Memorias de un librero escritas por él mismo, Yánover
diciembre 06, 20117. Uno muy divertido (serie 30 libros)
Anne's Rock & Roll Loft House, NY |
Cuenta Yánover que en época de vacas flacas, cuando se moría de ganas por vender un libro en su librería, le espetaba al primer interesado: “Trata de una ninfómana que conoce a un pederasta y en medio de los horrores de la guerra se salvan el uno al otro gracias al amor.” Contar el argumento con cierto sensacionalismo era el mecanismo más efectivo y rastrero para vender un libro. Pero en época de vacas gordas Yánover jamás contaba un argumento. Cuando entraba a su librería una señora dubitativa preguntado por el Martín Fierro Yánover sacaba todas las ediciones disponibles aduciendo que, si la dama no compraba ninguna, al menos saldría de su negocio diciendo que allí las tenían todas. Confiesa que la campaña más sucia para vender libros durante un día de las madres se la propuso un gañán que tuvo de empleado en forma de pancarta: “Hasta la puta de su madre puede leer un libro”. Lo despidió. Devela que cuando el público lector pide un libro sobre sueños lo que en realidad está pidiendo es un libro sobre el sueño que tuvo anoche, es decir: “no a Freud, sino a San Cono.” Se pregunta por qué no hay librerías nocturnas: “¿no es la librería un servicio de urgencia? ¿Qué pasa si alas tres de la mañana necesito urgentemente un libro? ¿Un soneto boca a boca no puede salvar una vida?”. Dice que cuando publicó sus memorias de librero, Ernesto Sábato entró a la librería para preguntarle en broma, pero con toda la seriedad del mundo, cómo era un libro.
Yánover le contestó con la misma seriedad del mundo:
“-¿Ha visto usted alguna vez un ladrillo? Pues así. Un ladrillo de mil hojas, pero no de pasta o de dulce, sino de papel, y en cada una de ellas hay anotadas palabras que nos quieren decir cosas; si tenemos el oído atento, las escuchamos.
-Qué interesante-exclamó Sábato.”
Nota: La única garantía para que un librero tenga independencia y autoridad consiste en que sea el propietario del local (que no pague arriendos) y que su familia dependa de otros ingresos. En otras palabras que no pretenda enriquecerse, sino divertirse.
[Personajes] [pg 44-45]
El loco creía que todos se burlaban de él y trataba de ser ingenioso reservándose siempre la última palabra. No sabía francés y pronunciaba los nombres tal como estaban escritos. Un cliente lo interrogó: -¿Tiene el último de Maurois? -¿Usted dice Mauriac?-quiso saber el loco. -No, de Maurois. -Vea- se impacientó el loco- ¿de quién quiere usted: de Mauriac, Maurois o de Malraux? Porque hay tres.
[Qué hacer con los ladrones de libros] [pg 33]
Primeramente habría que dividirlos en dos grupos: los que hacen del robo su medio de vida y los que roban para leer. Con los primeros ninguna consideración; darles de palos, partirles la cabeza, garrotearlos, quitarles el dinero, el reloj, los zapatos y las medias y que se vayan de a pie, esos turcos. El único problema consiste en sorprenderlos, en darse cuenta de que te roban antes de que se hayan ido porque después que se han ido, ¡ay!, ya es tarde. Te sentís como un tonto, como si te hubieran tocado el culo. Rabioso y blasfemo, pero inútilmente. Hay que vigilar para crearles condiciones riesgosas, para que sepan que se ganarán un martillazo en la frente. Nada más se puede hacer y es bastante porque los novatos sólo con eso ya te van a evitar. El gremio es reducido y todos los ladrones se conocen. Si se sabe que en tal librería se puede robar, ahí van todos zumbando como abejas africanas. Además mandar a una cana a una persona que roba libros es una hijoputez cuando hay tanto chorro condecorado. La segunda categoría de ladrones también admite una subdivisión: los que roban porque necesitan el libro y no tienen dinero y los que lo hacen por comodidad. Hay una tercera, y es la de aquellos que necesitan robar un libro para sentirse aventureros o para probar sus nervios, y no sería raro que hasta fueran buenos compradores. En estos casos el librero no debe advertir el robo. El principio dice que no hay que dejar que nadie robe, pero si ves a un pobre robando las flores del mal o las soledades de Góngora, bueno, ché, qué se le va a hacer. Los deportistas roban libros que les gustan pero que no necesitan][ Está el que compra un libro económico y para mirar otro que quiere hacerte creer que le interesa, a poya el suyo sobre el que verdaderamente ha de llevarse y luego, sin darse cuenta, toma los dos y se retira][El que compra uno y sigue mirando otros hasta que el librero se despreocupa de él, total ya compró][ Hay quienes te roban un libro de alto precio y con el dinero obtenido con su venta te compran otros. Esos sí que son ladrones dostoiewskianos][
Memorias de un librero escritas por él mismo, Hector Yánover, Editor: Anaya-Mario Muchnik, 1994
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