El secreto de la fama, Gabriel Zaid

mayo 16, 2015



Gabriel Zaid, fantasmal ensayista mexicano, pone en duda las fantasías básicas que provoca la fama entre fanáticos, sanedrines y vacas consagradas. Lo hace con ejemplos contemporáneos (mecanismos actuales de sacralización) y con ejemplos lejanos: rastros bibliográficos de fama pasada que al ser deshuesados muestran la naturaleza sofisticada (a que ha llegado) el mecanismo sacralizador.
La fama no fue igual siempre, y no siempre aquel que consiguió la fama la consiguió por un don especial o por algo digno que haya hecho (los métodos indignos también crían fama). Y también hay hazañas inútiles (que merecen fama y no la consiguen), o fama que nunca se disfruta (porque es póstuma), o que la otorga y tergiversa otra época más superflua (ver fotos de Frida). Otra fantasía es que la fama dura para siempre, porque se puede conseguir fama en una época y perderla al morir, ya que la fama no tiene límites ni mínimos estimados de duración.
La fama es una construcción social imaginaria. La fama es una distorsión de la imagen personal  en artificio. La fama es una construcción mediática, es decir que está fabricada con las herramientas de propaganda de los medios comerciales, o de los medios no comerciales siempre de poder: la academia, la política, la religión, la industria.
Por eso cuando se juntan en la lista anual de personas influyentes a un actor con un político, a un millonario con una deportista, se está suplantando la opinión colectiva, se está buscando borrar las barreras de acción del pensamiento individual (libre albedrío) y unificando aún más el consenso con fines insospechados: aumentar el control de la masa humana, el consumo, las decisiones personales, y de paso magnificar y legitimar el poder de los que están detrás de la sacralización mediática.
La fama que buscan muchos seres humanos por todos los métodos, no se alcanza más que por algunos caminos. Método es camino, según la etimología. Esos caminos son los que examina Zaid en esta serie de ensayos. Métodos que han variado, que varían, con las edades de la humanidad, con el número de seres humanos que coexisten, con el control planetario del poder. Hoy participan en la cadena de sacralización de la fama intermediarios que hacen las veces de sacerdotes o comisarios o policías (investidos de garantes o peritos). Estos métodos de sacralizar se aplican a la industria (la moda, la cultura de élite, el entretenimiento, la política mundial, la academia del primer mundo) y pasan por varios estadios que Zaid resume al describir los métodos.

