Reliquias de trapo, de Antonieta Madrid

mayo 11, 2015

Miss Venezuela, 1974
Cuando apareció este libro, ya Venezuela estaba ahogada el petróleo, en los containers de alimentos enlatados y en la devaluación. Era 1972. De modo que solo es posible sostener con cierta desmemoria que la permanencia del chavismo es el origen de la falta de alimentos, de inflación, etc.,  si llevan cuatro décadas de gobiernos que suben con la promesa de que en su mandato el país no va a naufragar. Si seguimos el diario de Angel Rama, al petróleo (nacionalizado por entonces) y a las medidas para distraer al vulgo de los desastres de la gestión oficial debemos la creación de la Biblioteca Ayacucho justamente por esa época. Y tal vez sea esa una de las colecciones de libros sobre América Latina más importantes que se hayan fundado con plata de un gobierno, el de Carlos Andrés Pérez (transmutado tras su segundo mandato y derrocamiento como uno de los peores, justamente por sus derrocadores acusados de lo mismo por las oposiciones actuales). Las vueltas que da el electorado. También para ese año se le concedió el Premio Rómulo Gallegos a García Márquez por Cien años de soledad. Pocos premios más merecidos que aquel. En otras noticias más discretas pero no menos sorprendentes, son esos años también en que Miyó Vestrini estaba escribiendo Las historias de Giovanna, su libro de memorias de joven formal escrito en versos, y Salvador Garmendia era uno de los editores de Monte Ávila, acaso la editorial bandera de la literatura latinoamericana a la sombra del boom. Siendo esa una pequeña abstracción del panorama cultural de la escena venezolana, siendo que ahí, en Venezuela se daban cita exiliados de las dictaduras del cono sur y que por los cenáculos de Caracas pasaba la cabellera galáctica de la vida literaria (y el capúl de Marta Traba), me pregunto: ¿cómo es que este libro de cuentos perfectos haya pasado desapercibido y no tenga hoy, 42 años después de su primera aparición, una edición continental?

Helo aquí (siempre había querido usar adverbio y enclítico) un libro de cuentos puros. Puros en el sentido de agua pura, cristalina. Iba a decir "estos cuentos perfectos", pero es fácil decir una enormidad así para ridiculizar al autor. Porque el adjetivo perfecto puede aplicarse a lo negativo y ser una falsa atribución. La perfecta falta de estilo. La perfecta trivialidad. La perfecta idiotez. La perfecta falta de técnica. El perfecto anecdotario ramplón. Imagino la época en que Antonieta Madrid escribió estas historias. Finales de los años sesentas. Imagino su música favorita. Imagino la internacional situacionista que incendió las universidades después del 68 francés y el efecto de la revolución cubana en la juventud y los movimientos sociales de América. Imagino Caracas en esos años. La incomodidad de la clase media ante la perdida de su poder adquisitivo y la sorpresa de los adultos que ven a los jóvenes rebelarse contra el sistema. Las posturas que defendían los revolucionarios, las torturas de los cuerpos de seguridad, los pretextos de entonces para la lucha armada y los deslices de la misma que quedan consignadas en mayúsculas rotundas en una crónica de amor universitario con revolución y tetracanabidol de fondo. Las mujeres. La forma en que pensaban y soñaban y se rebelaban y se frustraban y se vestían esas mujeres de minifaldas y piernas vitamínicas. Son catorce historias. Tramas aparentemente sencillas: alguien que se dirige a algún lado, a una cita (un reclutamiento guerrillero), a una fiesta (revolucionaria), a un velorio (político), a la calle, a la universidad, o que viene de (un torturadero), o está a punto de, o está frente a. Los argumentos aun más sencillos: un sueño con la abuela. Un poeta deshauciado. Una niña del campo embarazada por su padrino (niña casi pariente de Macario, el de Rulfo), un revolucionario torturado, una hija guerrillera. Leo y releo estos cuento a ver  si logro comprender el milagro. El milagro, como pasa casi siempre, está en el uso del lenguaje. El uso directo del habla, del idioma público, de los giros propios de la época. En lugar de para, pa. En lugar de beso, muá. En vez de peor, pior. Sabrochándose la bragueta. Pienso en el léxico: conucos, casuarinas, catatumbo, taita, macuto, celosías, cinetismo. En la naturalización de los anglicismos y galicismos de la publicidad extranjera en la lengua propia y en la incorporación y saturación del inglés como coordenada (más que como consabida penetración) cultural imperialista. En vez de ¡qué hubo? Quiubo. En vez de jeep, yip. Los encadenamientos del punto de vista: prácticamente todos los pronombres personales desdoblados en voces narrativas. Narra desde tu. Narra diciendo yo. Narra desde el ellos. Narra desde nosotros. Sus exuberantes desproporciones: sesentaycinco kilos de la Depre. Los saltos de tiempo narrativo a tiempo sicológico. Los varios registros y niveles del monólogo interno de un personaje. No hay unidad de conjunto. No la pretende. No la busca. Son cuentos reposados. Independientes unos de otros. Lo que les enlaza es el estilo, los desplazamientos que invitan a reinventar una ciudad, unos barrios, unos lugares de una ciudad ya perdida, ya inexistente, la època, la vida universitaria. Examino las retóricas: la voz de un adicto en el siquiátrico, las voces de la protesta social en las paredes, el registro mental de una mujer que quiere escribir una carta pero no puede, porque está atravesada por vacilaciones, por su atiborre de calmantes, la retórica burocrática de ese cuento escrito con las preguntas del censo nacional. La visita de una estudiante a su profesor en la Universidad, velada crónica de las protestas de la época, de los grafitis en las paredes. Pienso en los símiles. Como si se hubiera caído un pedacito de cielo; en las metáforas, La de la falda orgásmica, Un sueño rosado, vacuo, de máquina desenchufada, El olor de las ropas huérfanas. Pienso en la incorporación pionera del lenguaje telegráfico del cine: imagen narrativa seguida del nombre técnico del plano. Frases cortas, no por impericia narrativa, sino porque designan acciones simultáneas. Inserción de carteles, de música de moda, Mi amor es como un raya en el agua, VIAJE FELIZ CON MUSICA DE RUBEN DARIO VILLASMIL, de art pop. Algunas expresiones bellas y filosóficas y arcanas: Con la canabis pa que se le apague el toste, Le culebrea el pescuezo, Los casi cadáveres nos aferramos a alguien vivo, No quiero despertar porque tengo miedo de mi risa enferma de recuerdos. La precisión fisionómica: Esos ojos templados y esos cachetes unidos. Ese cuento clarividente sobre el efecto de la falsa fealdad de la mujer en cualquier mujer de un país que se vanagloria de tener las mujeres más bellas de la tierra. Pienso que todo funciona, que están más vivos que nunca, que son actuales.
Dice la edición más reciente del libro (Monte Ávila, 2007) que Antonieta Madrid nació en Varela, Venezuela, en 1939. Que se dedicó a la academia y a la diplomacia tras una estancia como escritora en la universidad de Iowa (encuentro en una página de internet). Que escribió dos libros más de relatos y dos novelas (en una entrevista de 2008). No encuentro más. Deberíamos agregar que estos relatos están a la altura de Juan Rulfo, de Cortázar, de Manuel Mejía Vallejo, de Cabrera Infante, de Andrés Caicedo, que acaso son los cuentistas más atentos al uso del idioma de su generación. Reliquias de trapo contra El Gran Masacrador, es la línea del cuento de un guerrillero entrenado donde deriva ese título tan apropiado, bello.

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