Capote

mayo 28, 2013

[Casos]
8. El bloqueo creativo


“Capote ataca de nuevo” decía el intertítulo de la portada en la revista Esquire en febrero de 1976. En las páginas internas, la revista traía en exclusiva el segundo capítulo de Plegarias atendidas (Answered Prayers, Unspoiled Monsters), la última novela de Truman Capote, que él consideraba un proyecto genial, pero cuyo original nunca llegó a concluir o se extravió en el cruce de caminos que llevan de la desidia a la decepción y de allí a la frustración. Ahí sigue Capote, vestido de negro hasta los puños, gafas ahumadas y un tirabuzón de hoja plateada con empuñadura de marfil. La sonrisa oculta los dientes (en cuyo arreglo invertía un millón de dólares por entonces) pero sugiere aquel carácter sarcástico enfatizado por el sombrero levantado de la oreja izquierda que hace escora con prepotencia sobre el lado derecho de la cabeza. Ha engordado, pero sigue flotando sobre su diminuta estampa, el jugueteo y la provocación del mismo adolescente que apareció ocupando la cara interna de la portada de su primer libro, Otras Voces - Otros Ámbitos. No sabe que nunca será capaz de acabar ese libro. No sabe que en menos de diez años estará muerto. No sabe que la publicación por entregas de una novela en clave, un roman a clef, que satiriza, al relatar con infidencias y frivolidades, el mundo de los archimillonarios de Manhhatan será su canto del cisne y que nadie de su circuito de amigos personales va perdonárselo, que su última relación con un banquero casado está a la vuelta de la esquina y minará lo poco que le queda de tranquilidad, no sabe que la trampa del alcohol lo asedia después de cada té, que las terapias de desintoxicación con fármacos y reposo lo paralizarán, no sabe que ya nunca escribirá obras maestras, no sabe que morirá de una sobredosis, no sabe que su capacidad de crear grandes relatos a partir de episodios de la vida va en declive, no sabe que ser alcohólico y homosexual está poco relacionado con ser un genio.

Capote:
Al escribir reportajes uno se ocupa de la literalidad y las superficies, de la implicación sin el comentario. En el reportaje no se puede lograr las profundidades inmediatas que pueden lograrse en la literatura novelística. Sin embargo, una de las razones que me ha movido escribir reportajes es la de probar que podía aplicar mi estilo a las realidades del periodismo. Pero creo que mi método novelístico es igualmente objetivo: la actitud personal me hace perder el control literario. Tengo que agotar la emoción antes de sentirme lo suficientemente clínico para analizarla y proyectarla, y por lo que a mi refiere esa es una de las leyes de la adquisición de una verdadera técnica.
[Sobre el reportaje directo. Entrevista París Review página 320.]

Es por la aplicación de esta idea, ese pequeño hallazgo de su escritura (el periodismo objetivo), ese paréntesis en su obra, una obra literaria hecha con la técnica del reportaje impersonal que venía implementando en crónicas y semblanzas para revistas de farándula y moda y para el New Yorker y para sus novelas que juntaban experiencias de vida con historias oídas, poder de observación, descripción, contrapuntos, cruce de voces y distanciamientos del narrador, que Capote se hará un nombre en la literatura del siglo XX: A sangre fría, la historia del asesinato de la familia Clutter a manos de dos ex convictos en medio de una llanura del centro de Estados Unidos. Cinco años le lleva a Capote la investigación y redacción de esta obra en que se distancia de sus temas pueriles (la moda, el espectáculo, las celebridades), de su entorno natural (Manhhatan) y se traslada a Holcomb, el pueblito más cercano a la escena del crimen en cuyos habitantes, Sheriff y restaurantes de carretera aledaños encontrará una veta propia para urdir un coro de voces alrededor de un hecho traumático: la violencia injustificada. Capote entrevista a los dos asesinos, revisa y reconstruye los hechos esenciales que determinan las vidas y examina los posibles móviles del crimen atroz (un error de cálculo al que se le suma un desmán), reconstruye los perfiles de las víctimas (los Clutter, una familia común de agricultores cuyo único rasgo memorable será la muerte colectiva) esboza el impacto del hecho en la comunidad , estudia los alegatos, sintetiza los giros sorpresivos de la investigación policial, y hace el seguimiento de la noticia que al comienzo es un enigma, luego una persecución,  luego un juicio penal y moral y finalmente una ejecución legal que pone a la ley moderna al mismo nivel de la ley del talión: con el hierro que mates serás matado. Todos los demás libros de Capote son menores, algunos triviales. Resultan significativos, en la medida que abonan y alimentan y entrenan esa simbiosis de lenguaje, estilo y técnica que hizo posible aplicar su hipótesis narrativa a un tema esencial: el crimen de Hickock y Smith a la familia Clutter.

