El sótano del cielo

agosto 11, 2012

El espejo, A. Tarkovski

Saúl Álvarez Lara es acaso el gran cuentista menos conocido de Colombia. Como no despotrica de nada ni se interesa por la canalla politicastra, ni por la violencia narcotraficante, no vende, ni venderá millares, ni será famoso (la fama es escándalo) como, pongamos, Fernando Vallejo. No ha aparecido entrevistado en Arcadia (no hay retratos suyos en google imágenes) El Malpensante no ha publicado ninguno de sus cuentos, los críticos a sueldo de Bogotá en Semana y El Tiempo nunca se han percatado de sus dos publicaciones tímidas en la editorial Universidad de Antioquia y en la Eafit. Vive en Medellín. Una nota bibliográfica de solapas dice que es dibujante y fotógrafo y que se ha ganado la vida como diseñador y publicista. Lleva una página digital de caminante urbano que estuvo alojada inicialmente en los blogs de la versión web del periódico El Colombiano pero hoy resulta un blog con dominio propio, lamarginalia.com, en que se dedica, semana tras semana, a deshilvanar esos milagros encubiertos que todos llamamos azar. Por ritmo, por estilo, por la variación de sus temas, por la ejecución precisa, por el remate, por redondez, por sabiduría, porque sus historias son asombrosas, seguiré sosteniendo que es el mejor escritor de cuentos que por aquí hemos tenido (hasta que alguien con pruebas me lance de esa nube).

Vengo de leer, en la sala principal de la biblioteca Piloto de Medellín, El sótano del cielo, una colección de historias sobre fantasmas escandalosos, actores callejeros, coleccionistas compulsivos, cadáveres NN que producen dinero. El más feliz de estos cuentos es la historia de una estatua humana que recorre el mundo hasta que se transforma en un artista para su biógrafo. El más descorazonador trata sobre un coleccionista de cachivaches que no puede deshacerse de ellos. De modo que decide ofrecer al mundo sus servicios como clasificador profesional, para revelar que la vida sólo es una monótona clasificación. Vivimos para acumular. Títulos. Hijos. Amantes. Trates. Tiliches. Plata. Propiedades. Libros. Autores. Es decir, vivimos para poseer. Y como nos vamos que como vinimos, sin nada, la acumulación, la vida, vista así, en los puros huesos, resulta absurda. En el más extraordinario, un cadáver que aguarda a las puertas de una funeraria se convierte en falsa solidaridad, en disculpa para el voyerismo y en una mina de oro para la cafetería del frente. Y es que un cadáver sin nombre, sin rostro, sin dolientes, más que el recuerdo de un hombre o de una vida, es un pretexto para carroñeros. El sótano del cielo, que da título a la colección, es la historia del tiempo. El tiempo, como muchos han comprobado, es el espacio que va entre dos recuerdos. Un hombre toma en arriendo un sótano y cada día aparece a su puerta alguien que le adelanta pequeñas cápsulas de información sobre las francachelas descomunales que se hicieron en ese mismo lugar, en el pasado. Poco a poco el protagonista descubre que los ruidos que oye y la gente que lo visita son manifestaciones sobrenaturales de ese pasado, del encanto, y que ha abierto un umbral en donde él es el anfitrión de la fiesta futura, que es, a su vez, en un juego de espejos, de fantasmas amables, la fiesta pasada.

Cada escritor inventa a sus precursores, advertía sobre Kafka, Borges. Saúl Álvarez Lara ha inventado a Walser, a Cortázar, a Felisberto, a Kafka, a Borges, a Vila-Matas.
¿Dónde queda el sótano del cielo?

El sótano del cielo, Saúl Álvarez Lara, Fondo Editorial Universidad Eafit, 2003

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