El crimen del siglo

febrero 27, 2009

Los asesinos venden. Mucho más que las víctimas. ¿Qué sería de nuestros reporteros de oficina como Darío Arismendi y Claudia Gurisatti? ¿Qué sería de ellos (sería, porque es pluscuamperfecto) cuando a los asesinos de este país se les de por contar su versión de los hechos? Ese sí que sería el boom de la literatura testimonial colombiana, pero no lo veremos. O sí, lo veremos, contados en tercera persona por tipos como el bueno de Miguel Torres que nos ha sorprendido con la historia de este supuesto asesino de los años cuarenta. 

Trata del que pudo matar a Jorge Eliécer Gaitán. 
Jorge Eliécer Gaitán, el documentalista pionero en Colombia, fue un demagogo forjado en los recintos melifluos de la Italia fascista que se puso una cámara de cine al hombro y partió a la costa caribe a buscar la verdad de los masacrados en Ciénaga, Magdalena, 1928. 
¿Lo que filmó allí le daría conciencia del sufrimiento del pueblo y lo llevaría a ponerse diez años después al frente del movimiento popular de más relevancia en la historia política de nuestras desilusiones: la disidencia liberal? Lo que cambió su mentalidad es lo que la cambiaría a este pueblo indolente si nos  proponemos buscar, bajo el lodo, lo que hace tan bellas y cotizadas nuestras flores y tan apetitoso nuestro café en el extranjero: la fosa común. Es decir, los cimientos de un país construido sobre fosas comunes. La única institución verdaderamente democrática de Colombia, es la fosa común. Ahí es el único sitio donde podríamos caber todos los colombianos juntos. 
Pues bien, Gaitán con su película halló la prueba contundente de que el ejército colombiano abrió fuego contra los trabajadores colombianos de la United Fruit Company el 6 de diciembre de 1928. Y el debate y el polvorín que el demagogo levantó en el congreso para denunciar dicha masacre lo pondría luego al frente de la mayoría popular y a las puertas mismas de la presidencia. 
Con una propuesta política de aplicar para cada región un plan de desarrollo acorde con sus características anlfabétnicas, geológicas, climáticas, salió el demagogo a recorrer el país llevando en su comitiva geólogos, astrónomos, chamanes para que fueran trazando un plan de acción distinto por cada característica de diversidad en cada sitio (convencido de que sólo así podría hacer una gestión coherente con el país heterogéneo que estaba a punto de elegir para ser presidente). ¿Qué ocurrió? Que lo mataron el 9 de abril de 1948, de tres balazos en la cabeza, y su asesinato produjo lo que en otras circunstancias lleva años: la fundación de un mito. 
Prócer y mártir, en un reino de analfabetas y dogmáticos bipartidistas, su asesinato otorgó el combustible necesario para que ardiera la capital y el resto del país durante una década que dejó trescientos mil muertos que ya no nos duelen: La Violencia. 
¿Porqué un mito? Porque sólo un mito puede hacernos creer que un solo hombre de veras hubiera podido arreglar este país, y porque ha trascendido a los terrenos del mito social. Sólo el fervor de un mito puede general un centenar de novelas que giran alrededor del mismo tema: La novela de la Violencia. 
Entre el año 1950 hasta 1970, más o menos, Colombia tuvo un movimiento literario: la violencia. La Novela de Miguel Torres, es muy posterior y se distancia de las otras: no trata sobre la víctima y el mito, elude a Gaitán, no se centra especificamente sobre su campaña electorera, o sobre su populismo, o sobre su tragedia. Trata la sanción histórica que pesa sobre el asesino. Juan Roa Sierra.
El crimen del siglo apunta a otro crimen. No al de Gaitán. Al de Roa, el asesino hecho víctima (de su desamor, de su pobreza, de su eróstrato). 
Roa Sierra era un pobre albañil que cuando no se creía la reencarnación del procer Francisco de Paula Santander se creía la reencarnación de Jiménez de Quesada. Además, en sus horas libres, que eran muchas porque estaba desempleado, solía acudir a casa de un astrólogo áleman que le leía la mano y le vaticinaba figurar en la historia. Lo que no le dijo el alemán es de qué forma figuraría en la historia. Roa Sierra es el asesino de Gaitán, según La Historia. Pero otra cosa dice la Literatura. 
Para el narrador de esta novela Roa Sierra es el desempleado del Barrio Ricaurte que fue a pedirle al promisorio Gaitán ayuda para obtener un puesto, y a quien Gaitán, el espléndido refocilador, el que decía que su voz no era su voz sino la voz de un pueblo, le dice que no, que su oficio no era buscarle puesto a la gente, que se lo pidiera al gobierno. Demagogo. Yo también lo hubiera matado. Es más: un día voy a escribir un cuento y lo voy a matar, a mi modo, por hijueputa. El escritor Torres (que no confundan, que él no es el narrador, porque ningún escritor de novelas es el narrador de las mismas) contestó en una entrevista acerca del detonante que llevaría a Juan Roa a matar al caudillo (en el supuesto de que lo matara). "Hay muchas hipótesis -dice- pero si fuera por esto, habría tenido que matar a su amante, quien lo echó de la casa por mantenido, y a sus hermanos por darle la espalda". ¿Ya ven? Por eso es que los escritores no pueden ser los narradores de los libros. Por humanistas. El narrador del libro de torres, un narrador omnisciente, quizá se parezca en eso a Torres. Por humanizar a un más a Roa Sierra (que no otro es el menester de la literatura), al final dice que no cometió el crimen. ¿Entonces por qué le pusieron al libro El crimen del siglo? 
El crimen que mejor nos representa en ese siglo es el de Roa Sierra, no el de Gaitán. El crimen del siglo es aquel cuerpo aporreado por la multitud de estupidez unánime. El crimen de su cuerpo acorralado en una droguería, de su cuerpo linchado que anardeció a la turba, de su cuerpo arrastrado por la calle hasta palacio, de su cuero cien veces matado y vuelto a matar, de su cuerpo convertido en chivo expiatorio y en la metáfora de la impunidad y de la alevosía y de la pauperrización de un siglo y el desmedro de este país.

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