el dedo en la llaga de lo muy sabido: que hay pobreza, que hay hambre, que hay iniquidad y desplazamiento forzado. No sé si se hace con el fin de denunciar o mostrar los lastres. Lo que creo es que el camino más fácil de un artista (en cualquier campo) es decir eso: que hay desmanes, injusticia social. El artista debe plantearse una forma de decirlo tan extraordinariamente irónica, tan suficientemente yuxtapuesta, tan maravillosamente innovadora como para que la indignación que le motiva se transmita a su público. Los artistas deben mudar de códigos, pero hambre y vileza, odio y amor siguen siendo los mismos. Del verdadero arte esperaríamos que borrara esa ridícula ideología del miedo y la felicidad que han fabricado para un pueblo sumiso los oligos, los bufones de las élites; y no que el arte lo reafirme. Pero el cine sigue siendo monopolizado por las élites (con ley de promoción incluida).
En Retratos en un mar de mentiras se muestran los raseros de la inquina social sólo para regresar al olvido total, al estado natural de felicidad del colombiano que no se arredra ante la tragedia incesante, del colombiano que se deja despojar para desplazarse con su festiva resignación a las barriadas de las ciudades en espera de que el progreso llegue algún día (el último deseo del fotógrafo moribundo a su prima es que sonría.) Esto me hace pensar en un pasaje de Sartre en sus Carnets de guerra: que la condición necesaria para que un pueblo se rebele es que se le revele su condición de miseria y explotación como algo inherente, innato, de lo que no podrá salir sino con un giro radical. Mientras los pueblos envilecidos y oprobiados sigan pensando que su tragedia es pasajera, que el progreso está a la vuelta de la esquina, que el optimismo es lo último que se pierde, se le puede seguir explotando con gobiernos, estadísticas y leyes injustas.
Por suerte, la película acaba en desgracia, con una promesa de volver a intentarlo, con sangre que arrastra la espuma del mar. La violencia se impone siempre al amor y a la comedia.

Doblo la almohada y hago a mi contertulia la pregunta de marras.
¿Le gustó?, ¿o de qué se reía?
Me dice que pese a lo más abominable que tiene (muertos vivientes, disparos a chulos en un hospital, prolongación sentimental del trauma sicológico) hay que reconocerle algo: está hecha en un lenguaje de alta penetración popular, lo cual le permite hacer llegar su mensaje a los sectores menos favorecidos y familiarizados con el cine. Luego arguye: “El problemas es que los sectores populares van a decir, después que la vean: Pobrecitos, los desterró esa hijueputa guerrilla otra vez…’”
Tiene razón. Es dramatizado, no tragedia. Toda desgracia inexplicable oculta lo que sabemos de la realidad.
De Retratos en un mar de mentiras únicamente salvo los pisos térmicos de Colombia.

Director: Carlos Gaviria/ Género: Drama, Road Movie/ Duración: 1Hr 30 Min/ Reparto: Paola Baldion (Marina), Julian Román (Jairo), Edgardo Román (Nepomuceno), Indihira Serrano (Profesora), Ana María Arango (Esperanza), Julia Marín (Gladys)/ Producción: Erwin Goggel/ Música: Diana Hernández, Leonardo Gómez/ Edición: Carlos Gaviria/ Diseño de producción: Claudia Fischer/ País: Colombia/ Año: 2010

You Might Also Like

3 Deja un comentario

CONTACTAR

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

FANS

Autor

Maneki-Neco

Maneki-Neco