He leído, creo, todos los relatos de Truman Capote traducidos al español, un libro de observaciones, sus reportajes más conocidos, cuatro novelas y su correspondencia. He leído y releído pasajes memorables como la nota anecdótica sobre esa isla griega en que las ratas se comieron a un inválido (Color local), he releído una secuela de A sangre fría (aquel reportaje inconcluso sobre un asesino en serie que deja a sus víctimas un féretro tallado a mano), he leído su relato de perseguidor a Marlon Brando en aquel hotel japonés para entender cómo mantiene dos estructuras paralelas (la descripción del ambiente y cómo dosifica las especulaciones personales con las preguntas de una entrevista trivial), he releído el prólogo y manifiesto estético de Música para camaleones, el perfil más raro del mundo que dedicó a la biografía de un cuervo llamado Lola (y que su editor se negó a publicar por considerarlo agorero pero que demuestra que un proceso de investigación periodística puede aplicarse a la autobiografía o a la semblanza de un pájaro). He releído la descripción luminosa del pueblo a comienzo de A sangre fría y he vuelto a releer uno de los capítulos de Plegarias atendidas y aun así me pregunto ¿cómo pudo fracasar de esa forma? Después de A sangre fría, todo es descendente en Truman Capote. Música para camaleones, su mejor antología, se publicó después de A sangre fría, pero es una compilación de textos sueltos que fue publicando en revistas varias, pero ninguno resulta un trabajo de largo aliento, ni se volcó a ellos ni requirió los años de concepción, efusión, concentración, dedicación disciplinada ni acervo de material que tuvo con A sangre fría. El milagro no se repitió. Ante un bloqueo tan apoteósico como apoteósico fue el alzamiento en la carrera temprana de Capote, me intriga esto: ¿Es posible que la imaginación literaria se atrofie? ¿Existe la crisis creativa? ¿Cómo se llega a ella? ¿Qué factores la convocan? ¿Cómo es posible que alguien que llega a desarrollar un nivel de maestría en algún área del pensamiento creativo caiga al abismo? ¿Cuál es el motor de la creación literaria? ¿Cuál es el mecanismo que hace posible que el interés por un arte decaiga en el creador? ¿Qué hace posible que un escritor que haya desarrollado una técnica la pierda y entre en el temido bloqueo del escritor?

En una carta dirigida a Alvin Dewey III desde suiza el 22 de marzo de 1965 Truman Capote le da uno de los últimos consejos literarios que se permitió darle a un aprendiz de escritor en vida. Llevaban varios meses carteándose, desde que el padre de Alvin (llamado también Alvin Dewey) en el proceso de investigación para A sangre fría se convirtió en una fuente primordial y en amigo entrañable de Capote. Alvin Dewey II era el director de Kansas Bureau of Investigaciones que se encargaría de investigar el asesinato de los Clutter. Dewey fue el policía encargado de llevar a los asesinos apresados en Las Vegas y trasportarlos a Garden City y acabó convertido en personaje fundamental del libro. Antes de acabar la redacción de A sangre fría, Capote se convirtió en tutor del hijo del investigador, Alvin Dewey III, para ayudarle a organizar un libro de esbozos (memorias) que se convertiría en un libro prologado por Capote. Esas cartas irresponsables permiten conocer algunos conceptos esenciales del arte narrativo de Capote y su preceptiva en el punto axial de su carrera como escritor.

Capote:
Verbier, Suiza [probablemente, 22 de marzo de 1965]
Querido Dewey,
De nuevo, creo que lo que has escrito está bien tomándolo solo frase por frase. Esta vez los personajes está desarrollados satisfactoriamente y la línea narrativa es más completa. Pero el concepto general está demasiado visto y el final es muy débil. Quizá, después de todo, fue llamado a filas y era uno de los que te enviaba postales groseras, ¿no? Sigue intentándolo: se puede necesitar cincuenta o cien relatos antes de que el estilo, el tema y la técnica queden amalgamados. Es como aprender a nadar.
Disculpa las prisas, pero salgo para Nueva York.
Besos [Colección de la Biblioteca pública de Nueva York]