Los comisarios de la fama

El libro es una colección de ensayos aparecidos a lo largo de varios años en revistas mexicanas. A grandes rasgos (y con pocos estudios de caso), el método de la fama (literaria) se examina en principio con los indicios de famas antiguas. El sistema de citas y aforismos sirve de introducción y argumentación perfecta para el tema, porque alguna de las famas que nos llegan de hace milenios se reduce a una idea, a un verso o a una pequeña obra que se fue pasando de voz en voz hasta perderse el rastro de su versión original. Luego analiza uno de los métodos de sacralización actual en medios no comerciales: el sistema de citas entre pares académicos.
¿Cómo se sacraliza un pensamiento en la academia? A través de la cita, o del sistema de citaciones creado en el siglo XX en el seno de la academia gringa: la sacralización de las publicaciones indexadas. El sistema de consagración académica parece, a priori, perfecto: se consagra quien es reconocido por un par (nadie cuestiona al par), pero debe ser divulgado a través de órganos aprobados de difusión (revista indexada por la academia suprema, la norteamericana, o la francesa). Pocos cuestionan la autoridad suprema de esas publicaciones académicas y sus métodos y sus exclusiones y el poder hegemónico de control y censura y lucro que representan, y sus adefesios: los artículos “colectivos”, la evaluación por pares, el sistema de puntos de las publicaciones indexadas, el cementerio de las publicaciones académicas. Zaid recuerda que la indexación no fue un sistema creado por una decisión ex machina: se puede documentar la fecha de creación del sistema de acreditación de las revistas indexadas, se puede describir sus métodos, historiografiar  sus enclaves, el número de sus premios nobel, controvertir el efecto de los inventos o hallazgos que produjeron un avance científico o retroceso (pocos examinan el revés). El resultado de la exposición de Zaid muestra, cuestionando el revés del sistema de consagración, que se puede desbaratar todo el sistema de control académico con las paradojas que arroja la historia, el análisis de las consagraciones y el efecto de las mismas en la sociedad. El sanedrín de la academia contemporánea hace que una cita, el pretexto de la fama académica, consiga de forma paradójica el mismo objetivo que otras famas menos prestantes: convertir la fama en dinero, en escalafones salariales, en posicionamiento laboral por número de publicaciones, etc; y el lucro derivado a sus comisarios y padrinos, porque otro aspecto que omite quien sigue los dogmas de esa fe sin dios (la academia) es que el sistema de consagraciones académicas y la multiplicación de este tipo de “fama” tiene dueños y patrones (laboratorios, trasnacionales, farmacéuticas, gobiernos, desarrollos de sistema de información militar) que son los beneficiados directamente. También es controvertible sus límites y condicionamientos: la cita académica no puede ser verbal, sólo documentada; debe figurar a través de esos medios acreditados (manipulados por facultades universitarias, por la guerra de los laboratorios, por los gobiernos, por la élite), aprobada por un sistema de comisariato y de policía arbitrario (la academia norteamericana solo cita academia norteamericana, la francesa solo franceses); es decir: la academia es un sistema piramidal de poder supremo que consagra pero también excluye con métodos arbitrarios (todos susceptibles de ser cuestionados).
Luego pasa a examinar la pléyade literaria. ¿Qué ocurre con la cúspide de la consagración literaria, o "pléyade", panteón de los escritores laureados? ¿Quiénes merecen la edición de las obras completas? ¿Es posible que se viaje a la fama con esas pesadas maletas? No. Los archivos no son las obras. Las obras acabadas son las que merecen ser leídas. Pero el negocio hace que los editores y las viudas se lucren con los bocetos que hubieran avergonzado en vida a los autores. ¿Qué tipos de obras se editan hoy en el mundo? Aquí se detiene Zaid a examinar ese actual modo de sabotear el conocimiento que consiste en publicar todo en masa y pasar por lato la lectura de libros. El simulacro de la lectura como promoción de la cultura. Actividades sacralizadoras que se fueron sofisticando con el alcance de la prensa moderna: catapultar lo que no se conoce para vender. Crear una red de medios, de multimedia, para publicitar. Esta red de difusiones y ecos difunden conceptos fantasmales y muchas veces erróneos que inflan fama y prestigio de obras menores mientras salen de circulación obras valiosas. Publicar noticias de autores desconocidos pasados como estrellas, es un método de la fama literaria. Entrevistarlos en horarios de alta audiencia, es otro. Fijarlos en las tapas de los suplementos o páginas web de publicidad pasada como información, el más archiconocido. Hacer que la gente confunda la compra de un libro con la lectura, es uno de los peores efectos que casi nadie ve ni cuestiona. Hacer escenografías para la vida literaria urbana, o controlar el aparato de prensa cultural para tener noticias sobre la lectura, y no lecturas, para vender aunque no se lea lo vendido. Esto, en últimas, los métodos de la producción industrial de libros, desdibuja el papel del editor, como prescriptor por conocimiento de causa, y el papel del artista que participa de la sohotización de la literatura, y de los desfiles por las alfombra de la fama de las ferias multitudinarias, o de los eventos de alta cultura de élite pasados como eventos culturales. Zaid cuestiona los canales, métodos y objetivos de la manufactura editorial de los grandes “players”: buscan la masificación de la producción para cubrir todas las audiencias, editar todo, sobre todos los temas, para llegar a todos los potenciales compradores, de géneros o subgéneros, llenar las vitrinas y las tómbolas de las promociones, ocupar todos los espacios, porque el mundo de hoy es un gran supermercado con un solo dueño. ¿Quién llega a la pléyade así? Los que más venden.
Luego examina la economía del protagonismo: ¿qué ocurre cuando millones de seres anónimos escuchan de forma pasiva a los “protagonistas” de la fama? Que resulta el escenario perfecto, el altar y rito de investidura, porque cualquier cosa se puede vender con un consenso impuesto, con una participación pasiva del espectador. Esta es una aproximación a la estructura piramidal del poder que ya examinaron Marcuse y Lipovetsky y Benjamin, pero que aquí se analiza desde el efecto económico (Zaid es un poeta y ensayista que se ha ganado la vida como economista): el objetivo es reunir millones para venderles productos a los anunciantes. Lo que hace la televisión al comprar la transmisión exclusiva del mundial de fútbol, lo que hace Bavaria al patrocinar el campeonato nacional, lo que hace Ecopetrol en la Filbo, lo que hace Google con sus plataformas gratuitas (esta). Tener una audiencia cautiva para vender anuncios de otros productos, o posicionar (cuando no limpiar una imagen negativa que se ha construido sobre una actividad nociva o fraudulenta). Porque los anuncios expuestos a las audiencias ingentes crean consumo ingente: de forma tangencial, estas audiencias, su participación voluntaria en el consumo, mantienen el poder.

El sujeto de la fama

La fama empieza, entonces, por un llamado (a un sujeto) que se vuelve anuncio (objeto, para subyugar otros sujetos). La diferencia entre lo que se hace famoso y lo que no llega a conocerse bien, puede analizarse a través de la imagen. La imagen pública y la privada y la anónima, la imagen sublimada con medios oligopólicos, la imagen que se impone con la multiplicación y los sinónimos visuales. El poder de las imágenes, que ya examinó Barthes en Mitologías y La cámara lúcida, con su triada y objetivación, que ya examinó Sontag en sus ocultas metáforas (Sobre la fotografía), ahora es examinada por Zaid en el efecto luciérnaga. Las imágenes del sujeto de la fama atraen audiencias por su carácter de irrealidad, porque enmascara la realidad en que viven los demás y crea una distorsión “óptica” en el modelo de mundo que los seguidores construyen sobre los famosos (y el sentido de la vida). Por eso Instagram le costó a Facebook  mil millones de  dólares: porque una plataforma de exihibición de la subjetividad necesitaba un sistema de "objetivación", de enmascaramiento de la realidad. Instagram vuelve épicos los cuerpos, los rostros, los paisajes, los almuerzos, al maquillar todo con filtros de polaroid: la vida cotidiana envuelta en celofán. El análisis de Zaid pasa por la exégesis religiosa: exaltar la imagen es sacralizar, al menos en occidente, donde los griegos impusieron la figura humana como centro del universo. Esta concentración de la imagen corporal creó la idea del ser bidimensional, donde el ser se confunde con el ente, donde el cuerpo se confunde con la representación. El actor con el personaje. La persona real y la simbólica se juntan en un solo cuerpo. Nadie ve a Norma Jean. Todos ven a Marilyn en ropa doméstica, a la diva leyendo libros duros como El Ulisses, a la diosa durmiendo con dos gotas de Channel 5. Nadie ve a Frida Kahlo luchando toda su vida contra el dolor y la postración física, llorando por la infidelidad de Diego Rivera que se comió a su hermana y aceptándolo todo como la mujer más sumisa. Las marcas de ropa y bolsos y tatuajes promueven en su imagen la bandera de un feminismo erróneo disfrazado con trajes de teotihuacana (trajes que sus seguidoras no se atreven a llevar, ni las alhajas ni los fondos fastuosos, salvo en fiestas de disfraces). Nadie difunde la imagen de los arneses ensangrentados, ni de la silla de ruedas tras el accidente, ni de la pierna enflaquecida por el polio, ni de los abortos pintados, ni de la amputación; solo se difunden  las cejas tupidas, el rostro egipcio; nadie recuerda la condena del cuerpo infértil y la manifestación de ese dolor en las pinturas. Porque la fama no examina la vida o la obra, sólo promueve la foto con los atuendos de moda, o los bailes lésbicos, o el rostro de Salma Hayek suplantando a su personaje.
Somos (los no famosos) dominados por un hipersentido, el de la vista, y nos dominan con el bombardeo de imágenes sin contexto; somos consumidores de imágenes maquilladas, y como consumidores pasivos nos acogemos a lo que representan, y no cuestionamos lo que enmascaran.
La fama es una confusión. Al menos la que proviene del arte. La fama de la obra, anuncia Zaid, se traslada a su creador. El sujeto real de la fama debería ser la obra, no su realizador. Pero esta sacralización negará a los creadores como personas para promoverlos como espectáculos. El secreto de la fama es ser convertido en un objeto. Susceptibles de adoración.

Hay otros asuntos menores que ensaya como alternativas legítimas de disenso y libertad, paralelas al camino de la fama. Algunas son salidas dignas a esa trampa. El mejor ejemplo es la reivindicación de la mediocridad como la única forma de vivir tranquilos. La sociedad organizada para la competencia de la producción, para que la suma del trabajo de sus miembros produzcan el desarrollo (acumulación del capital), promueve la libre competencia (de mercado, de intelecto, de educación donde a una profesión la llamamos “carrera”), pero al mismo tiempo distribuye todas las barreras de acceso y los límites para no desarrollar el potencial individual creativo. Las barreras están puestas de antemano (geográficas, culturales, económicas, lingüísticas, políticas) para mantener los abismos de clase, el orden mundial de un poder que seguirá siendo piramidal. Aun así la idea de la mediocridad, de estar en el centro de dos polos opuestos (no en la base aplastada), que en el pasado significaba algo más noble que el estrepitoso fracaso de no llegar a nada hoy, es la única forma para vivir sin hacerle daño a los demás y sin estropearse uno mismo en la maratón sobre carbones calientes que lleva a la fama.


El efecto de la fama

Por último, esta advertencia: una de las ironías del arte, dice Zaid, es que el creador aspire a la fama, que la persiga, que confunda el fin con los medios, que haga ritos fáusticos, pactos con el envilecimiento para adquirirla. Casi siempre, en esa paradoja, se cae en el bote de la miel, como ocurre a las moscas o las abejas o como le ocurrió a Narciso. Y se cae, porque si proyectas, o emana de ti una imagen que no eres tu, o que no eres todo el tiempo, acabarás siéndolo, dijo Einstein, de tiempo completo. La fama puede ser la pesadilla que ocupe o desplace lo más importante de tu vida, una fiebre que domine tus días, que te convierta en esclavo de sus intermediarios. El secreto de la fama que se deduce de este breviario es: la fama es una trampa en la que millones anhelan caer. Paradoja.

El secreto de la fama, Gabriel Zaid, Debolsillo, 2010. Pg 163.

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