Al comienzo ya se advierte una distinción fundamental de la escritura: se puede escribir correctamente una frase, o dos, o diez. Pero eso solo es escribir correctamente una frase indicativa, subjuntiva, interrogativa. La suma de frases correctas no resultan, al cabo, en un relato. Pasa a hablar de los personajes. ¿Qué quiere decir desarrollo? Que necesitan carácter y acciones, relevancia en la obra, dimensión en escenas. Habla de una línea narrativa, él que en A sangre fría logró juntar varias (la de la investigación policial, la del reportaje, la de los preparativos y la escena del crimen, la de los criminales, la de la familia masacrada, la del pueblo aledaño, la de los vecinos, la del juicio). Dice que ya tiene una completa. Ahora pasa a señalar un problema: necesita una elipsis, un ocultamiento del tema, para dosificar y dilatar la acción, interesar al lector, mantenerlo atento, llevarlo al final. Luego advierte que el final es débil, lo que podría significar que necesita uno mejor, concluyente, o llevar una parte intensa y desplazarla hasta el final. Acaba el comentario del borrador con un consejo: trabajo. Escribir un centenar de relatos es necesario para descubrir lo que significa un estilo, desarrollar una técnica y encontrar el tema correspondiente. Termina con una comparación deportiva: el escritor necesita entrenarse, como los nadadores.

Es, pues, una carta didáctica. Un punto de partida. Un escritor formado que se dirige a un aprendiz con ejemplos y consejos prácticos para instigarlo a seguir trabajando en su borrador, no para disuadirlo. A sangre fría está prácticamente terminada. Perry y Dick, los asesinos, serán ahorcados una semana después, la primera de abril de 1965. Capote había dilatado dos años la publicación de A sangre fría a la espera del cumplimiento de la condena. Aunque las líneas argumentales y el tema central estaban desarrollados, el hecho de ser parte del tema el seguimiento y desarrollo de un caso judicial y de tener por protagonistas a los criminales, publicar el libro sin que se haya resuelto la condena a muerte extendía un aura incompleta sobre una obra que Capote esperaba objetiva y redonda, por la codependencia que había entre la ficción documental con la realidad que reelaboraba por procedimientos literarios. Capote no buscaba lo verosímil, sino la veracidad, la verdad que puede tenerse en determinado momento sobre un hecho vivido y elevado a experiencia estética por los procedimientos y recursos literarios. Se había negado inicialmente a asistir a la ejecución de los dos condenados. Sin embargo, a una petición de Perry Smith (con quien Capote afianzó una relación de amistad y empatía durante la investigación del caso) Capote accedió a estar presente el día del ahorcamiento. La siguiente carta en el volumen de su correspondencia, está dirigida el 19 de abril de 1965 al fotógrafo Cecil Beaton. Aquí le cuenta Capote a su amigo que el libro está terminado:

Brooklyn, 19 de abril de 1965
Queridísimo Cecil,
Estos son tan solo unos garabatos apresurados (de todas formas, me debes una carta), pero quería decir a ti y a Kin que el caso está cerrado, y que mi libro saldrá el próximo enero. Perry y Dick fueron ejecutados el martes pasado. Lo presencié porque así lo quisieron ellos. Fue una experiencia horrible. Es algo de lo que nunca me recuperaré. Algún día te lo contaré, si es que puedes soportarlo.

Y así fue: nunca se recuperó. Estamos en la cima de la carrera de Capote. El libro será un éxito rotundo, de la crítica, de ventas, con adaptación cinematográfica y traducciones en todo el mundo. La novela será publicada por entregas en la revista The New Yorker. Con los royalties por los derechos de edición vendidos a Random House comprará un apartamento frente al edificio de las naciones unidas en Manhattan. Allí dará una fiesta a la que invita a las celebridades del cine y a los políticos influyentes y a la élite financiera y la llamará la fiesta del siglo. Es la cima de su carrera, pero al otro lado de esta cima, como saben los alpinistas que van a las cumbres más altas, no hay nada, solo el descenso. No volverá a escribir una obra maestra. No volverá a tener un tema ideal para aplicar su técnica narrativa. No volverá a publicar una obra completa distinta a compilaciones. Se alcoholizará. Probará con drogas. Probará con rehabilitaciones. Perderá las rutinas y los horarios, mientras transfiere sus horarios a otros efectos varios de la fama, reuniones, veladas, lecturas, fiesta, celebración, presentaciones. Perderá a la pareja que lo acompañó en el proceso de redacción de A sangre fría y se enrolará en una relación atormentada como amante de un banquero. Cazará discusiones acaloradas en la prensa y la televisión con colegas que son autores de éxito pero con obras que él considera menores. Dirá que aun no es un santo, pero que es un alcohólico, un homosexual y un genio, como si a ultranza la última fuera la consecuencia de las dos primeras definiciones. No es un hombre acabado sino catapultado a la fama, pero a partir de entonces y durante quince años se convertirá es un escritor que no escribe. ¿Qué pasó?

(Continúa)

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